«Con todo el pesar y el dolor, la familia Bonilla a la Vista comunica el fallecimiento de nuestro capitán, César Bonilla. Su incansable trabajo y dedicación hicieron posible que el nombre de Bonilla a la Vista suene hoy a lo largo y ancho del mundo, sin perder jamás sus raíces gallegas». Con esta nota anunciaba la empresa de las patatas más cinéfilas el fallecimiento de su fundador a los 91 años.
Hasta hace bien poco todavía acudía con regularidad a la fábrica del polígono de Sabón, en Arteixo, de donde cada año salen 400 toneladas de las patatas que la oscarizada «Parásitos» convirtió en virales en el 2020.
César Bonilla ( Ferrol, 1932) falleció este viernes en A Coruña dejando sin capitán una de las enseñas identitarias de A Coruña.
Fue su padre, Salvador, quien en los años 30 del siglo pasado decidió dejar la Marina para montar una churrería que llegó a contar con 200 mesas en la esquina de la plaza de Armas con las calles de la Tierra y Real, en Ferrol. El propio César contaba que el nombre de la marca hoy internacional es la respuesta que su progenitor daba cuando, en su etapa como cabo, le daban el «¡Alto!, ¿quién va?», prueba ya del ingenio y humor de la apreciada familia, que regentó también un hotel en el puerto de la ciudad departamental.
Amante del mar —llegó a ser campeón gallego de pesca submarina— , a los 16 años César aprobó con sobresaliente el ingreso en la Escuela de Náutica de A Coruña y en 1949 se trasladaron a la ciudad herculina. Montaron entonces su primera churrería en la calle Orzán, un local que abría 24 horas gracias a una licencia especial que les permitía el horario ampliado a cambio de no servir alcohol, y donde el chocolate, los churros y las patatas comenzaron a conquistar a una clientela fiel entre la que figuraban personalidades como el alcalde Alfonso Molina, que acostumbraba a desayunar en el establecimiento leyendo la prensa.
A los dos años de su llegada a la ciudad, el joven César tuvo que abandonar sus estudios marinos para meterse de lleno en el negocio. Con su madre, María Vázquez, preparaba las crujientes patatas, que comenzaron a distribuirse en latas de kilo. Él mismo las llevaba, primero en bici y después en una moto Guzzi roja que aún hoy se conserva a las puertas de la factoría de Arteixo.
En 1958, la churrería se trasladó a la calle Galera, con tal éxito de clientes por el chocolate y los finos churros que la elaboración de las patatas se complicaba. Fue César Bonilla quien decidió poner en marcha la fábrica de Sabón en 1988, esa que seguía visitando con regularidad saludando a cada uno de los empleados con los que se cruzaba. Se conocía el nombre de todos.
Con solo tres ingredientes, sal marina, aceite de oliva y patatas de calidad, fue ampliando mercados y ganando notoriedad, y el popular logo de la marca, un barco sobre las olas, se convirtió en sinónimo de calidad. Apareció incluso en una sesión fotográfica de la afamada maison francesa de moda Balmain en el 2014, antes de que, en el 2016, las patatas coruñesas desembarcasen en Corea y de que, cuatro años después, una de las célebres latas de Bonilla a la Vista se colase en la película surcoreana que mereció el Óscar convirtiendo el mercado asiático en el más importante de la marca en el extranjero.
A la demanda oriental, donde las Bonilla se han convertido en un producto de delicatessen, se sumó la de otras latitudes, incluida Australia, y hoy el crujido de las patatas más conocidas de Galicia se saborea en una treintena de países.
Aún cuando la salud lo llevó a entrar en diálisis, no perdonaba su café con leche «con cuatro churritos» para desayunar, y bromeaba con que «los médicos no me han dicho que deje de comerlos y mucho menos las patatas fritas porque son de Bonilla y se fríen en aceite de oliva».
En la última entrevista de César Bonilla en La Voz declaró; «Los médicos nunca me han dicho que deje de comer churros o patatas fritas».