Los habitantes de la estación de Lin Calel

Romina Negreiro y Daniel Almirón convirtieron la vieja estación en su casa. Levantaron su huerto y sus gallineros, crian ganado, hacen quesos, panes y embutidos y se ganaron la independencia.

Leandro Vesco

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El sudeste de la provincia de Buenos Aires, es un territorio de llanura que termina en una costa dilatada, donde se encuentran playas solitarias y algunas de las más bellas del litoral marítimo. Tierra adentro, el pastizal pampeano domina el paisaje junto a extensas plantaciones de cereales, que se funden en un horizonte donde apenas se destacan algunos árboles. Allí, abandonadas y fueras de circulación se mantienen en pie docenas de estaciones ferroviarias que dejaron de prestar servicios desde la década del 60 y especialmente en los 90. Configuran el mapa del olvido. Una familia decidió hace tres años recuperar una de ellas para vivir y convertirla en un centro productivo de alimentos orgánicos y un destino turístico.

 

“Nuestro patio es un supermercado”, declara Daniel Almirón (43 años) mientras muestra sus principios y grafica la realidad que consiguieron fabricar a partir de un trabajo familiar organizado. Su objetivo, la soberanía alimentaria, lo alcanzaron en tres años. Se establecieron en la estación de Lin Calel, un pueblo de apenas cuarenta habitantes del distrito de Tres Arroyos, a ocho kilómetros de Claromecó y del mar. Almirón la halló por accidente en 2019. “Quería ir a Copetonas (un pueblo vecino), me desvié del camino y la hallé, supe que ese era el lugar para mi familia”, señala. Vivía en un campo con su esposa y cuatro hijos, decidieron mover las piezas del destino y se fueron a vivir a la estación. “Estaba destruida”, cuenta. Hacía cincuenta años que estaba abandonada, sin agua ni electricidad, y apostaron por una revolución silenciosa: “Quisimos devolverle su belleza, hacer nuestra casa, producir nuestros alimentos y abrir la estación a todos aquellos que quisieran conocer cómo ser independientes”.

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Rotulo de Lin Cálelo con la Estación al fondo. Foto: Leandro Vesco.

La fórmula fue sencilla: gastaron todo su dinero en una bolsa de semillas. “Fue nuestro tesoro, compramos semillas para tres años y ahora las producimos nosotros”, cuenta Almirón. El plan fue estratégico: con una guadaña ordenaron el terreno y limpiaron la estación. Primero hicieron la huerta. “Me decían que estaba loco, que era imposible vivir y producir en la estación”, recuerda Almirón. Les respondió con trabajo. Hizo tareas en las casas del pueblo y juntó algo de dinero,  compraron una vaca lechera. En dos meses ya consumían sus verduras y podían tener leche, queso, manteca y crema. “Resolvimos el problema de nuestra alimentación”, sentencia. Primer paso, superado.

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Las vacas de la familia pastan frente a la Estación de Lin Calel. Foto cedida por Daniel Almirón.

“Siempre supimos algo: queríamos vivir sin dinero, demostrar que se puede”. El paso siguiente fue hallar una respuesta a la pregunta: ¿qué hacer con la producción excedente? Hicieron trueque, y así fue como consiguieron pollos, cerdos y gallinas, pero también vidrios, pintura y materiales de construcción para completar la recuperación de la estación. En 2020 y 2021 ya se había transformado en una unidad productiva. A la huerta se sumaron espacios para patos, gansos, gallinas ponedoras, pollos parrilleros, lechones, chivos, ovejas y conejos. También árboles frutales, como manzanos, ciruelos y cítricos. La zona es además rica en vizcachas y las prepara en escabeche, preciado plato en el menú campero.

 

Quesos y embutidos

La producción se basa en quesos y embutidos. Los primeros en tres clases, fontina, sardo y el clásico queso de campo, de pasta semidura, muy consumido en pulperías y es el queso típico de la familia rural. Se lo suele ver dentro de una campana de vidrio, o dentro de una estantería con una malla metálica, mantenido a temperatura ambiente. El estacionamiento promedio, es de cuatro a cinco meses. Los chorizos frescos (parrilleros) son de cerdo y cerdo con vaca, y los salames se secan a la manera antigua, colgados del techo en una habitación con ventilación cruzada. “Leche, cerdo y novillos, son propios, no hay nada que no produzcamos nosotros”, aclara Daniel.

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Producen tres tipos de quesos, chorizos frescos y salames. Foto cedida por Daniel Almirón

“La producción que generamos para nosotros es total”, aseguraba Almirón hace unos días. La estación de tren de Lin Calel cambió por completo en tres años. Los seis integrantes de la familia trabajan en el proyecto, aunque a sus tiempos. “Puedo decir que con este trabajo podré enviar a dos de mis hijos a la universidad”, cuenta Almirón. Habla de Aylen y Bruno, los dos mayores. Maximiliano está becado por sus buenas notas en la escuela agraria de Tres Arroyo e Irene, la menor, concurre a la escuela del pueblo: es la única alumna. Los días de semana, los distintos transportes los buscan para dejarlos en sus establecimientos educativos y entonces el matrimonio se hace cargo de los detalles de su épica recuperación. Romina Negreiro (41 años), esposa de Almirón, ordeña las vacas, él atiende a primera hora los cerdos y ovejas, después pasa a las aves de granja y luego comienzo a hacer queso. Durante todo el día atiende la huerta, y a la tarde el trabajo sigue. “No tenemos patrón, somos nosotros quienes nos dirigimos”, sostiene con orgullo.

