Las manos de Roberto Oliván están curtidas de trabajar en el viñedo. Son manos que delatan que pasa más tiempo en sus casi diez hectáreas de viña en Viñaspre (Rioja Alavesa), el pueblo donde creció y donde vive con su familia, que hablando de ellas en eventos y catas de vino, de las que no es muy amigo.
“Es una forma de conocer al productor, pero ahora hay demasiadas”, dice con la sinceridad que le caracteriza. “Nuestros vinos en las catas no sobresalen; no son espectaculares porque no son vinazos. Nuestros vinos hace diez años habrían sido una porquería, porque están abiertos de color y son sencillos…”
Afortunadamente para Roberto y su familia ese estilo de vinos directos y francos que elabora desde que lanzó Tentenublo en 2011—cuyo nombre hace referencia al repique de campanas que se utilizaba en los pueblos para alejar a las nubes de granizo— es apreciado por los consumidores y la crítica nacional e internacional y les permite vivir dignamente del campo.
Desde la viña a la bodega, el trabajo de este treintañero es sincero y sin florituras innecesarias: viñas propias con variedades mezcladas como antiguamente y trabajadas sin herbicidas y selección masal de sus parcelas más viejas para plantar viña nueva para otras generaciones. Así lo hicieron su abuelo —al que dedicó su vino Xérico— y su padre, y así lo hará él para sus dos hijos y los descendientes de éstos.
Para esta entrevista nos cita en el Abundillano, una de las viñas familiares de la que nace uno de sus vinos de parcela más singulares y que forma parte de la colección El Escondite del Ardacho. Junto a Igor, su único empleado a tiempo completo, está injertando garnacha con material vegetal que recogió de las viñas más viejas en el invierno. Los días primaverales y con la luna en creciente, cuando la savia sube y llora, son perfectos para hacer esta labor de azada y cuclillas. Es una tarea que la mayoría de productores subcontratan a profesionales, pero a Roberto no le asusta el trabajo manual a pie de viña.
Recientemente ha lanzado su colección Los Corrillos, que son parcelas muy pequeñas o de difícil acceso en los alrededores de Viñaspre que casi nadie quiere y que él va comprando poco a poco. De momento elabora un blanco y un tinto con una producción total de poco más de 1.000 botellas, pero ya está pensando en lanzar otros tres vinos más que reflejen la singularidad de estas viñas viejas.
Y aunque no sea muy amigo de las catas y de las ferias, siempre hay alguna en la que se le puede encontrar compartiendo espacio con amigos como Xurxo Alba (Albamar), Beatriz Herranz (Barco del Corneta) o Alvar de Dios con los que este año acudirá a Fenavin. Entre sus planes también está viajar en unos meses a Canarias, donde visitará a Victoria Torres (Matias i Torres) en La Palma, un viticultora a la que admira. “La conocí hace dos años en Fenavin, cuando coincidimos en el stand. Hablaba yo de Xérico y ella lloraba. Ella acababa de perder a su padre. ‘Esta mujer es pura, ¿eh?’, pensé. Será de las pocas personas puras que hay en este mundo. Es como si tuviera una luz”, dice de ella.
¿Un vino para probar antes de morir?
La verdad es que nunca lo he pensado. Pero ahora que hemos estado hablando de Vicky, me gustaría probar la Malvasía Dulce de Matias i Torres, pero alguna de los primeras que hizo su padre. Probé la última añada que había hecho su padre y me pareció increíble. El resto del mundo del vino no me llama mucho la atención. Ahora mismo no me llaman tanto los vinos como las personas; me gusta la gente que no ve este oficio como un juguete: Còsmic Vinyaters, Laura Lorenzo de Daterra Viticultores, Victoria Torres, Ismael Gozalo (MicroBio Wines), etc. Sus vinos son el reflejo de su personalidad. Hay mucha gente que dice que hace vino de paisaje pero el paisaje lo ven pocos días.
Ahora hay gente que enseguida firma la botella y pone “viticultor”. Esto es un trabajo, es una forma de vida, pero hay mucha gente que está todo el día de aquí para allá, cuando tiene trabajo en el campo para 15 personas. Andrés [Conde Laya, de La Bodega Cigaleña en Santander] siempre me dice: tú estate donde tienes que estar, que las botellas ya las venderemos nosotros. Y es así, cada uno tenemos nuestra parte.
¿Cuál es el último vino que has comprado?
Un Domaine Tempier, de Bandol, que lo compré en Madrid. Un tinto de monastrell (la mourvedre francesa) que me gusta. No conozco personalmente a la familia que lo elabora, aunque me gustaría ir a su casa alguna vez.
La verdad es que compro poco porque me regalan mucho pero cuando lo hago intento comprar vinos con los que creo que voy a conectar. He comprado últimamente mucho de Elisabetta Foradori, blancos con pieles… cosas así. Los de José Luis Mateo (Quinta da Muradella) también; en casa nunca faltan un par de cajas de Candea, una de blanco y otra de tinto, para beber de diario. Esas no se guardan.
¿Cómo incentivarías el consumo de vino entre los jóvenes?
