La Bodega 1900, el original y la metáfora

En la terraza de un bar de barrio, donde se cruzan el Ensanche barcelonés y el Paralelo, sobre las nueve de la noche,  tapea personal autóctono. Un par de mesas y un barril con dos taburetes. Hablan más que comen, cervecita va y cervecita viene. Todo muy auténtico.

La Bodega 1900, el original y la metáfora 0

Entramos en el bar. Una monada. La distribución de las dos barras de la entrada es peculiar. La de la izquierda, con taburetes, recuerda que el local fue bar. En la de la derecha, más baja, los cocineros preparan los platos que no quieren fuego: laterío, quesos, la cecina de la casa, jamón… Se adivinan unas pocas mesas y una pequeña cocina en la sala del fondo. Mucha madera, fotos en las paredes, techo bajo, todo muy auténtico.

Pedimos tapas  para compartir, boquerones en vinagre y anchoas, preparadas en la casa. Están en  su punto  de vinagre y de sal. Son dos clásicos de nuestros vermús, como lo son las olivas, aunque las que nos sirven son de tamaño gordal y proyectan piparras líquidas al morderlas ¿Quieres más pistas?

En las paredes fotos de los primeros años de El Bulli, en la cocina, trabajando, entre otros, el dueño, Albert Adrià. Más tarde cruzará la calle para terminar la noche en Tickets. Estamos en la Bodega 1900,  el local más “casual” de El Barri, de Albert y los hermanos Iglesias, el grupo de seis restaurantes con sus distintas propuestas situados todos a  muy poca distancia.

Navajas
Navajas

Tomamos unos espárragos blancos, con aceite y su salsa cítrica, es temporada y están deliciosos, ligeramente hervidos antes de pasarlos por la plancha. Las navajas en escabeche, de buen tamaño, muy buenas. Una caballa, curada en sal y ahumada, con botarga, para repetir, choquitos a la plancha, con una cama de salsa de tomate picante que da la diferencia de la casa, pero que no la necesitan. A esa hora ya no queda pescaíto.  Mini-bocatas de calamares, un clásico de Albert, y molletes planchados de papada, queso y mostaza que están de pecado mortal. El pan con tomate, con el pan de coca tostado y el tomate, de los de colgar, bien maduro y bien restregado, con un buen aceite de oliva,  es de vicio. Los postres, como toda la propuesta dulce que coordina David Gil en el grupo, es de nivel, aunque aquí sin complicación. La tarta de queso, de entre las mejores, inspirada en la de La Viña de San Sebastián, que ya va siendo un clásico de El Barri, la tarta de chocolate, el flan…

Bocata de calamares
Bocata de calamares

Nosotros somos a esa hora los únicos “indígenas”. Las otras mesas las ocupan, claramente, guiris muy bien atendidos por el personal políglota de la casa, dirigidos por el eficiente Ángel Geriz. A las 2 copas ya se hablan a voces entre ellos, como solemos hacer los de aquí. Todo muy auténtico.

El lugar tampoco me defrauda esta vez, por la comida, por el ambiente. La clientela extranjera, que está allí desde las siete, se irá de vuelta pensando que ha estado en un lugar con sello “Adrià” pero  muy auténtico, muy de barrio.

Caballa ahumada con botarga
Caballa ahumada con botarga

Ahí voy. Te interpelo, amigo, sobre la autenticidad. No hablo de la de los platos, aunque unos son muy de taberna catalana y otros nada. Se diría que Albert tomó el local tal cual lo vemos hoy. Imagínate un bar de los que hay tantísimos  en nuestras calles, con una estética que de aquí a poco será “vintage”. Azulejos años 70 en las paredes y en el piso, la barra de fórmica y acero inoxidable, me imagino la tragaperras en la esquina, la vitrina de las tapas sobre la barra, el calendario colgado, los billetes del próximo sorteo de lotería bien a la vista, el estante con el boterío de los alcoholes, el coñá, el anís, el güisqui, quizá queda un culo de Cynar… La máquina de cortar embutidos, la cafetera, me imagino. Todo, te lo aseguro, muy pero que muy auténtico. Desconozco por completo cómo era el alma del bar anterior y cómo se comía en él. Si sé que Albert quiso mantener el aspecto tal cual lo encontró, pero –así es él- al poco no quedaba más que el recuerdo. El documental “Constructing Albert” refleja ese momento: tampoco la 1900 es una bodega al uso, como las que tenemos, por suerte todavía, en todos las barrios populares de Barcelona.

Bodegas que nacieron como despachos de vino a granel por gente que provenía de zonas de producción vitivinícola, a finales del siglo XIX o a principios del XX. Los barriles colgados las delatan. Muchas devinieron en lugares donde también se podía tomar un vermú con algún bocado que no necesitaba demasiada cocina. Otras muy pronto se convirtieron en lugares de comida popular y casera. Otras transmutaron en templos del laterío bueno y con tapillas que combinaban salazones y quesos. Otras, con mucho éxito, han sido rescatadas por románticos que han evitado con ello que desaparecieran y, además, las han hecho crecer. A todas las que han sobrevivido con sus distintos perfiles las tengo en mucha estima, como encarnación de ese espacio tan nuestro y tan tradicional, y, por cierto, tan en peligro de extinción.

Sin embargo en la Bodega 1900 la decoración y el ambiente que se ha conseguido tras haber transformado el local ni se parece en nada al bar setentero anterior, ni a una taberna de vinos. El personal uniformado, la cocina, de producto impecable, refinada en su simplicidad, no es el triple salto mortal de Enigma (o Tickets) porque el local no va de eso, pero es muy Adrià.

La Bodega 1900 toma el nombre del año en que se construyó el edificio, y mantiene el balconcillo interior tan común en los establecimientos de aquella época. Pero no es el original, tampoco la copia. Es el homenaje y la metáfora, y además se tapea muy bien.