¡Abajo las croquetas!

Una reflexión inquietante en el Día Internacional de la Croqueta

Ya llevaba tiempo pensándolo y hasta argumentándolo -con limitado éxito- en diversos cenáculos… Y el otro día, charlando con el amigo, chef, ex Bulli, ex Catalunya (Singapur y Hong Kong) e inminente BCN Concept (Hong Kong), Alain Devahive, supe que no era sólo yo. Me comentaba Alain que, viendo España tras tres años en Asia, apreciaba un gran salto de nivel culinario en lo normal (tapas, tradición…) pero un aburrido estancamiento en lo conceptual, lo creativo. “Se cocina mejor que nunca pero faltan ideas y frescura: justo lo contrario que allí”. Y sí. Alain puso la certidumbre a mis reflexiones sombrías. Y es que ya está bien de tantas (metafóricamente) bravas, ensaladillas, croquetas… ¡Abajo las croquetas!

Me resulta hasta insultante cuando en un restaurante me presentan una croqueta -o similar- como uno de los hits del establecimiento; cuando, con una sonrisa feliz, me ponen platos de toda la vida que, dicen risueños, son el gran éxito del local, incluso en algunos casos la marca, el emblema del local… Amigos, este recetario tradicional ya debería estar descontado hace años. ¡Se da por supuesto que cualquier cocinero que medre en 2015 debe saber hacer todo esto de forma perfecta, y hasta mirando hacia atrás! ¿No? ¿O dónde estamos? ¿Dónde su fue la tensión creadora?

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Croquetas.

Obviamente, la mayoría de los chefs han abandonado la espesa senda de la exploración y han tomado el camino corto, el carril fácil y sin esfuerzo intelectual. Pero, como dice el blues, “más adelante en la carretera… tus risas de ahora serán tus lágrimas”. La cocina (como evolución, como disciplina vanguardista) no importa a todos estos cocineros que, apalancados en la estéril pero grata molicie, repiten y repiten fórmulas, “cocinan de producto” (tremenda perogrullada), reinterpretan hasta lo absurdo la tradición y no paran de abrir horteradas temáticas con el sólo fin de ganar dinero sin pensar en otra cosa que en seguir el mainstream de otras culturas o caer en las inefables tapas de siempre, que ya hieden. Street food, finger food, urban burgers, food trucks, vintage food, casual food, Km 0, cheap menus, showcooking, pop up, fun food, gourmetización de lo chabacano… Meras definiciones más o menos hip de la astenia gastronómica, el laissez faire culinario indulgente y la ley del mínimo esfuerzo, en definitiva. La originalidad, la creatividad, la inquietud, la insurrección, han sido asesinadas por el tedio. El horizonte para estos chefs quintacolumnistas es sólo una barra déjà vu bien surtida de croquetas (y compañía) arcangélicas, mórbidas, perfectas… Pero simples, monótonas, soporíferas.

Con este pobre y adocenado armamento conceptual, el grueso de los cocineros ha llegado por fin al fatídico rococó; vale decir, al refinamiento fatuo, la superficialidad intrínseca y la degeneración ideológica. Puro decorado. Salvando, claro, al reducido grupo de conjurados del futuro, la gran parte del sector culinario se ha abandonado al chicle gastronómico, al rédito inmediato. Naturalmente, todo esto no hubiera podido ser tan caricaturesco (ni peligroso en el tiempo) sin el aplauso complaciente de gourmets (¿o gourmands?) nostálgicos y periodistas de lágrima fácil ni sin el jaleo del recalcitrante grupillo de bloggers glotones que malgastan su tiempo -y el nuestro- con opiniones espurias, cuando no con insultos, desde sus púlpitos esponsorizados.

Todos ellos, festejando la croqueta (metáfora) como el nuevo ídolo de barro de nuestra gastronomía, están hundiendo la cocina contemporánea española y transformando un irrepetible movimiento revolucionario en… una ridícula (aunque brillantemente niquelada) croqueta.

No; a mí no me deis más croquetas… ¡Abajo las croquetas!