Porque sí

La memoria del sabor

El otro día salí a cenar. Sin argumentos que lo justificaran. Sin morbo. Sin sentirme empujado a vivir una fiesta preparada para ser recordada durante el instante que se mantiene un comentario en la montonera de Twitter. Sin fotos que mostrar en Instagram, sin siete botellas arrastradas hasta el restaurante en un maletín diseñado por encargo, para exhibirlas después en perfecta formación junto a la mesa. Sin la menor intención de alardear. Solo porque sí. Por salir, ir a un restaurante, comer algo y pasar un buen rato. Porque me apeteció salir y ver a un amigo de los que de tarde en tarde se sientan un ratito al otro lado de la mesa, y porque sé que a veces la mesa del rincón tiene una silla vacía. Salí para cenar, tomar el aire y pensar en lo mío, que no era particularmente trascendente, casi un no pensar.

 

Tampoco buscaba compañía. Solo sentir que el día vuelve a ser mío antes de que se marche, tomar un respiro, comer sabroso repasando lo hecho o pensando en lo que viene, quien sabe si confirmando ausencias o desmontando presencias, especulando sobre lo que llega o dejando todo a un lado para dedicarme a mí. Esta cena es mía. Los huesos que pesan, los sueños que nacen y los que el tiempo ha empezado a despejar, una cara que se recuerda, una sonrisa que cobra fuerza, la ilusión de un proyecto, los textos que me piden y los que me apetece escribir, los que entrego sin revisarlos y luego no me gustan, lo que llegan gastados después de revisitarlos veintidós veces y también tienen problemas -demonios con ese adjetivo, esa palabra repetida en la misma frase; el ego desmoronándose en menos de cien palabras- o los que publicas y nunca sabes como lo van a tratar, o si lo vas a llegar a cobrar. El alcance real del último proyecto en el que te embarcaste y lo que realmente me gustaría obtener de él. O en nada.

 

A veces salgo a comer para instalarme en el vacío, intentar el no pensar, llegar a la cumbre suprema de la meditación que viene a ser la ausencia de pensamiento. Sumergirte en el plato solo para sentir y dejar que te arrastren los sabores, las texturas o el calor de una presencia que echabas de menos; un trozo de merluza frita con un poco de mahonesa, ocho o diez cucharadas de lentejas, un tuétano tratado con respeto, entero, cremoso y graso, una ensalada de berros con aceite, vinagre y sal. Me valdría una sopa de fideos con una hoja de hierbabuena, un huevo fresco bien frito y unos pimientos confitados. ¿Patatas fritas? ¿Hace cuanto que nadie me pone unas papas bien fritas? Me pierdo en la memoria. La otra noche me senté, pedí una botella, dejé que me eligieran los tres platos que iba a comer, me quité las gafas, las doblé sobre el mantel, había mantel, y dejé de ver nada que escapara del diámetro de la mesa. Si acaso el perfil del cesto del pan y la copa de vino.

 

Fue una noche sin estrellas. Las de verdad ni se buscan en este Madrid tan iluminado que cierra el horizonte casi por encima de las farolas. Las otras las visito a menudo. Recorren el comedor flotando un palmo por encima del suelo, mean agua bendita, cagan nubes de algodón y llegan al éxtasis cuando alguien pronuncia su nombre, sabedores de que a estas alturas siempre será para bien; nadie osaría hoy pronunciarlo en vano. Esta noche no necesito estrellas ni conceptos o experiencias, ni catorce platos encadenados con sus catorce copas de vino haciendo de guardaespaldas. Quiero comer tranquilo, y disfrutarlo sin adjetivos; esta noche soy un comensal insípido, casi inexpresivo. No creo que los cuarenta y cuatro músculos de mi cara hayan compuesto más de veinte de los cinco mil gestos que pueden llegar a combinar

 

Solo quería comer, mirar al frente, gozar de una mesa sin compañía, y buscar el silencio donde no suele haberlo, y sosiego en lugar de la excitación que exige una comida que necesita ser reivindicada. La otra noche fui a Sacha por comer, por verle, por ser yo y no representar nada. En una semana no recordaré lo qué comí. Fui a cenar por sentirme vivo y no tener que ser nadie. Por comer sin transitar una experiencia. Porque sí.

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