La sardinada improbable de Arturo San Agustín y el “Capa”
No debo evitar decir, ni aun incurriendo en el ditirambo, que Arturo San Agustín fue y sigue siendo para mí fuente periodístico-literaria incesante de inspiración; ni que su cercanía en cualquier cenáculo torna la conversación habitualmente frívola en arborescente materia de los sueños, en proteínica “soul food”. Entenderéis entonces que cancelara cualquier compromiso previo para acudir a esta sardinada privada que, espontáneamente, organizaron Arturo y el “Capa”, un día cualquiera, en la Barceloneta…
Son las 13.30 del mediodía y estoy sentado con un colega en la mesa de un restaurante cuando suena el celular… Es Arturo que me cita en media hora en el Moll del Rellotge, en la Barceloneta, para una sardinada urgente entre amigos (pocos). La duda no es un parámetro ahora… Como algo con el camarada que tengo en frente, pillo la moto y pongo rumbo al mar. Arturo, hijo de la Barceloneta, aguarda bajo el sol impertinente y, a través de cajas de pescado y redes extendidas, me conduce a una mesa huérfana junto al azul. Unos humildes cubos de plástico con hielo intentan enfriar unas cuantas cervezas y algunas botellas de cava. Al otro lado, las muníficas cajas de sardinas destellan de plata bajo el cielo de lacerante limpieza. En la mesa hay platos, vasos y cubiertos de plástico. Y el “Capa”. El “Capa” es José Antonio Caparrós, patrón de dos barcos de pesca de la Barceloneta, uno de ellos, el “La hostia”, está decorado con la lengua descarada de los Rolling Stones. Estamos pues entre cofrades. Sopla una insolente brisa que desordena la vajilla de plástico. “Esto es el lujo –precisa San Agustín-, una sardinada impensada con pescadores y amigos”. Arturo, que conoce bien la vida de aquel millonario mítico que pobló tantos opulentos sueños setenteros –Onassis-, me cuenta que el famoso armador griego buscaba siempre esa exclusividad, mucho más allá de los restaurantes fastuosos, y que era en esas noches de playa y marineros anónimos cuando se sentía más afortunado. Cierto… Barceloneta “de luxe”.
Me platica Arturo de otro grande que también fue fervoroso de las sardinas: Julio Camba. “Decía Camba –cita San Agustín- que ‘las sardinas saben muy bien, pero saben demasiado tiempo. Después de comerlas uno tiene la sensación de haberse envilecido para toda la vida y de que todos los perfumes de Arabia serán insuficientes para purificarnos’”. Pero también es verdad que una sardinada frente al mar funda una camaradería canalla indisoluble, aunque, recuerda Arturo de nuevo a Camba, “quienes hayan comido sardinas juntos ya no se volverán a respetar mutuamente”. Creo yo, sin embargo, que se genera otro tipo de respeto, menos “polite” pero mucho más sincero. Y ya van llegando los conjurados de la sardina… El periodista y escritor Rafa Nadal, viejo amigo; Àlex Salmon, director de El Mundo Catalunya y compañero de tantos años; Elena González, de La casa del libro; y Joan Josep Blasco, “Floro”, el chef de la sardinada y legendario cocinero de tantos y tantos barcos de la Barceloneta.
Salen las ensaladas, el pan, el alioli. Las conversaciones se llenan del humo y los aromas de la parrilla. Somos unos canallas bajo el sol, esperando esa eucaristía pagana que nos transformará… “Mantenía Camba –remata Arturo- que las sardinas ‘no son para tomar en el hogar con la madre virtuosa de nuestros hijos, sino fuera, con la amiga golfa y escandalosa’”.
Van llegando, jugosas y sabrosas, las sardinas. Y ya nada ni nadie nos va a poder parar… Dedos pegajosos, ojos bailando, mentes arrebatadas. Charlamos de la gamba de la Barceloneta, imponente, rampante. “Son iguales que las de Palamós y Blanes”, sostiene el “Capa”. Y yo lo certifico. Son las mismas. Rafa, gerundense, que conoce bien Palamós desde la infancia, cierra la conversación: “me resistí durante a tiempo a creerlo, pero después de probar las de la Barceloneta digo que sí, que son iguales”. Preciso “imprimatur”. “Lo que realmente importa en la gamba –añada el “Capa”- es el trato que se le da: de ello dependerá su calidad”. Comemos sardinas y sardinas… Arturo y yo conversamos y transitamos entre imposturas, farsas e hipocresías, y recorremos almas de semánticas oscuras y hasta tenebrosas… Al fondo, unos pescadores arreglan en silencio sus redes…
Comenta Caparrós su próximo –y muy avanzado- proyecto en la Barceloneta: “Pescaturismo”. “Queremos poner en valor el puerto de pescadores de la Barceloneta, mostrarlo, enseñar las artes, la lonja… Tenemos ya varios programas diseñados, y entre ellos hay algunos que contemplan una experiencia directa en un barco de pesca. Se trataría de que los turistas conocieran de primera mano cómo se funciona en un barco pesquero, y hasta prepararles una comida marinera a bordo”. De hecho, ya se están haciendo pruebas piloto… Ya era hora. Ya tocaba abrir el puerto de pescadores de Barcelona a ciudadanos y visitantes. “Hay más ideas: cursillos de cocina marinera, de limpieza de pescado…” Rememora “Floro”, que por fin ha dejado la parrilla –hemos comido sardinas hasta hartarnos- sus viejos tiempos en los barcos de pesca. “Allá por los 50 del siglo XX, las espardenyes que tanto os gustan ahora iban para el rancho de los pescadores…” Y me desvela una inverosímil receta habitual de aquella época en los barcos: “era muy tradicional el romesco de tortuga, que había muchas por aquí… Primero la abría y la decapitaba; luego escaldaba las patas y, por otro lado, escaldaba también las tripas. Muy importante sacarle toda la grasa, que es rancia. Luego se añadían el pulpo, las espardenyes y todo el resto…Buenísimo”.
Y, entre nostalgias y complejas actualidades, nos dejamos arrastrar por la tarde suave y perezosa…