Mucho más que congresos gastronómicos

Pensar la mesa

Las últimas dos semanas he participado en dos congresos gastronómicos dedicados a reflexionar sobre el rol que ocupa la mujer en la gastronomía. Tanto en Asturias (España) como en Bogotá, escuché a muchas líderes de la cocina, de los vinos, del campo, de organizaciones internacionales y de la empresa, hablar de esa realidad no contada de la industria, de las barreras comerciales, de las brechas, de las jornadas laborales, de las dificultades para emprender. Pocos egos y mucha naturalidad, para hablar de lo que nunca se habla y de lo que sería prioritario después de la pandemia:  prioritario: dignidad laboral, salarios justos, conciliación laboral, invisibilidad del talento femenino, reivindicación del campo, puesta en valor de las cocineras tradicionales.

 

En ambos hemisferios, partimos de la base de que la brecha de género es una realidad que toca todos los sectores productivos y la gastronomía no es la excepción. Los congresos gastronómicos -quitando estos dos – siguen teniendo un mínimo porcentaje de ponentes mujeres; es común encontrar minoría de docentes femeninas en las plantillas de las escuelas de cocina, y en las brigadas de los restaurantes siempre hay más hombres. Algo raro pasa aquí si nuestros recuerdos gustativos más emotivos provienen de madres y abuelas, que no de padres ni abuelos.

 

En materia de conciliación familiar la realidad no es más alentadora. Según el informe La igualdad de género en la Agenda 2030 para el desarrollo sostenible, elaborado por la ONU Mujeres, a nivel mundial, la carga de trabajo doméstico y de cuidados no remunerado que realizan las mujeres es 2,6 veces mayor que la que asumen los hombres. Y, encima, las mujeres que trabajan en el sector horeca (hoteles, restaurantes, catering), cobran hasta un 30% menos que los varones. Algo debe cambiar.

 

En el suroccidente asturiano, Féminas dejó dos ideas fundamentales sobre las que pensar. La primera, expresada por la guisandera María Busta (Casa Eutimio, Colunga, Asturias) normalizando que se puede tener éxito en gastronomía y ser madre, gracias por ejemplo a las políticas de conciliación y al firme compromiso Sde hombres y mujeres por compartir roles domésticos.  Segundo, sobre el llamado de Manu Buffara (restaurante Manu, Curitiba, Brasil), de hacer de la cocina un espacio feliz que evite que más personas, sobre todo mujeres, renuncien o abandonen los restaurantes como espacio profesional.

 

En Colombia, en tanto, la segunda edición de Gastromujeres llegó para añadir emociones y extender los alcances de la gastronomía por el mundo. Laura Hernández Espinosa, Denise Monroy, Antonuela Ariza, Margalida Rueda, entre otras participantes, instaron a pensar la gastronomía como motor de desarrollo, como herramienta para mejorar la nutrición, como sector que puede garantizar la seguridad y soberanía alimentaria. Pusieron el acento en demostrar desde su saber, que “la” cocina, es femenina, como “la” semilla, como “la” tierra.

 

Ambos congresos han contribuido poderosamente al crecimiento de la cocina. Sus protagonistas hicieron lo suyo, cocinando, narrando realidades del campo, dando cifras de empleo y producción, explicando proyectos de turismo gastronómico sostenible, denunciando malas prácticas, ilustrando -documentadamente- tradiciones, despensas, historias y patrimonios. Los espectadores aprendieron técnicas y realidades, tomaron nota, se inspiraron y, seguramente, utilizarán lo encontrado como fuente de reflexión, adaptando algunas ideas a sus propuestas profesionales. La llama de lo femenino recupera con fuerza e intensidad aquellos espacios que siempre fueron suyos.  Como dijo Antonuela Ariza, del restaurante Mini-mal de Bogotá, al cierre de Gastromujeres, “el abuelo Marcelo, de la Chorrera, me dijo una vez que la palabra del hombre siempre se queda en el aire, porque se dice en cualquier lado; pero la palabra de la mujer, siempre se queda sembrada, porque se dice en la chagra y se dice en el fogón”.