Si todo va como debe ir, la gastronomía de la comarca de Cartagena se consolidará en unos años como una de las más interesantes de la Región de Murcia y será uno de sus principales destinos culinarios. El tándem que dirige Magoga, María Gómez y Adrián de Marcos, ha sido el primero en decir aquí estoy yo y, tras conseguir su primera estrella Michelin hace unos años, continúan con paso firme, abriendo camino en una plaza compleja e ilusionante.

Magoga acaba de ser reformada para ganar espacio en la entrada, lo que ha ocasionado la pérdida de un par de mesas, además de eliminar los manteles, dentro del constante cambio que implica dirigir un restaurante de este nivel. El resto, sigue más o menos igual. En Magoga entendieron desde el principio que lo importante es contar el entorno, lo más cercano, y el relato se centra en la comarca, en la vida de María, la cocinera, en sus recuerdos de la niñez, en los productos que la han acompañado durante toda la vida y que ahora abandera con orgullo para que nos llevemos un trocito de su historia; el campo de Cartagena y el Mediterráneo.
Después está la técnica, la imaginación y la habilidad para mezclar texturas. Lo hacen en un menú degustación que mantiene algunos platos de siempre, como su snack de ensaladilla rusa o su flor de tomate, el plato de quisquilla de Cartagena o el cremoso de cebolla. Entre los nuevos, encuentro de altísimo nivel el plato de arroz de Calasparra, la gamba roja en diferentes texturas en mi caso es de bogavante- que recibo, el cuerpo asado y la pinza del bicho en tempura con una grasita de vaca vieja para mojar y un aire cítrico para limpiar en ese afán de la cocina en mantener el equilibrio en todo momento, y la molleja de cordero con su pil pil, que es un auténtico espectáculo.

El equipo de sala de Magoga está por la estratosfera. Su capitán, Adrián de Marcos, propone un maridaje de vinos elaborados bajo velo de flor -del marco de Jerez y otras partes del mundo- que es una auténtica maravilla. Enamoran los detalles en el trabajo de los camareros que se acercan a la mesa durante la velada.
Deliciosa cococha de atún, el servicio de pan brioche y mantequilla, el carro de quesos del final y el postre de remolacha, almendra marcona y kéfir, que protagoniza uno de los maridajes más redondos de la experiencia, con un Pandorga Tintilla de Rota -Pedro Ximénez- que le aporta el azúcar que echas de menos en el plato. Magnífico. Para terminar, un postre de chocolate a base de algarroba en varias texturas, fruto de la penúltima investigación que ha llevado a cabo la pareja cartagenera.
Dejo para el final un plato de tomates en texturas que encuentro con recorrido y la sensación de que la sala puede terminar el montaje de algunos platos en la mesa, así como la falta de un poco más de juego, de interacción en diferentes espacios del restaurante, para no llegar directamente a la mesa para sentarnos hasta que terminamos. Magnífica experiencia global en la que es una de las salas más en forma del panorama nacional.