Hoy puede ser un gran día

Un Comino

La historia de la humanidad transcurre desde hace milenios entre dos surcos paralelos arados en la tierra. En uno de ellos, nuestros tatarabuelos sembraban a la espera de obtener certidumbres sobre la existencia. Del otro, iban cosechando en cuanto podían placeres inmediatos que compensaban la falta de noticias del primero. Nunca hemos sabido con claridad quiénes somos y a dónde vamos, quizás por eso el péndulo de la existencia termina llevándonos cada tiempo de tinieblas a desandar el camino y regresar de vuelta a la tribu, con sus rigideces pero con sus absolutos, a pasar de la masa a la familia, de la urbe a la tierra, y así en lo político, lo social y lo culinario.

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En lo profundo han cambiado pocas cosas. Quizás lo más sustancial de estos nuestros tiempos sea la rapidez de la metamorfosis que ahora llega a la velocidad de la luz y oscila de un extremo hasta el otro con fuerza y sin titubeos ni complejos. Ante la fragilidad y falta de certidumbres económicas e ideológicas, la opción mayoritaria siempre fue estrechar el círculo, volver.

Hace 40 años Joan Manuel Serrat ya se declaraba ‘En tránsito’ y le cantaba a las cosas cotidianas: a los locos bajitos, a usted, a uno de su calle que conocía a un tipo que un día fue feliz y nos hacía ver que todo lo que pasa en el mundo tiene una reproducción exacta en nuestro barrio y que, en su pequeñez, la existencia de cualquiera está cargada de sentido. Sin forzar la voz ni darse importancia, dejando a un lado las grandes palabras y los maximalismos de otros tiempos entonces no tan lejanos, se reía de ‘Las malas compañías’ y entonaba ‘Una de piratas’.

Al final, cerrando el disco, si se acuerdan, cantaba aquello de ‘Hoy puede ser un gran día’, que terminó siendo un himno al optimismo en otros tiempos que no eran mejores ni peores que los de ahora, pero en los que también lo grande se iba asentando cual suflé que se enfría de los calores de aquella Transición tan mentada estos días.

Un mensaje necesario

En alguna de esas extrañas conexiones neuronales se me cruzó el disco de la adolescencia y me pareció que su mensaje era oportuno, necesario y nutritivo en estos tiempos en los que tantas visiones se debilitan y tantas vidas de esfuerzo y trabajo tienen la tentación de pensar que estamos peor que fatal y que todo lo hecho no ha servido para nada.

En estos días extraños como una comunión en una disco, en los que aquellos que ejercen el noble oficio de dar de comer y beber a sus vecinos viven zozobras e incertidumbres, yo me sumo a la voz que decía, ‘A quien corresponda’, aquello de: «Un servidor, Joan Manuel Serrat, casado, mayor de edad, vecino de Camprodón, Girona, hijo de Ángeles y de Josep, de profesión cantautor y natural de Barcelona»:

Se sirva tomar medidas / y llamar al orden a esos chapuceros / que lo dejan todo perdido / en nombre del personal. / Pero hágalo urgentemente / para que no sean necesarios / más héroes ni más milagros / pa’ adecentar el local.

Pienso en el vecino con el que no me volveré a cruzar en el ascensor, en el amigo que se quedó sin padre y en los miles de historias truncadas que no conozco y suman un número más en una estadística y me digo que la cosa, para los que aún almorzamos y cenamos, no va tan mal.

Y de ahí en adelante, ya que la emoción se ha apropiado de esta columna imponiéndose en tres sets a la razón, para que no todo sean quejas quizás haya que recordar lo de «Pelea por lo que quieres y no desesperes si algo no anda bien. Hoy puede ser un gran día y mañana también».

El verano de los clientes

Y aunque en la mesa en la que ahora escribo hay una montañita de menús y de cuentas de sitios baratos y caros en los que hemos comido y bebido por todo el país, pienso que en el resumen gastronómico de este verano de muchos kilómetros y acentos no destacan platos excepcionales o ingredientes excelsos, sino un trato hermoso y sincero de camareros de sitios grandes y pequeños que miraban a los ojos y cuidaban a cada uno de sus clientes como si fueran los primeros o los últimos de su carrera, de cocineros de altos vuelos que este año han rebajado la presencia de su yo más disruptivo para agasajar y hacer disfrutar, concediendo todos los caprichos y disparando recuerdos y emociones a fuerza de sabores amigos.

Ha sido, sin duda, el verano de los clientes, el más difícil de muchos, en el que el oficio y la afición cobraban todo el sentido en cuanto el comensal tomaba asiento y se liberaba de la mascarilla.

Nos habéis hecho muy felices. Gracias a todos, por tanto.