Un par de días antes de Nochebuena abría al público un proyecto novedoso dentro de la hostelería madrileña, Sinestesia, en el que se combinan comida y espectáculo. Un proyecto que se autodefine como “experiencia gastronómica inmersiva” y que sigue la estela del Sublimotion que funciona en Ibiza desde hace casi una década.
Sin hacer muchos spoilers, vamos a diseccionar en nueve claves una propuesta que presume del cocinero alicantino Kiko Moya y como leit motiv aspira a responder a la pregunta ¿a qué saben los colores?
Comida y bebida. Aunque mucho nos tememos que la comida no va a ser el principal aliciente para visitar Sinestesia, hay que reconocer que es correcta, incluso más de lo que se podría esperar. Platos resultones, ejecutados aseadamente, pensados para un gran público, sin alharacas técnicas y con un producto digno, sin lujos.
Es agradable el arranque con salmorejo con remolacha (los pétalos de cebolleta y la emulsión de agua de rosas son más bien de cara a la galería). La quisquilla marinada en sal cítrica con fideos traslúcidos, alioli y sofrito, el muy vegetariano hummus de alcachofa con snack de alcachofa, brócoli, guisantes liofilizados y espárragos trigueros y el arroz del senyoret con gamba roja en llauna (claro guiño a L’Escaleta) conforman una parte central que roza el notable.

Menos interesante el huevo pochado con migas de patata y panceta salteadas espuma de patata y láminas de trufa. E intrascendente por completo, entre el poco sabor de la carne y el punto muy pasado, la tira de asado de wagyu sobre parmentier negra, vainilla y ceniza de cebolla.
Como postre, divertida la mousse de chocolate con espuma de café y helado de avellanas cuya contundente apariencia contrasta con una textura de aire.
En el apartado líquido, vermú, espumosos, blancos, generosos de licor, tinto de Alicante y cócteles (como las etiquetas van rotando, no citaremos ninguna). Cada uno está pensado para un plato concreto pero se puede repetir del que se quiera e incluso tomar uno solo durante todo el menú, que es lo que yo hice con el champagne.
Kiko Moya. Siguiendo la máxima “No dejes que la verdad te estropee un buen titular ni te haga perder un clic”, han sido muchos los que han proclamado a los cuatro vientos que este proyecto suponía el desembarco en Madrid del cocinero Kiko Moya. Pues va a ser que no. Es cierto que el de L’Escaleta** (tres soles Repsol) ha sido quien ha pergeñado el menú y que su nombre es uno de los ganchos, pero de ahí a que éste sea su desembarco en la capital… Como marketing está bien pero, a día de hoy, la verdadera cocina de Kiko Moya sólo se puede probar en Cocentaina.

Escenario y ubicación. Sinestesia se localiza en el novísimo centro comercial Caleido, bajo esas cuatro torres que ocuparon el lugar de la antigua Ciudad Deportiva del Real Madrid. La discreta entrada pasa prácticamente inadvertida para los viandantes, ningún rótulo y apenas una alfombrilla con el nombre.
A medida que van llegando los espectadores-comensales, citados a las 13.45 o a las 20.30, según el turno, se abre la puerta para dar paso a un recibidor donde hay que esperar a que lleguen todos (dentro de un límite de cortesía, obviamente). De ahí, a oscuras, a la sala, con una sola mesa infinita y el nombre de cada uno proyectado a modo de salvamanteles. Y que empiece el espectáculo.
Colores. Negro, violeta, azul, verde, amarillo, naranja, rojo y arco iris son los colores protagonistas de la representación. Cada uno asociado a un paisaje o un elemento (azul-mar, amarillo-desierto, verde-bosque, rojo-fuego…) recreados por los juegos de luces y las proyecciones, los ingredientes del plato y, a veces hasta las bebidas… Aunque lo del chardonnay azul no era necesario.

Luces. Las proyecciones y los juegos de luces, de alto nivel técnico y con una muy buena definición de imagen (que impiden, eso sí, fotografiar los platos con nitidez), transportan a la audiencia desde el fondo del mar hasta el desierto del planeta Tatooine, pasando por un tren que recorre África. Hay que reconocer que inmersivas sí que resultan. Aunque, a veces, sobre todo para los que ya tienen (tenemos) una edad, pueden resultar un tanto mareantes por el incesante movimiento.

Actores. Nada más sentarnos a la mesa, una voz en off introduce las normas del show. A más de uno le sonará esa voz, porque pertenece al actor que habitualmente dobla a Johnny Depp en las versiones españolas de sus películas. Luego otro actor, siguiendo un riguroso guion y disfrazándose cuando se tercia, ejerce de maestro de ceremonias a lo largo de las dos horas de función.
Música. La selección musical es uno de los platos fuertes de la propuesta. Temazos de ayer y de siempre que suenan, en ocasiones atronadoramente, y que quien no haya vivido en la Luna durante los últimos treinta años conocerá sobradamente. Prince, Queen, AC/DC…
Carmen González. La que fuera directora de operaciones de Zalacaín y ahora se dedica a la asesoría gastronómica es la responsable de que el servicio funcione con la precisión que demandan las complicadas coreografías que han de seguir los camareros. Además, la valenciana (que ejerció en las salas de Ramsés y Enrich) ha sido la encargada de seleccionar los vinos.
Precio. Analizar el precio, 270 euros con maridaje y 195 sin él, en función del menú o comparando con otros restaurantes, sería un despropósito. Hay que compararlo con otros espectáculos que conllevan un despliegue técnico y humano similar, como por ejemplo los grandes musicales o el concierto de un grupo de moda.

O, si me apuran, con un partido de fútbol en la cumbre o con una corrida de toros de máxima expectación. Porque, respondiendo por fin a la pregunta planteada en el título, Sinestesia es un espectáculo en el que, además, se come. Y razonablemente bien. Pero al que no se va a comer.