Game over, Santi

Aun a riesgo de caer en la astenia intelectual, debo confesar que estoy de acuerdo en una cosa con Santi Santamaria: está muy lejos de la ética de Ferran Adrià. Más todavía: no tiene ni conoce ética, lo que lo aleja infinita, imposiblemente de cualquier concepto moral. Ahí la has clavado, tío. La degradación conductual de Santamaria ha corrido pareja a la elevación profesional y humana de Ferran, aquí y en todo el planeta. Aquél, presa de una enfermiza obsesión por el genio de Montjoi, armado sólo de populachera socarronería y gestionando una soflama (que no discurso, a fe) de naturaleza anacrónicamente posmoderna, se ha ido distanciando de la realidad, atribuyéndose categorías que ni tan siquiera tiene la valentía última de reafirmar. Un individuo que se ufana de «no cocinar» y que «mancha» su recetario? de elementos pertenecientes a la fusión, a la «nouvelle cuisine» e incluso a Escoffier no tiene empacho en usurpar la jefatura de lo genuinamente catalán y «auténtico». Y muchos más detalles suficientemente conocidos y glosados que no hacen más que añadir oprobio al tal caballero (vide su inquina a los medios cuando él llena de patrañas, cada finde, las páginas del colorín de La Vanguardia).Más salvaje, no obstante, es certificar que sus últimas bravatas, insultos y falsedades -contundentemente contestadas por diversos estamentos gastronómicos y científicos, por cierto-, si bien en realidad surgen de su febril paranoia por Adrià, tienen también como objeto vender más libros. ¿Cómo un elemento de tamaña catadura puede hablar de ética?

Yo me alegraré mucho de que Santamaria venda más libros y gane más dinero (perdón, «pela»), porque de esta suerte podrá ponerse en manos de los mejores psiquiatras, que son ya los últimos profesionales que pueden ayudarle en su vertiginosa caída a la nada absoluta, al desprecio, al olvido, en fin…

Santamaria ha querido jugar fuerte. Ha querido jugar en el gran juego. Pero su falta de concepto, de discurso, de verdad, sólo le han dejado un camino residual, ominoso que él ha querido hollar, como todos los orates, sin saber acaso que al final sólo está el precipicio y el crujir de dientes. La calumnia. El insulto directo. La mentira. Una gran mentira. ¡Si ni tan siquiera es cocinero!

Este tipo, sólo por satisfacer una patología degenerativa, sólo por razones comerciales, ha intentado cargarse el trabajo serio y sólido de años. Ha intentado desmoralizarnos. Ha intentado derrumbar un edificio de creatividad y credibilidad ingente. Ha intentado, desacreditando al sector, romper todas las barajas.

Ha fracasado. Normal. Él es un fracasado. La fiesta se ha acabado para ti.

Game over, Santi.