Lo indígena está de moda. Los viajes al Amazonas se incrementan, los turoperadores buscan exotismo en trajes y platos nativos y los spot de fotos con etnias acaparan likes en las redes sociales.
Es un fenómeno curioso, sobre todo cuando sabemos que 9 de cada 10 latinoamericanos no han compartido nunca con un indígena, no han escuchado jamás del rehue mapuche o la chagra amazónica, ni mucho menos asocian platos como el ajiaco o el mole con la cocina ancestral. Hemos vivido siempre de espaldas a las cosmovisiones originarias que definen Latinoamérica como un territorio mestizo, diverso y sabroso.
Lo indígena y el turismo conforman una relación no resuelta. La industria ha favorecido el desarrollo de experiencias ‘exóticas’ con puro afán utilitario, renunciando al poder transformador que la actividad turística puede ejercer de cara a integrar a las comunidades como actores relevantes para la construcción de un destino inteligente.
Mucho hay que cambiar. La actividad turística, descentralizadora por naturaleza, tiene el deber de impactar en las comunidades sobre las que ejerce su acción, y debe hacerlo con ellos, no para ellos. No podemos perpetuar el paternalismo de la actividad turística.
Poner a lo indígena de moda, integrarlo como una manifestación de autenticidad que dota de valor un circuito turístico, significa decir no a la apropiación cultural y sí a apreciación de la misma. Es desde el conocimiento, el respeto y admiración de culturas que se construyen experiencias de valor. También significa reconocer que la supervivencia de la humanidad se ha debido al aporte de alimentos originarios producidos por ellos. ¿Qué sería del mundo sin el maíz; la papa, la quinua; las frutillas? Es a esos pueblos prehispánicos a quiénes debemos una parte de los básicos de la alimentación humana.
El turismo gastronómico puede ser la llave que cambie el orden de las cosas. Como pocos gestos sociales, el comer relaciona de manera irrefutable a las personas con su historia. Entender el territorio y sus cultivos, dialogar con nuestros pueblos originarios desde sus ollas, es fundamental para fortalecer nuestra identidad y salvaguardar la diversidad y riqueza cultural latina. Es frente a un plato que todos convergemos. Y es desde ahí que podemos asegurar una relación sostenible y responsable del turismo indígena