Pasionales

Hubiera querido hacer una crítica pero no he comido allí ni lo suficiente, ni las veces suficientes.  Su cocina, sin embargo, por lo que ya he podido comprobar, me parece muy interesante, fiel reflejo de sus autores, jóvenes con talento y con ganas; una cocina que flirtea con la creación en algunas de sus propuestas, pero con sólidas raíces, en otras. Son jóvenes imbricados e implicados en su terruño pero con la mirada puesta en el infinito para saber, siempre, más. Hablo de los dos cocineros al frente de «El cigró d’or» un pequeño restaurante en Gelida, cerca de Barcelona. Uno, el propietario, Oriol Llavina, anda en la trentena, el otro, Roc Suñé, en los veintitantos. Me conmueve ver a profesionales como ellos, con tanta ilusión y, ya, con tanto oficio. Oriol y Roc conocen la cocina académica, aprendida en la escuela y en stages en grandes casas, y por supuesto – en eso también son listos y solventes- la cocina tradicional. Por si fuera poco,  siguen de cerca lo que hacen los buenos creadores del país, buscan los mejores productos y rastrean por donde sea necesario, a veces en mercados, otras en el bosque o, literalmente, en el campo, a la caza y captura de lo que merezca la pena, flores, ajos silvestres, o hierbas de esas que nuestros abuelos denostaron porque les recordaban la pobreza de la que huían y que hoy son lo más de lo más.

Los reencontré el otro día, a propósito de un reportaje en el que la cocina y el vino se dan la mano a través de los platos que ellos proponen maridar con vinos monovarietales de xarel·lo, una variedad con tanta personalidad como ellos mismos. Oriol LLavina y Roc Suñé decidieron hacerse cocineros cuando ésta era ya una profesión prestigiada. La suya no fue una elección predeterminada por el negocio familiar y seguro que algo tuvo que ver el buen momento gastronómico que, a ellos, les pilló en la escuela. Hoy no hablo de ellos, sólo, por su labor profesional, o quizá sí, porque, lo que realmente me llama la atención es la intensa pasión que ponen en su trabajo. Porque hace falta tener pasión por lo que hacen para escoger -y quedarse- en una profesión que vive a deshoras, la mayor parte de las veces incompatible con amistades y familia a no ser que todos ellos estén inmersos en la misma historia.

Como  profesión, por su dureza y por la capacidad que tienen de hacer felices a los comensales, siempre me ha parecido admirable, incluso en el caso de que detrás no haya más deseo que el de sacar adelante un negocio. Más aún cuando hay tesón, ganas de aprender e ilusión, como demuestran los cocineros de El cigró d’or. Bravo por los pasionales e ilusionados, de ellos no sólo es el futuro, también el presente en el que pueden vivir, y no es poco, de lo que les gusta  ¿Y tú, conoces a otros?