Sí, yo también he tenido un sueño. Un sueño Gastronómico. En Donostia, durante San Sebastián Gastronómika, en mi alejada y ajena irrealidad, en el duermevela de mi semi estar, he visto/vivido una visión. He tenido ante mi, he palpado, las palpitaciones personalísimas de muchos grandes cocineros. Cada uno de ellos uno, cada uno un creador personal tocado y protegido por su propia deidad inspiratoria. Paseaban su halo y su ego más anchos que panchos por los laberínticos entresijos del Kursaal, que se iluminaba así en su interior por cientos de puntos de luz en movimiento, de todas las intensidades y colores, cual Pastel de Bodas de la Gastronomía del Futuro de Christian Escribá.
Y he visto también cómo sus estrellas se arremolinaban por constelaciones diferenciadas según sus principios y convicciones, conformando las distintas religiones culinarias, esas pocas que reinan como mundiales tendencias dentro de este bello mundo de La Cocina. Una tras otra, mostrando y demostrando los valores y las fuerzas propias en una deslumbrante competencia por ser tenidas, cada una de ellas, como la de más brillante excelencia e identidad.
Pero he creído ver también ceñirse sobre ese Cubo de Babel, las sombras grasientas del separatismo e incomprensión extremos, de la cerrazón ante la diferente concepción del otro, del rechazo y combate al enemigo distinto que reduce y degrada la esencia humana y fraterna de La Cocina Universal.
De ahí mi sueño de una gastronomía de apertura absoluta y libertad creadora, en la que lo extraño sea asimilado, en la que cada tendencia sepa absorber las experiencias ajenas y armonizarlas con sus hábitos y maneras, coexistiendo y enriqueciéndose mutuamente. En la que sus respectivos mitos y creencias se sucedan e intercambien y sus sentimientos y emociones se compartan enjugándose en una cultura común del comer.
Pongámonos esa caliente piedra kaiseki bajo el pecho para que nos ayude a sobreponernos a las sangrantes punzadas del hambre de los fundamentalismos culinarios y a entender y mitigar la sucesión ineludible de las estaciones del hombre gastró.
Volveré a decir cuanto he aprendido: el amor de la sapiencia lo es todo. He dicho.