El otro día viví una fiesta. Andaba con mi mujer y mis hijos por Asturias y por culpa de un imprevisto y filial esguince veraniego, nos vimos abocados a improvisar una excursión para almorzar. Elegimos Luarca y tras un primer desengaño en el resta recomendado huimos a la aventura yendo a caer, ¡bendita fortuna!, en el Sport, un coqueto establecimiento a la ribera de un meandro de la ría que se adentra en el pueblo y frente al farallón de piedra entre el que serpentea.
Se nos había hecho algo tarde, había fame y ganas de comer, el ánimo predispuesto a disfrutar, los astros coincidieron para que todo saliera a pedir de boca. No nos cortamos un pelo e hicimos gala de cierto exceso y derroche de riqueza veraniego-orteroide, pero les juro que nos salió de natural y sólo se nos notó y se nos vió, eso quiero creer, como gentes con ganas de vivir, de demostrar que estábamos vivos.
La comida fue un festín: percebes, mejillones, nécoras, sopa de rape, más percebes, fabes con andaricas (es decir más nécoras), requesón fresco con manzana, arroz con leche, champán y orujito. El trato, el servicio, la cocina, la calidad de cuanto probamos fueron extraordinarios y el precio más que razonable y honrado teniendo en cuenta el festival. Una gozada.
Y es que las buenas comidas, no digamos ya las perfectas, por su ajuste al momento, lugar, humor y apetencias de los comensales, sin importar el número de éstos, son una fiesta en el auténtico sentido de la palabra. Como vivencia y visión de un momento puntual pero prolongado de felicidad, de ser feliz, la comida es causa directa de la alegría que nos invade y va aparejada al festejo.
Al alcanzar cierto y alto grado de excelencia no sólo por la calidad de lo ingerido sino también por la gustosa armonía del momento de celebración, nos damos cuenta de que el hecho gastronómico nos da algo que amamos, pues recibimos lo querido y deseado. Y al reconocerlo sentimos la dicha de participar, activa y pasivamente, en una fiesta y damos y tomamos, de verdad, por bueno todo lo demás, dando también por buena y satisfactoria incluso nuestra propia existencia.
Fue un día pleno para mi, que mantendré vivo en el estómago de mi memoria para rememorar, sólo o en compañía, cuando me plazca.