Leía en esa fabulosa herramienta de toda índole, sana o mortífera, informativa o desinformante, que es la red, el informe que la súper firma consultora de mundial influencia KPMG acababa de sacar del horno sobre la gastronomía española y sus repercusiones económicas sobre el PIB. Las cifras que refleja son estratosféricas. ¡La gastronomía mueve miles de millones y es máster del universo!
Ya contamos con la “verdad oficial”: food is the biggest industry y casi todo es gastronomía. Claro que el informe hace suma y sigue de las resultantes de otros muchos sectores de la economía relacionados o tocantes de lo que viene siendo el comer, como sucede con el de la hotelería. El sector de los ambigús con sus palomitones payá y sus palomitas pacá, el de las pipas en los estadios de fútbol o el de las bebidas redbuleras dan alas a la masa pastosa gastro y forman ya parte indisoluble de la gastronomía. Pero, pelillos a la mar, que eso no son más que peanuts que poco cuentan. Es la RAG el encargante del encargo y a su cargo corre el recargo que conlleva: el instrumento recreado es tremendamente útil y eficaz. Redunda, en beneficio del sector de La Gastronomía, que se consolida como uno más de los big business que atraen capitales y fondos de inversión, que mueven y manejan millones, que dinamizan las compra-ventas, las fusiones y adquisiciones, los corporates, etc. Seguimos, en suma, avanzando en este camino que me dio por llamar la futbolización de la gastronomía.
Así pues, este práctico mundo de la economía gastro está de enhorabuena y también cuantos en él vivimos cual seres ocupados, serios y adustos, flacos realistas, borrachines de sombra after work, y acorralados comensales de negocios que comen langostas para llevar lentejas a casa. Habemus cebadero verdadero donde engordar nuestros foies y lugar donde pavonearnos.
Soy parte de este cuerpo viviente, lo sé. Sé que estoy vivo pues voy y vengo, recorriendo y comiendo y aprovechando cuanto sale de los mejores restoranes gurmés y otras hierbas. Esa es mi primera voluntad.
Es un día feliz. No creo que pueda haber mejor noticia para la gastronomía materialista. ¡yupi!.
Pero, al retortero de los pregoneros de esta millonaria “verdad oficial” del sector económico de la gastronomía, la política, la real politik, ha entrado de lleno y pleno en ella y, por consecuencia, lo políticamente correcto ya es y será por siempre una realidad, pesada cual rueda de molino, con la que habremos de cargar. Era de esperar. Que nadie se tire de los pelos ni le zurre la badana al pinche -o pincha- de turno. Al opíparo y auténtico “cerdo ibérico” de la gastronomía le ha llegado también su san martín, y de su matanza se va a sacar, además de los consabidos chorizos patrios, provecho de morro a rabo. Por fin se harán las cosas “como Dios manda”. Aquí paz y después gloria. Ha llegado el orden establecido. Ya en breve la sociedad gastro estará bajo control y, para desgracia de los libertarios culinarios, se hará dogmática y opresora, quizás hasta inquisidora. Y así nunca más aquel maravilloso, desatendido y marginal libre-mundo aparte de la gastronomía, habitado por seres sonrientes y risueños, gordos románticos, borrachuzos de sombra blanca, bien intencionados disfrutones, libres comensales de ocio y demás hedonistones del buen vivir, nunca más, decía, ese mundillo, aunque sea igual, volverá a ser el mismo. Ya no, jamás. Todos ellos, entre los que también me incluyo, pasarán a no ser vistos o estar mal vistos y, como nos descuidemos, seremos quemados por herejes en la pública barbacoa del poder y harán de nosotros picadillo y gochas costillas Forsters Hollywood con salsa BBQ y miel que echar a los perros fríos del fast food y la próspera industria.
Soy un cadáver viviente, lo sé. Sé que estoy muerto. Pero al menos que me despiecen en canal y distribuyan mis infiltradas y atocinadas piezas entre Elkano, Etxebarri y La Castillería para que me asen en condiciones y me den a comer entre mis congéneres. Esa es mi última voluntad.
Es un día triste. No creo que pueda haber peor noticia para la gastronomía romántica. ¡Snif!