La hija del Gran Cocinero me paró en mi camino el día en que iba a casarme.
Eres tú con quien me gustaría compartir mi propia receta, me dijo.
Busca un cálido y mullido huerto bajo el cielo donde, de sus flores, hierbas y especias, hacer nuestra cama.
Y para mi goce te daré un hijo con la cuchara y las estrellas sobre su cabeza.
Su pelo era como doradas espigas de trigo ondulándose al viento; sus manos fina y blanca harina; sus labios, carnoso pan candeal y sus ojos parecían tener arándanos en su interior.
Dejamos el camino y subimos hacia los bosques de Mugaritz.
Hasta donde el Viejo Roble arraiga.
Bajo de él yacimos cantando platos y haciendo el amor.
La desnuda tierra debajo y encima el universo.
Se hacía tarde y mi boda no podía esperar.
Estaba triste pero tenía que marchar.
Así que mientras dormía gusté de besar su mejilla para conservar su sabor.
Se celebró el gran banquete y los mejores chefs vinieron de todas partes.
Pleno de exquisiteces y alegría, sidra y txacolí a destajo.
Pero por encima de todo eso, recuerdo a la chica que conocí.
Porque ella me dio algo que mi paladar jamás podría olvidar.
Pasó un año y todo seguía como entonces. Como un año antes…
Hasta que alguien dejó un presente en mi puerta.
En aquella cesta yacía la más apetecible de las criaturas llorando porque le hiciera de comer.
Me arrodillé y besé la cuchara y las estrellas sobre su cabeza.
Pasaron los años mientras el chico crecía y la ciudad no dejaba de asombrarse de su personal culinaria.
Nunca antes los donostiarras habían degustado algo como lo que El muchacho con la cuchara y las estrellas sobre su cabeza cocinaba.
Y las gentes de la gastronomía llegaban de todo lugar sólo para conocer y sentir la sabiduría de la cocinación que predicaba.
Os diré todo lo que he aprendido: el sapere es todo… Andoni dijo.
(Versión libre y gastró de la canción de Cat Stevens «The boy with the moon and the star on his head» dedicada a Andoni Luis Aduriz)
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