Apenas 24 horas después de que Time Out Market abriera sus puertas en el Maremágnum de Barcelona, a pocos metros una manifestación protestaba en la parte baja de Las Ramblas contra la masificación turística. Dos noticias que nada tienen que ver -de hecho, el nuevo mercado asegura estar pensado para los locales- pero que permiten hacerse una idea de lo delicado del asunto. Y del reto que supone pretender ofrecer una buena propuesta gastronómica en la zona cero del turismo.
Porque el Port Vell en general y el Maremágnum en particular simbolizan perfectamente esa suerte de degradación que todas las ciudades tienen en las zonas donde la presión turística es muy fuerte. ¿Para qué hacer las cosas bien si los turistas no van a volver y los locales ya ni se acercan por aquí? Así que la valentía de Time Out Market por intentar dar la vuelta a esa compleja tortilla es incuestionable.
La idea ya funciona estupendamente en otras ciudades del mundo desde hace años así que se trata de un modelo de probado éxito que llega ahora a España y se estrena en Barcelona. La elección de lugar que puede, a priori, asustar a los locales, tiene lógica nada más entrar al espacio: más de 5000 metros cuadrados, luminoso y bastante cómodo para moverse. El único problema, nos cuentan, es que el primer fin de semana se ha quedado pequeño ante la afluencia de público. Que todos los dramas sean ese, pensarán los responsables del proyecto.
En busca de un mercado diferente
¿Pero qué es Time Out Market? Sencillamente un mercado gastronómico que reúne en un mismo lugar algunos de los mejores restaurantes de la ciudad. Lo que le hace diferente de otros es que aquí la selección de los participantes corre a cargo del equipo editorial de la revista, con lo que se presupone una buena representación de lo mejor de la ciudad en diferentes especialidades.

Con una alineación que incluye, por citar algunos, la pizzería La Balmesina, las hamburguesas de La Real, los tacos de Xuba, los arroces de Can Ros o el marisco de RiasKru parece que la calidad se puede dar por descontada.
No es ningún secreto para nadie de Barcelona que en todos esos lugares el nivel es muy alto. Además, los restaurantes en este espacio funcionan como sucursales de sus respectivas casas madre y parte de la gracia es que ofrecen los mismos platos que allí y a precios similares.
Además, cuenta con fichajes especialmente interesantes, no ya por su calidad, sino por su simbolismo a la hora de representar la gastronomía de Barcelona. Casa Amalia, por ejemplo, es una magnífica casa de comidas que lleva desde 1950 abierta junto al mercado de la Concepción y que ahora estrena restaurante en este espacio. Es, de hecho, el único con servicio completo de mesas y sala.

Otro mítico de la ciudad, el centenario Colmado Murria, también cuenta con local en el nuevo mercado, con su selección de embutidos, quesos, ahumados, conservas y vinos. Productos que se podrán degustar allí o también comprar para llevar. Tampoco faltan cocineros con estrella: Fran López con sus productos del Delta del Ebro y Jordi Artal, de Cinc Sentits, seguramente el biestrellado más desconocido de la ciudad.
Todavía no está en funcionamiento, pero será interesante ver cómo adapta su cocina a un espacio como este donde no hay margen para menús degustación ni para grandes filigranas en el emplatado.
De momento, sí que hemos visto a Lena Maria Grané y Ricky Smith del restaurante BaLó adaptar su propuesta. Este espacio, combinando platos que también sirven allí con otros creados para la ocasión, como una scotheggs con butifarra y crema de alubias. Muy veraniego no suena, pero está rico.
¿Pero irán los barceloneses?
Lleva pocos días en marcha, así que es pronto para sacar conclusiones más allá de lo evidente: si se mantiene el nivel de los restaurantes elegidos y no hay margen para atajos que permitan llegar a más volumen, comer bien está asegurado. La rentabilidad para quienes participan es otro tema, aunque ver entre los participantes a chefs y empresarios como Oscar Manresa parece una buena pista: sabe lo suficiente del negocio hostelero como para entender que, si está aquí, es porque los números salen pese a la considerable inversión necesaria y el alquiler.

Pero la gran duda que sobrevuela estos primeros días y que se comenta en los corrillos gastronómicos de la ciudad es quién será la clientela de este espacio. «¿Tú irías?», nos preguntamos unos a otros para intentar adivinar el futuro del mercado y saber si, dentro de unos meses, por allí se asomarán los locales o sólo habrá turistas.
Y lo cierto es que hay más dudas que respuestas. De entrada, hay que superar el trauma que impide a la mayoría de habitantes de Barcelona adentrarse por la pasarela que conduce al Maremágnum pensando en comer. Una zona que con contadas excepciones (el cercano FiskeBar y el reciente Vraba) ha sido desde hace décadas un páramo gastronómico.
Además, ¿para qué ir aquí allí pudiendo ir al original? Pues, por ejemplo, para tomarse un cóctel en Paradiso sin colas ni listas de espera. La famosa coctelería, que ocupa una privilegiada zona de terraza, es otro de los grandes atractivos del mercado. Tampoco es fácil improvisar unos tacos en Xuba, casi siempre lleno y con espacio justo. O comer los platos de Casa Amalia, pero con vistas al mar.

Pese a ello, las dudas son más que razonables y costará que en el particular mapa culinario de los locales este mercado consiga hacerse un hueco entre las opciones posibles. También es verdad que su viabilidad económica igual tampoco depende de ello y que con el flujo de visitantes tiene de sobra para llenar cada día.
El reto es enorme y la zona muy complicada. A la espera de ver cómo evoluciona, una cosa está segura: la imagen gastronómica de la ciudad para quienes nos visitan sale ganando. Porque las posibilidades de que, incluso sin buscar demasiado, alguien acabe comiendo bien aquí y no una paella infame en alguna terraza cercana han aumentado considerablemente.