La "gran cocina" de Fermí Puig

Un viaje a las esencias del placer

“¡Esto es la gran cocina!” La exclamación de Roser ante el primer plato del menú del nuevo restaurante Fermí Puig -el regreso al mercado del admirado cocinero junto al no menos requerido Alfred Romagosa- tiene un doble esplendor: primero, la certificación de un estilo; y segundo, que la “grandeza” también es posible desde formatos y precios contemporáneos.

fermi-alfredA Fermí y Alfred no se les notan nostalgias de pompas perdidas con vistas al paseo de Gracia. Porque Fermí y Alfred son capaces de instalar el “lujo” allí donde estén, sin necesidad de cosmologías ostentosas. En este caso, en la calle Balmes de Barcelona, a pocos metros de la Diagonal, allí donde el fragor más precisa de la elegancia de este cocinero y este maître que ya son mito. Efectivamente, el boato serpentea por sendas inescrutables hoy. Por unos sofás bicolor manufacturados por un ergonomista catalán que trabaja para la NASA y para Audi. Por una decoración mural que evita el estaticismo estético a través de proyecciones. Por un servicio cuya modernidad no oculta el rigor subyacente. Por una cocina, en fin, a la que se le sale inevitablemente la grandeza por las costuras. Recordemos ahora la segunda premisa de la afirmación que encabeza este artículo: 35 € al mediodía; 45 € por la noche. Todo incluido. ¿OK?

Pero no hay magnificencia sin pasión. Y aquí también juega el Barça, que es el fervor indisimulado. La promiscuidad de Fermí con el club no podía ser ajena al nuevo restaurante y, así, el privado del Fermí Puig es el mihrab donde soñar glorias futbolísticas imbricadas en gastronomía. No sé cómo, pero Fermí consiguió un trozo de la valla de madera original del legendario campo de Les Corts, que ha ubicado en trompe l’oeil delante de un mural donde vivimos, junto al President Companys y Josep Suñol, un partido de remoto recuerdo. Al lado, la copa de Pichichi de César. Más fotos. Y, en el centro, un gran plasma. Sí, amigos, aquí podremos ver los partidos del Barcelona sintiendo toda la historia, toda la epopeya. Y con menús especiales a base de un pica pica y un segundo. Abierto, además, a todo el mundo.

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El comedor del Restaurant Fermí Puig.

Regresando al comedor, la mesa de mármol, sin mantel, ya está dispuesta. Ahora sólo queda abandonarse a la “gran cocina”. ¡Y por Júpiter que así va a ser! Gambas en gabardina con un toque de ras el hanout. Bricks de nata al curry con tocino y cebolla. ¿Lo vais entendiendo? Ni una sola concesión a la vulgaridad. Pero ya sentimos la gran oleada… Agnolotti de asado de ave, cerdo y ternera de alto refinamiento y sutil morbidez. Aromas del Piamonte. La bullabesa. ¡Qué limpieza! ¡Qué sabor de fondo! Ahora un poco de historia (siempre habrá platos emblemáticos de Fermí en la carta para mitómanos): el parmentier de bogavante, sensual, envolvente, irracional. Pero no llores, porque las lágrimas te impedirán ver la entrada del bacalao con patatas al laurel, espinacas y romesco y el codillo, envuelto en cap i pota con crema de piña y brunoise de manzana.

Y cuando pienses que el placer tiene un límite, verás que más allá hay otras regiones donde el gozo es dulce: brazo de gitano con frutos rojos. Silencio.

Al salir del restaurante, la calle Balmes parece moverse a cámara lenta…