Eso está complicado. Yo no tengo la respuesta pero creo que hay que dejarse un poco de tonterías. Mira, hace poco le regalé una botella de Daterra a Igor y a los pocos días le pregunté si lo había probado. Me dijo que sí, que se había servido un vasito y que le había gustado. Este señor no tiene una copa de vino en su casa; se lo sirvió en un vaso de Duralex; se llevó una botella de una mujer que se supone que ahora está en el candelero, se lo sirvió en un vaso de Duralex en su casa y le pareció que estaba bueno; esa es la clave de todo. Tenemos que dejarnos de tanta bobada y dejar de hacer vinos para catar; la clave es hacer vinos directos, vinos para beber. Afortunadamente, la tendencia ahora es esa. Nosotros no hacemos vinazos como Tempier u otros. Nosotros hacemos vinillos.
En mi pueblo, en Viñaspre, poca gente bebe vino etiquetado; se bebe vino de autoconsumo. En el bar de Viñaspre se vende el vino que hace el dueño del bar. ¿Que qué tal está? Bueno, es un vino, que es lo que tiene que ser. Allí no hay tontería: la gente va allí, les ponen un vino que está fresco y se lo beben. Los que van allí beben una botella al día; esos sí que suben el consumo del vino.
¿Tienes algún referente en el mundo del vino?
Referentes como tal no tengo; sí que he ido descubriendo gente que me apasiona como trabajan, y que por suerte son amigos míos. Lo que nunca he tenido es un referente al que imitar. Cuando estaba en la universidad sí que tenía compañeros que hablaban de Sisseck y de gente así como ídolos para ellos, pero yo nunca he querido hacer los vinos como nadie. ¡Pero si a mí los vinos me salen de chiripa!
En mi entorno, mi padre sí que ha tenido la visión que a mí a veces me ha faltado. Mi padre es de esos que van al bar y beben vino de verdad; con su cuadrilla se beben una botella todos los días. Muchos de los vinos han salido por él, como el Xérico. Para él es un vino que se parece a los que hacían antes en casa.
¿Con qué maridaje te has emocionado?
(Se ríe) No sabría responder a eso. El maridaje no es algo que me va a mí mucho. Alguna vez he estado en algún restaurante con estrella y a mí me vuelve loco cuando empiezan a sacar copas y copas. Yo prefiero abrir una botella, beberla hasta que se acabe y dejarse de copas y copas. Yo prefiero comer con el mismo vino toda la comida.
Cuando me preguntan los distribuidores o en las catas con que maridan mis vinos yo les digo que no tengo ni idea. El vino debe ir con lo que a cada uno le encaje. No pienso tanto en eso. ¿Ves? Para mí todas estas cosas hacen que el vino sea más complicado, pero el vino es mucho más sencillo que todo eso.
¿Una carta de vinos de un restaurante?
Si hay que decir uno, para mí no hay duda de que sería La Cigaleña. Es un lugar para beber muy bien pero sin carta; lo mejor es hablar con Andrés [sumiller y co-propietario] y que te vaya sacando cosas de beber; y además no suelen ser cosas carísimas. Ahora mismo me gusta mucho también el trabajo que hace Alex [Hernández] en el restaurante Mina, en Bilbao.
¿Una bodega para la historia?
Pues tampoco tengo claro que haya alguna para la eternidad. La única que podría quedar para la historia tendría que ser una que cuando empezó era una cosa y ahora, en este momento, es la misma cosa. Posiblemente la mayoría de las bodegas comenzaron con un objetivo que ya no es el mismo. La mía comenzó con una historia y de momento continuamos con la misma, pero ¿qué va a pasar dentro de 40 años? Pues no lo sé. Aunque los gustos cambien con el paso del tiempo, el espíritu debería permanecer intacto. El objetivo, en una bodega grande y en una pequeña, debería ser vivir de esto. Lo que pasa es que para muchos productores el objetivo era ese y ahora es ganar premios o salir en las revistas y el negocio pasa a un segundo plano; también hay unas cuantas por aquí que empezaron siendo una cosa y hoy pertenecen a un gran grupo y ya no son lo que eran al inicio.
¿Cuál es tu variedad preferida?
Yo no hago vinos monovarietales así que me cuesta responder a esa pregunta. Para trabajar me gusta mucho la garnacha, aunque no es la que más tengo; tendré un 30%, unos 7 u 8.000 kilos. La garnacha siempre da la talla; es muy plástica y se adapta a todo, por lo menos las que yo cultivo. En casa siempre me dicen: mas vale una garnacha verde que un tempranillo maduro.
¿Puede terminar la frase? No quite el ojo a…
Yo creo que hay una persona que va por el buen camino y va a dar mucho que hablar y es Salva [Batlle], de Còsmic Vinyaters. Está en un sitio muy aislado, cerca de la frontera. El tío se reinventa todos los días, y no sabe nunca qué vinos va a hacer por eso puede hace 17.000 vinos distintos todos los años. Y así va: lo mismo saca un espumoso, que una cariñena… él sí que es un espíritu libre.