Truchimanes - Fernando Huidobro

Reconozcamos que hasta ahora no nadaban buenos tiempos para la lírica de la hispánica trucha, pues al tiempo que España olvidaba la escasez de posguerra y la precariedad de la dictadura y entraba en la opulenta Europa consumista de fin del s.XX, a la par y en descenso opuesto, las familias se alejaban de este humilde teleósteo que hasta entonces tan dignamente les había hecho el avío. ¿Volverán con la crisis las moteadas truchas de nuestra sartén sus  carnes a freir? 

La auténtica culpable de la caída del imperio truchil fue la implantación de las granjas de cría de la raza «Arco Iris», introducida en Europa en 1880. Su cultivo a lo bestia y a expensas de una despensa de innobles piensos, ha vuelto sus carnes trémulas de pura inactividad paralítica por mucho que los colorantes químicos ayuden al engaño de rosarlas. Más espacio para pasear relajaría sus cabecitas atormentadas por esa prisión. Aunque lo apretadito de la situación hará que las truchas sigan queriendo tanto a los truchos. 

La alegría queda para los pocos truchimanes españoles que pescan en los revueltos ríos trucheros del norte y que gracias a su sagacidad y cierta falta de escrúpulos -tahúres de escondidas truchas bajo la manga- todavía tienen la suerte de hacerse con un repoker de ejemplares de la ibera y salvaje trucha asalmonada o marisca. 

Esta tructa, palabra latina tomada del acervo celta, es la que remonta los ríos a coletazos: trota, salta, sube y aprieta sus carnes por el ejercicio, sonrojándose y sonrosándose toda ella, infiltrándose de esa benefactora grasa que la atocina y le da su glorioso sabor. Recompensa al esfuerzo y premio a su peleona vida.

Además, esa truchuela que vuela sobre esas frías aguas fluviales lleva dentro de sí, en su barriga, un embarazo múltiple. Un tesoro precioso y apreciado en forma de pompitas anaranjadas de gustosísima textura peguntosa y untuosa que estallan en la boca ametrallando las papilas gustativas. Pequeñas bombitas de intenso sabor marino-montañoso que también se saborea en los alevines que ahora se comercializan. 

Por cierto, ¿has oído cantar la trucha? ¿No? Pues escucha.