Inopia blues

Por alguna fatal razón que jamás descubriré, los fenómenos mágicos, los mitos que tenemos la fortuna de vivir en primera persona, lo extraordinario que nos toca, es siempre efímero. ¿Acaso es esa cualidad la que nos lleva a la hagiografía? Creo que no, por lo menos en algunos casos. Como el de Inopia.

De Inopia supimos todos desde el principio que estaba destinado a la leyenda. Tuvimos la suerte de vivir, de forma volitiva y apasionada, día a día, plenamente conscientes, la mitología. Nos sentimos sin duda parte de la historia contemporánea. Ahora, sin embargo, debemos acatar la inevitable ley, que habíamos olvidado sumergidos en la maravilla. No sé si debemos sentir pena, teniendo en cuenta que, como parte del protagonismo que hemos tenido en este relato, somos parte también de su final. No sé…

Estuve allí tres días antes de su cierre definitivo. Con Joan, el gran “descubrimiento” de Alberta Adrià. Recuerdo como, al principio, Albert siempre decía que, aún teniendo la idea de ese “classic bar” muy clara en su cabeza, nunca lo hubiera abierto sin Joan, amigo suyo de la infancia. Y le costó convencerlo. Como era sospechable dada la inaprensible intuición de Albert, Joan “fue” la persona. Y se produjo la suma cósmica: la genialidad y el extraño, el obsesivo rigor de Adrià y el sorprendente brillo carismático de Joan. Estalló la nova. Y nos inundó de su luz radiante. Y entendimos que más allá de la mojama, la rusa, las croquetas, las gambas fritas, el bacalao, las anchoas, las minihamburguesas, las sardinillas… habitaban el asombro y la felicidad. Comprendimos que “hay otros mundos pero que están en éste”.

Ahora la entropía nos lleva a nuevas galaxias todavía por vislumbrar. Vivimos el encantamiento  de unas coordenadas incógnitas que a partir de la “rentrée” viajan en busca de otras sorpresas a su vez también arcanas.

Joan con Lolita Tapería (así se llamará lo que fue y nunca más será Inopia), de espíritu afortunadamente continuista en la barra pero novedoso en la oferta noctámbula, copera y canalla; Albert, junto a su hermano Ferran, con un nuevo local que, cosas de las cosmogonías inescrutables, se hallará a tan sólo un par de manzanas de aquella. Nadie puede imaginar todavía qué aventuras gastronómicas, qué arrebatos viviremos allí, con Albert y Ferran, en lo que parece ser el principio de otra historia llamada a fabricar futuro.

Mientras espero a los fenómenos que nos aguardan tras la bruma estival, resuena, en este día lluvioso, el blues suave y melancólico… “El cielo está llorando, mira como caen las lágrimas por mi nariz…”