Los chefs devoran el festín de Babette

El cine gastronómico vive un ‘boom’ alimentado por la producción de documentales sobre chefs de renombre, en detrimento de ficciones con la cocina como protagonista. José luis Rebordinos, director del Festival intrnacional de Cine de San Sebastián lo explica: “Se hacen muchos documentales sobre cocineros, pero nos cuesta encontrar películas de ficción donde la cocina sea el centro de la trama”.

Desde que en 1895 a Louis Lumiére se le ocurrió filmar a la familia de su hermano Auguste comiéndose el desayuno, el cine y la gastronomía han ido de la mano. La inolvidable imagen de Charles Chaplin hincándole el diente a una bota en La quimera del oro, o la carne podrida que desata la ira de los marineros en El acorazado Potemkin, de Eisenstein, son muestras tempranas del protagonismo que algo tan humano como el comer tendría en el séptimo arte. La pionera del documentalismo Nanouk, el esquimal mostraba las penurias de los pueblos del Ártico para llevarse algo de alimento a la boca. Hasta el momento más apoteósico de ‘Lo que el viento se llevó’ tiene que ver con el hambre. Los ejemplos son incontables, pero todavía no había nacido un género, el del cine gastronómico, cuyo origen algunos fechan en 1973, con La gran comilona, de Marco Ferreri, como cinta fundacional, olvidando quizá esa disparatada comedia en torno a El gran restaurante, firmada por Louis de Funes en el 66.

 

A lo largo de las décadas siguientes lo culinario se convirtió en un tema recurrente, dejando un reguero de filmes para el recuerdo a lo largo de los 80, 90 y los primeros 2000. La gloriosa El festín de Babette, probablemente una de las obras maestras del cine gastronómico, la delirante El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante, de Peter Greenaway, Comer, beber, amar, de Ang Lee o Deliciosa Martha son solo algunos de los hitos de un género cuya obra más popular es sin embargo una cinta de dibujos animados capaz de encandilar a públicos de todas las edades: Ratatouille. Melodramas como Yo soy el amor, de Luca Guardagnino, fantasías románticas -Como agua para chocolate, de Alfonso Arau-, road movies -Entre copas, de Alexander Payne- o incluso el thriller psicológico, como la reciente Hierve, de Philip Barantini, descarnado retrato del colapso de un chef de éxito, muestran la diversidad de un género muy poroso y rico en recursos narrativos.

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Fotograma de Mibu, la luna en el plato. foto: Zinemaldia.

Sin embargo, cuesta encontrar en los últimos años ficciones en las que la gastronomía sea la absoluta protagonista de la trama, coincidiendo paradójicamente con un renovado interés de la cultura de masas por lo culinario. Y no es porque no se realicen películas sobre cocina, sino porque la inmensa mayoría de producciones son documentales, muchos de ellos centrados en figuras de renombre. Lo reconocía estos días José Luis Rebordinos, director del Festival Internacional de Cine de San Sebastián, que cuenta con una sección de cine gastronómico. “Se hacen muchos documentales sobre cocineros, pero nos cuesta encontrar películas de ficción donde la cocina sea el centro de la trama”.

 

El festival donostiarra, que acaba de rematar su septuagésima edición, cuenta desde hace doce con una sección específica que estrena filmes relacionados con la gastronomía y los acompaña con cenas temáticas servidas en el Basque Culinary Center. La idea surgió con la llegada del propio Rebordinos y Lucía Olaciregui a la dirección del festival: “En una ciudad con el patrimonio culinario de San Sebastián nos pareció que debíamos encontrar la manera de unir gastronomía y cine”. Se inspiraron en un ciclo similar que entonces celebraba la Berlinale, con la que firmaron un acuerdo de colaboración. Hasta que un cambio en la dirección del festival alemán la aparcó, dejando al donostiarra como el único de clase A con una sección específica de cine gastronómico.

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En Virgilio, el argentino Alfred Oliveri sigue al chef peruano. Foto: Zinemaldia.

En Culinary Zinema se han proyectado a lo largo de estos años filmes sobre Ferran Adrià, su hermano Albert, Rene Redzepi, Andoni Luis Aduriz, Quique Dacosta, Bittor Arginzoniz, Massimo Bottura, Germán Martitegui, Mauro Colagreco, Juan Mari y Elena Arzak, Gastón Acurio, Carme Ruscalleda o Ricard Camarena. También otro tipo de documentales destinados a describir experiencias o profundizar en lugares o tradiciones concretas, desde la elaboración del sake a la búsqueda de trufas, pasando por cocinas de Irán, Turquía, Bolivia, Oriente Medio o Japón. Entre las obras de ficción, además de revisitar clásicos del género, la sección ha estrenado algunos hits europeos como Delicious o El Chef y una significativa muestra de cintas orientales.

“Creo que hay una analogía entre

la cocina y el mundo del espectáculo»

De las cinco películas en cartel este año, tres de ellas son documentales. Mibu, la luna en el plato, dirigida por Robert Zanuy, es una producción española centrada en el mítico restaurante guardián de las esencias del Japón clásico, que utiliza como recurso narrativo las voces de los chefs que se confiesan influidos por él. Ferran Adrià, José Andrés, Massimo Bottura, Joan Roca, Andoni Aduriz, Oriol Castro y Albert Raurich, que preparó la cena que siguió a la proyección, desfilan por el metraje. La Huella, del argentino Alessio Rigo de Righi, sobre tres amigos que se unen para rehabilitar un parador uruguayo al estilo de los años 50 y acaban convirtiéndolo en uno de los restaurantes más reconocidos de América Latina (top 16 en la lista 50 Best del subcontinente). Y presumiblemente, la perla del cartel, Virgilio, del argentino Alfred Oliveri, con cena estelar incluida a cargo del protagonista.

