El hecho de visitar otros países y culturas suelen generar distendidas reflexiones, fruto de la inevitable comparación con lo que nos resulta conocido y habitual. Hay muchos lugares que son mágicos, idílicos o poéticos, de costumbres lejanas o incluso marcianas. Pero no hace falta recorrer muchos kilómetros para vivir un quehacer tan distinto y a la vez tan conocido. Hablo del Reino Unido, esos coetáneos con los que hemos compartido tantas cosas y a los que les encanta remarcar lo distintos que son
Seguramente has asentido mientras lees y sabes de lo que te hablo, pero por si no solo uno de los ejemplos sencillos que te dejan descolocado, sobre todo si llegas al volante a la gran isla, en ferri o por el euro túnel. El caos mental es brutal, las neuronas se agitan hasta que uno consigue centrarse y enfrentarse a la carretera, sabiendo que todo lo aprendido sobre las normas de circulación funciona al revés y que si llevas la ventanilla bajada mientras conduces, pasaras el viaje comiendo hierba.
La cultura anglosajona siempre ha ido por libre y ha intentado imponer sus maneras de hacer, costumbres o modas, la de conducir no fue una de las que cuajo. Otras han ido calando en colonias, países y continentes. Hablemos de la comida, la cocina o lo que es lo mismo del amar la tierra y a uno mismo.
No voy a caer en el tópico de que los ingleses no tienen gastronomía o cultura culinaria, porque no es cierto. Del renacimiento y el siglo dorado de Francia quedan grandes obras que mostraban la alta cocina inglesa, como el recetario Royal Cookery or the complete court-cook (1710), de Patrick Lamb, o una de las grandes joyas francesas del XVIII, Le Cuisinier Moderne o The Modern Cook (1733), de Vincent La Chapelle, escrito mientras fue cocinero de Phillip Dormer Stanhope, Lord de Chesterfield, un libro con gran influencia de la gastronomía británica.
En esta cuestión estamos en tablas. Todos partimos de culturas gastronómicas con solera, que han tratado el producto de proximidad y han incorporado otros, foráneos, haciéndoselos suyos, y han sabido generar elaboraciones más o menos complejas, entre cocinas de alto rango y pucheros humildes para abordar el día a día. Muchos cocineros que han pasado por grandes casas y han saltado de un país a otro, compartiendo y universalizando algunas recetas.
La pregunta que lanzo al viento es, ¿Porque se enseña a comer tan mal a los hij@s de la gran Bretaña? Antes de que se me tiren encima cuatro agentes del MI6 o me lleven al palacio de Buckingham, voy a justificar y plantear el escenario que ha dado fruto a esta pregunta. Explico un poco el plan familiar, para ponerles en contexto y para que vean que la información es de primerísima mano. Partimos de la rocambolesca idea de llevar a mis descendientes a realizar las típicas actividades de verano, pero en vez de en su barrio, en una pintoresca ciudad de Southhamptom, donde realizan los Daycamps & summer week.
Presuponemos que tras un nutritivo y equilibrado desayuno inglés, los jóvenes, tras hacer múltiples actividades y juegos, paran para disfrutar de un pequeño break, como lo harían en el colegio. Momento en que se alimentan básicamente de zumos, patatas chips y todo tipo de chucherías, que aquí van a destajo. De hecho, en el espacio acondicionado para este tentempié, no venden fruta o bocadillos, solo golosinas y refrescos. Todos llevan unas monedas para poder comprar a su antojo la irresistible y adictiva sacarosa. Hago un alto en el camino para destacar la capacidad que tienen los británicos para buscar sabores a los chips o a los refrescos. La magnitud es tal que las variedades de chips pueden ocupar un pasillo entero de un gran híper mercado. A destacar la de coctel de gambas, un gran clásico en las fiestas de mi infancia, que como era previsiblemente defraudaron mi memoria gastro.
Siguiendo la jornada de diversión y excitación infantil (fruto del azúcar en vena) llega el momento del almuerzo. Todos llevan un sándwich, otro de los baluartes ingleses que hemos adoptado, sin entrar en lo que puedan o no llevar en su interior. Nadie lleva fiambrera con una ensalada, unos macarrones, unos garbanzos o un lomito empanado. Only sándwich! Se acompaña con chips y chuches; no hay rastro de fruta o yogur.
Ni es necesario que venga José Andrés a ayudar a los jóvenes británicos, ni yo pretendo crear cátedra de nada, que lo de adoctrinar en tierras foráneas siempre nos ha salido rana a los españoles. Solo expongo una realidad que lamentablemente se propaga y se exporta con facilidad. Ya sé que no se tiene tiempo, que lo de cocinar parece a veces un castigo que nadie quiere realizar, pero hay que plantearse que estamos enseñando a nuestros hijos hábitos alimentarios que fundamentan su vida. Luego no pidamos peras al olmo, ni nos rasguemos las vestiduras, si prefieren un restaurante de comida rápida al guiso que cocinamos con tanta dedicación el domingo.
En estos momentos un grupo de dietistas encienden sus antorchas para alumbrar el camino y guiar a todo un summer weekhacia el camino más saludable. No pretendo dar soluciones, aunque el sentido común parece el mejor de los seis sentidos. Solo plantear una pregunta que invita a la reflexión. Decir que soy del parecer que allá donde fueres haz lo que vieres, pues lo hecho tras las vacaciones me espera cola en el dentista.