Epístola a los girondinos

Queridos hermanos:

Estad alertas, pues aunque creáis en principio intuir un tono evangélico, salvador y redentor de vuestras gastroánimas, en verdad os digo que nada más lejos de mi intención y de la parabólica verdad de esta carta navideña guiada por esas tres estrellas que brillan como tres soles.

Por el contrario os digo, que su trasfondo es sensual, sabroso y saleroso, y, que por tanto, mucho tiene de dionisíaco, voluptuoso y disfrutón. Que, primero, toda vida es saber de sabores y una eterna discusión sobre ello. Que, segundo, tentadora en extremo es vuestra oferta. Y que, tercero, mucha es nuestra gula en el comer, gana en el gozar y regocijo en el beber.

¿Serán estas trilogías el origen de todo mal? ¿Residirá en vuestro trío el maligno? En verdad os digo que no y tres veces no, que aún a pesar de vuestra pérfida e irresistible ofrenda, en vosotros sólo veo el bien y del bien os hablo: de lo rebien que lo hacéis y del requetebien que con ello hacéis.

Esa es vuestra contradicción: perversión y bendición. En suma y consecuencia, bendita perversidad culinaria que nos conduce, como vuestros comensales, a ponernos a los pies de vuestro restauran y de los tres caballos que tiran de él, es decir, vosotros mismos. Tres eran, tres, los hijos de Montse.

Una triga ganadora en este circo gastroromano, pan et circensis, que es la actual restauración. Un mundo de trífidas bacanales ansiadas de espectáculo donde vuestra voluntad, quehacer y apostolado imponen cordura, sentido y benignidad.

Ni Ben-Hur saldría tan impoluto, blanco y triunfante como vosotros de este espectáculo. Sois el bueno, el bueno y el bueno de la peli. Ni siquiera él sería tan aclamado como lo sois vosotros por la comensalía y la ciudadanía de vuestro establecimiento y vuestra ciudad.

Un aura de razón hecha de sensatez y trabajo, de corrección y genialidad, os acompaña y envuelve, pues predicáis y dais trigo. Mientras otros podrían y deberían, quizás, ser echados a latigazos del templo de la cocina por mercaderes y mercachifles, vosotros prodigáis parabienes para todos, tres hijos pródigos, prodigiadores y prodigiosos de Girona y un solo restaurante verdadero, El Celler.

Pero la túnica de la heroicidad peliculera nunca os sentó bien, vivís la cocinación desde siempre, desde dentro, desde casa, en familia, humanamente; trinidad de tres personas -carne éste, sangre ése y aquél hueso- que el tiempo y la vida han hecho una única Roca granítica: el feldespato lo asa Joan, el cuarzo lo destila Pitu y las milhojas de mica las reposta Jordi.

Ser y dar ejemplo. La ejemplaridad reside en Can Roca.

Benditos los llamados a esta mesa.

Podéis ir en paz con los dioses.

Que así sea.

roca girona antorchas

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