 

Especialista en filmar estrellas

Es la tercera vez que el director pasa por Culinary Zinema -la primera lo hizo con su debut, Tegui, un asunto de familia, dedicado a la figura de Germán Martitegui, y en 2019 volvió con La leyenda de Don Julio, centrada en el laureado restaurante porteño- y Oliveri parece haberle cogido el tranquillo a hacer documentales sobre cocineros famosos. De hecho, ha fundado una productora cuyo nombre, House of Chefs, no deja lugar a dudas. En esta última película trata de dibujar un retrato de Virgilio Martínez -chef del peruano Central- a través de testimonios de su familia, de su equipo y del propio Virgilio, al que sigue desde el centro de Lima a través de sus viajes de exploración hasta llegar a Cuzco, donde se ubica su proyecto Mil.

 

¿De dónde nace ese interés por filmar a los chefs? “Creo que hay una analogía entre la cocina y el mundo del espectáculo; en ambos casos estamos ante personajes apasionados, que persiguen sus sueños, con oficios más guiados más por la pasión que por la razón y ahí es donde yo me identifico con ellos”, explica el director. Reconoce que el subgénero que él cultiva vive momentos de esplendor: “Es un fenómeno aspiracional, son muy pocos los que se pueden sentar a la mesa de los restaurantes de alta gastronomía pero millones los que siguen a través de las redes sociales lo que sucede dentro de ellos”.

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Tres amigos convierten un parador un gran restaurante. La Huella. 

Eso tiende a facilitar que salgan adelante más documentales, sobre todo cuando van asociados a un nombre de relumbrón. Oliveri matiza que “nunca es fácil conseguir financiación, siempre se tiene una idea del éxito más fácil de lo que toca recorrer”. En su caso, asegura que elige las historias que quiere contar “en función de la fuerza que puedan tener, lo que pasa es que muchas veces coincide que esa profundidad que encontramos en los personajes, en su herencia o su territorio están ligados a establecimientos muy reconocidos a nivel mundial”.

 

Casualidad o no, los tres proyectos que tiene entre manos corresponden a tres restaurantes que están entre los 15 mejores del mundo, “pero no elegimos por la tabla, elegimos por el corazón”, aclara. Una pista, su siguiente película le llevará a la villa guipuzcoana de Getaria.

 

Filosofía zen en los fogones 

Culinary Zinema ha estrenado además dos obras de ficción, una china y otra japonesa. La primera, Nostalgia, de Peng Chen, es prácticamente un artefacto propagandístico del régimen chino que trata de promover entre los jóvenes valores tradicionales, una vuelta a las raíces y una reconexión con la sabiduría de generaciones anteriores, a través de la historia un tanto naif de una joven urbanita desorientada que regresa a su tierra natal y a los brazos de su abuela. La otra, The Zen Diary, cosechó el aplauso unánime del público, y según deslizan desde la organización, “podría haber estado perfectamente en la sección oficial”. Su director, Yuji Nakae, es consciente de que “es mucho más fácil rodar un documental, sobre todo si se tiene el apoyo de una televisión, porque necesita mucho menos presupuesto y menos equipo”. Sin embargo se ha esforzado en “huir deliberadamente del lenguaje de los documentales” para construir una historia de ficción “que fuera distinta a lo que está haciendo todo el mundo”.

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The Zen Diary cosechó el aplauso unánime del público.

Su objetivo era mostrar las claves de la filosofía zen aplicada a la cocina a través de la historia de un escritor que vive solo en las montañas y recibe la reveladora visita de su editora. “Hemos querido captar la esencia de la cocina japonesa, que es muy estacional, usando los productos de cada temporada y mostrando cómo los trata el protagonista, pero todo lo que sucede en la cocina es a la vez una reflexión sobre cómo las personas deben vivir el momento, disfrutar de cada temporada de la vida”.

 

Para ello ha contado con la colaboración del investigador culinario Yoshiharu Doi, una eminencia en Japón, que ha elegido los ingredientes que deben aparecer en cada temporada, qué recetas filmar o qué utensilios usar. Toda la cinta está impregnada de su filosofía hasta el punto de que Nakae le considera codirector y ha sido él quien ha marcado los tiempos del rodaje. “Según Doi solo hay un momento idóneo para filmar la comida, porque es una cosa viva, por otra parte el actor protagonista, Kenji Sawada, también suele actuar en una sola toma, así que el rodaje ha sido todo un desafío”.

 

Dedicado a lo largo de su carrera a retratar la cultura del archipiélago de Okinawa a través de su música, su lengua o sus tradiciones, Nakae no observa diferencias sustanciales entre el cine gastronómico y otros géneros. “La cocina, el amor, la vida o la muerte, son temas muy similares, comer es algo tan cotidiano y a la vez tan importante que es capaz de impregnar cualquier historia”.

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