“Emociona saber que todo es fruto de nuestro trabajo,

 que sale tan barato producir nuestros propios alimentos,

y que todo esto se puede repetir todos los días”.

Con soberanía alimentaria, también tuvieron más herramientas. Pudieron reciclar la vieja capilla de la estación, donde viven, y ya tienen electricidad y agua potable. E Internet satelital. En el pueblo no hay señal, la telefonía es un asunto del mundo moderno que no ha llegado a Lin Calel. Por la tarde, cuando los hijos regresan de las escuelas, las tareas continúan. “Ayudan a llevar a pastorear a los animales y revisan las trampas vizcacheras”, comenta Romina. La mesa los une; la comida es el punto de encuentro. “Emociona saber que todo es fruto de nuestro trabajo, que sale tan barato producir nuestros propios alimentos, y que todo esto se puede repetir todos los días”, resume Almirón. Señales de la emancipación.

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A la huerta se sumaron espacios para patos, gansos y gallinas. Foto cedida por Daniel Almirón.

El boca en boca fue clave para consolidar el proyecto. Tienen a la venta quesos, chorizos, dulces y panificación orgánica. “La gente se enloquece cuando come un queso de campo, o un pan recién horneado”, dice Almirón. Los sabores perdidos, el reencuentro con ellos, una señal que buscan los turistas que se acercan a la estación. El camino de tierra, que es la ruta 72, una huella que penetra el corazón de un territorio desolado, comenzó a tener tránsito. El lujo hoy es poder escapar de las ciudades, poder asimilar los silencios y ver cómo una familia logró cumplir el sueño de la autogestión.

Los turistas pueden recorrer la estación, dar de comer

a los animales, comer lo mismo que come la familia,

y quedarse a pasar el día bajo la sombra de un árbol.

“Los invitamos a pasar un día con nosotros”, sugiere Almirón. La propuesta es sencilla como simple el lenguaje de la naturaleza. Los turistas pueden recorrer la estación y los diferentes espacios, darles de comer a los animales; es la primera vez que muchos ven de cerca alguna de las especies que pastan en la estación. Pueden comer lo mismo que come la familia, y quedarse a pasar el día bajo la sombra de un árbol o caminado. “Queremos mostrarle que otra manera de alimentarse y vivir es posible”, resume Almirón. Oro puro en estos días.

 

La vecina estación de San Mayol

“Ir a vivir a un pueblo pequeño te cambia las prioridades”, cuenta Ana Carolina Goicochea, vecina de San Mayol, un pueblo del mismo distrito, distante a 80 kilómetros de Lin Calel. Vivía en la ciudad cabecera de Tres Arroyos, y optó por cambiar de vida. Junto a su marido y dos hijos; eligieron ver más cielo. “El plan es garantizarles tranquilidad a los niños, ellos van a la escuela del pueblo, es mejor calidad educativa, la rural”, sostiene Goicochea. Acuerda que debería ser más fácil la vida en las localidades de tierra adentro.

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La familia Alirón reunida en su huerto. Foto: Leandro Vesco.

Mantenimiento de caminos, red de agua y de gas, son servicios básicos que no están cubiertos y deberían. “Falta una política de Estado”, manifiesta Goicochea. Celebra dos buenas noticias: la llegada de una antena de telefonía en el pueblo e Internet. La estación de tren de San Mayol, también fue el eje de cambio. Se recuperó y allí funciona un Museo y un predio de destrezas criollas. “Lo que pasa en Lin Calel es totalmente replicable y se podría hacer en otros pueblos”, sostiene Goicochea. En San Mayol lo hicieron antes y ahora el pueblo de cuarenta habitantes es uno de los pocos destinos de turismo rural del distrito.

El Estado no llega a tiempo en la provincia de Buenos Aires. El caso de San Mayol es un ejemplo: cansados de esperar respuestas, se unieron en la Asociación Civil Club 1° de Octubre y negociaron directamente con Ferrosur,  empresa propietaria de los terrenos afectados a la estación ferroviaria. Consiguieron un contrato de comodato, y pueden hacer uso de ella.

La estación de tren de San Mayol, también fue el eje de cambio.

Se recuperó y allí funcionan un museo y un predio de destrezas criollas.

“Le cambió la vida al pueblo, es lindo ver la estación limpia”, confiesa Luciana Gonzalez, nacida en Lin Calel. “Es algo muy positivo para el pueblo”, agrega. Con un diseño triangular, y con apenas siete manzanas, el caserío se pierde en el horizonte. Tiene sala sanitaria, un destacamento policial y el Club Juventud Agraria. Como icebergs en tierra, se ven ruinas de antiguos comercios, como una esquina donde funcionó un almacén de ramos generales con hotel. Entonces, en la mitad del siglo XX, los pequeños pueblos tenían mucho movimiento.

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Daniel Almirón y Romina Negreiro en Lin Calel, con su estación al fondo: Foto cedida por Daniel Almirón.

Almirón levanta una bandera: “No nos interesa el dinero”. El gran espacio verde está abierto al igual que la flamante estación que construyeron los ingleses en los años veinte. No cobran ningún tipo de entrada, sus productos, verduras y frutas, sí están a la venta porque materializan el camino del regreso al trabajo manual. La familia es responsable de la genuina recuperación de Lin Calel, un pueblo que estaba desapareciendo en el mapa. “Pudimos salir del sistema, nos da mucha alegría eso, queremos enseñar cómo lo hicimos. los esperamos”.

 

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