En esta misma columna decíamos hace unas semanas que el confinamiento nos mantenía a todos viviendo en una ensoñación, en una realidad paralela, y que cuando saliéramos a la calle nos llevaríamos una sorpresa mayúscula en relación con lo que nos habíamos imaginado. Esos días están llegando y algunas de las vistas que nos muestran duelen como mazazos.
Hemos vivido meses en mitad de una inundación y solo podíamos ver el agua alta. Mirábamos pasar río abajo los cadáveres de los que habían tenido menos suerte que nosotros y nos dolía el alma de impotencia, pero más allá de eso seguíamos sin tener idea alguna de la dimensión de lo que nos estaba ocurriendo o nos iba a ocurrir a no tardar mucho. Todo lo terrible, incluida la parte fea de la condición humana, permanecía todavía sumergida bajo las aguas.
A medida que el río vuelve a su cauce quedan al aire todos sus destrozos y miserias. Los olores putrefactos, los enseres inservibles, las casas destrozadas, los negocios deshechos, las ausencias de los que no lograron sobrevivir y decenas de miles de vidas que continúan hechas jirones. Mientras luchábamos por poner a salvo nuestros pellejos no podíamos pensar en todo lo que ahora aflora de un modo terrible ante nuestros ojos.
Aquellas primeras muestras de solidaridad, de unidad ante la adversidad, de ingenua creencia en que estábamos juntos y podríamos con todo, de que saldríamos más fuertes, dejaron paso muy pronto a la verdad del día a día, a las diferencias de criterios y pareceres, a los intereses vitales y profesionales contrapuestos, al sálvese quien pueda. Todo aquello que se anunciaba como ‘el sector’, como si de verdad existiera una fuerza compacta de intereses y convicciones se ha mostrado como lo que es realidad: un colectivo heterogéneo e ingente de personas que viven decenas de miles de realidades cada día, cientos de miles de pequeñas empresas que poco tienen que ver entre ellas y menos aún con las pocas realmente grandes. Quizás por ello la fuerza, capacidad de hacerse ver, ha sido mucho menor de la que le correspondería en relación con su peso humano y económico.
Negociaciones
Ante las dantescas escenas que empiezan a vislumbrarse cuando el agua del encierro apenas cubre ya los destrozos, todo se ha precipitado. Llegan los días de poner pie en la calle para levantar las persianas y la interlocución abierta por la patronal con el Gobierno y otras administraciones, que se mantiene desde hace meses, no ofrece frutos que calmen la desesperanza o que al menos dibuje caminos claros a futuro, ni en lo que tiene que ver con la financiación ni con los enormes problemas laborales en ciernes. Cero compromisos de fondo (aunque sí los haya ya en otros países europeos como Alemania y su IVA super-reducido para dinamizar la hostelería o Austria y su cheque universal de 25 euros para acudir a bares y restaurantes, por citar solo un par de ejemplos) más allá de esperar y esperar… quizás a que Bruselas consiga sacar adelante –está por ver si lo logran y qué condiciones– el plan de reconstrucción que plantea 140.000 millones para España.
Los nervios se han desatado. Un grupo de renombrados cocineros se plantaron hace tres días ante el Congreso a manifestarse en una acción legítima, bienintencionada y digna, pero a la postre poco lucida. Desde luego una acción que dista mucho de la envergadura necesaria para que el Gobierno la interpretara claramente como la respuesta unida de ‘un sector’ que sostiene a muchos miles de familias de la Comunidad de Madrid.
Al día siguiente se celebró la rueda de prensa de Hostelería de España con otra foto virtual muy trascendente que quizás debería haberse producido dos meses antes: el presidente de la CEOE, Antonio Garamendi, ofrecía a los pesos pesados de la cocina española –Joan Roca, Andoni Aduriz, Martín Berasategui, Ángel León, Ferran Adrià y también Susi Díaz– participar como interlocutores en las mesas de negociación con el Gobierno. El anuncio –y la aceptación por su parte con su presencia allí– terminaba con las dudas sobre la interlocución del sector que tanto ha tensionado al colectivo en estos meses –los cuestionamientos surgen en ausencia de liderazgos nítidos– y la aparición de plataformas y agrupaciones que ante la falta de avances palpables de las patronales y asociaciones profesionales se han reunido o aspirado a hacerlo con el propio Gobierno.
Adrià dio un paso adelante y levantó de nuevo el cetro de líder de todos que fue, comprometiéndose y comprometiendo a sus colegas para participar en el desarrollo de una estrategia de país para la recuperación del sector hostelero. Por fin, una imagen que se puede proyectar dentro y fuera del país con fuerza y credibilidad después de demasiado diletantismo y espera vacua, como decíamos ya hace dos meses en esta columna.
Postdata. Ricard Camarena, el primero de los grandes en abrir sus puertas, marcha viento en popa a toda vela con llenos a diario y reservas completas para las próximas dos semanas. Ojalá el destino depare la misma ventura a todos los que arranquen.