Carme Ruscalleda rememora el nacimiento de su cocina – Redacción

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La cocna del Sant Pau embalada
La cocna del Sant Pau embalada

Para la cocinera catalana Carme Ruscalleda, el verano del año 2000 fue especial por la aventura en la que se metió: instalar una nueva cocina en su restaurante Sant Pau, situado en Sant Pol de Mar (Barcelona). Esto sería una compra más si no fuera por sus características: el aparato es de la prestigiosa marca Thirode y tiene seis fuegos abiertos, con espacios entre ellos para emplatar la comida, además de dos planchas. Como si de un solomillo se tratase, fue elaborada a gusto del consumidor.

«La mole», como la define gozosa Ruscalleda, fue introducida a través de una cristalera de 16 metros de largo. Para elevarla fue necesaria una grúa con contrapeso, tablones inclinados para bajarla y la colaboración de entre siete u ocho hombres, entre ellos su marido, frenándola para que no se cayese esa «pieza maciza».

Ruscalleda recuerda que la grúa temblaba, generando «sufrimiento y pánico, pero al final, con esfuerzo y sudor, se colocó en su sitio». La catalana explica que tuvieron suerte al adquirir la casa de al lado del restaurante: vaciaron el terreno y construyeron un muro de contención para colocar con seguridad la cocina. Aunque parezca una obra faraónica, los comensales no se daban cuenta porque tapiaron el hueco. La cocinera recuerda el momento en que desvelaron el gigante como «algo muy mágico».

«Nos tiramos a la piscina y se tardó nueve meses en traer y montar la cocina. Fue como un parto.» Ahora está orgullosa de que puedan trabajar en ella hasta 19 personas. Lo mejor para Ruscalleda es trabajar en un entorno natural bello, con vistas a un jardín: «Sólo mirar las plantas que se mueven fuera ya refresca la fuerza interior». Además, también se alcanza a ver desde la cocina a las bañistas que salen de la playa a ducharse. «Mis cocineros están encantados; les tengo que decir que no se distraigan», ríe la dueña del Sant Pau.

De niña no tuvo vacaciones. Sus padres eran payeses, productores de vino a granel, leche y legumbres. Ella insistía a los padres en que durante el estío había que cerrar la pequeña tienda que tenían. «Pero la primera vez que me fui de veraneo fue ya casada y con hijos», rememora.

No han sido pocas las veces en las que Carme se ha preguntado: «¿Por qué me metí en este fregado?». Pero repetiría. Tanta admiración profesaba al gran electrodoméstico que horas después de instalarlo se tomaba un refresco «mirándolo absorta». La Thirode la estrenó con algo sencillito, un huevo o una tortilla. La historia veraniega de Ruscalleda guarda una paradoja que refleja su entrega a la profesión: «Esa cocina es un lujo que no tengo en mi casa, pero sí en el trabajo».

Fuente: Javier Escolar, ABC