Me vas a poner

Dejo comanda

De todas las formas posibles de pedir algo en la barra de un bar o en la mesa de un restaurante probablemente la que más chirría es esa que empieza con un «me vas a poner…» Hay algo en ese futuro próximo revestido de imperativo que resulta difícil de tragar, como una cucharada de aceite de ricino. Sí, ya sé que es una frase hecha y que mucha gente la usa por pura costumbre, sin esa intención tiránica, pero hay en ella una aspereza que marca el tono de la relación con el camarero. No es una petición, sino una orden.

 

Para el oído anglosajón sería prácticamente una blasfemia hablar a alguien de un modo tan árido. Maestros del circunloquio, envuelven cualquier demanda en tres capas de condicionales, un par de súplicas y una sonrisa casi contractual. Acercarse a una persona y, no solicitar, sino anunciar lo que está a punto de suceder, como quien lee un real decreto, sería arriesgarse a que el camarero acabe escupiendo en el plato. Ni siquiera los franceses, siempre tan altivos, toleran semejante embrutecimiento. Guárdese de pedir cualquier cosa sin el obligado ‘s’il vous plaît’ o le tomarán por un cochero, o peor aún, por un oligarca ruso.

 

Está claro que el carácter patrio es más directo y castizo, no tan dado a esa formalidad -muchas veces impostada- que se estila al otro lado de los Pirineos. También es cierto que a veces la confianza entre camarero y cliente permite prescindir de la etiqueta e ir directo al grano. Hay muchas formas de hacerlo y la mayoría no necesitan de esa acartonada urbanidad que gastan los extranjeros. Una sonrisa, una palabra amable o una pequeña broma ayudan a establecer un vínculo en pie de igualdad. Al final y al cabo, además de pedir un café, estamos abriendo una conversación.

 

Las palabras no son inocuas, tienen un peso, una música, una intención. Saber escoger las adecuadas predispone al entendimiento y la simpatía. Si en lugar de limitarle a obedecer una orden, se invita al camarero a ofrecer lo mejor que tiene, es muy probable que recibamos a cambio algo más que un simple café. En el fondo, la amabilidad es una sutil estrategia de persuasión.

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