Persona despreciable y de malos procederes. Así define la Real Academia de la Lengua una palabra que ha acabado, por caprichos del habla popular, convertida en adjetivo fetiche para un determinado sector de la hostelería. El calificativo canalla asociado a bares, restaurantes o clubs ha adquirido dimensiones de plaga en Madrid, aupado por empresarios y agencias de comunicación escasos de ideas, pero ninguna ciudad de provincias se salva de contar con un puñado de garitos empeñados en transmitir esa imagen golfa, descarada y granuja, que invita al crapuleo, siempre y cuando se pase por caja.
Los negocios en cuestión suelen llevar nombres que rozan la autocaricatura, como Indomable, Clandestino, Ingobernable, Vicio o Pecadora. Se arrogan cualidades originales y rompedoras aunque, como define de forma magistral el dúo cómico Pantomina Full en un sketch descacharrante, se trate generalmente de ese «bar único igual a todos». Suena música de radiofórmula, la decoración es una desesperada invitación al selfie y su público de niños bien está en las antípodas del lumpen que quieren evocar.