Historias de influencers

La memoria del sabor

Me gusta lo que hace Edgar Núñez en sus restaurantes; Sud 777 y Comedor Jacinta son visitas recurrentes en mis viajes a Ciudad de México. También disfruto alguna de sus costumbres fuera de ellos. No comparto su afición por esa visión trendy de la sala de tortura que son los gimnasios, y lo hago en cambio con su determinación por airear los intentos de asalto de una parte de los influencers que le tocan en suerte. Lo hace en su cuenta de twitter (@EdgarNunezM) y la última es Manuela Gutiérrez, una instagramer colombiana que utiliza sus 93.600 seguidores para escribir a restaurantes pidiendo comida gratis para ella y su novio. “Señorito, un menú degustación, por la gracia de Dios”.

 

Manuela, que resulta ser una muchacha vistosa que no aparenta gastar mucho en vestuario, envía una carta tipo al restaurante. “Hola, como están?”, dice, “Su restaurante es simplemente espectacular! (cara con un corazón en cada ojo) Estaré en México a final de mes con mi novio y me gustaría saber si es posible realizar un canje publicitario, en donde los recomiende y muestre sus servicios en mi Instagram a través de mis historias, las cuales quedarán ancladas en un highlight, a cambio de una comida para los dos (otra cara con los ojos inyectados a golpe de corazones) para mí sería todo un honor poder trabajar con ustedes”.

 

Su cuenta muestra que Manuela olvidó algunos detalles. El fundamental es que las fotos que postea no tiene la menor relación con la cocina, ni siquiera con la comida. Mayormente se dedica a viajar y lucir cuerpo, y mucha piel, en playas y piscinas más o menos ilustradas; la cuenta soñada por distribuidores de protector solar y cremas hidratantes. En los últimos post la vemos posando en unas cuantas islas del Caribe, casi siempre en bikini. No parece que haya llegado a México; tal vez Edgar la espantó al exponerla. No veo nada comestible en ninguna de las trescientas noventa fotografías que ha colgado en su muro. En la penúltima parece estar a punto de empujarse un combinado de dos litros, y debe ser real, porque no aparece el nombre del bar ni en la cabecera ni en el pie; ya saben como funciona esto. O decidió gastar de lo suyo (o de lo de su novio, que a lo mejor tiene posibles) o nadie le hizo caso y arreció la sed. Ambas cosas pudieron llegar juntas.

 

“Y en mi gustada sección ‘gorrones internacionales’ les dejo a Manuela”, escribía Edgar junto a la solicitud de la instagramer. Las reacciones fueron más favorables al cocinero que a la diva, aunque hubo de todo. Sabemos como funciona twitter; los hay que te siguen solo para poder echar la pota cada mañana en un rincón de tu muro. A estas alturas, la historia se antoja tan vieja como la de Eva y la manzana que le quitó a la serpiente.

 

El asunto se repite en el relato de Almudena Ortuño que publicamos hoy en 7Caníbales. Esta vez sucede en Catellón y las circunstancias son algo diferentes, aunque el fondo es el mismo. Almudena hace un ejercicio de periodismo y consulta a las dos partes: tres cocineros, dolientes, y tres influencers, defendiendo lo suyo y hablando de una relación que a estas alturas empieza a estar normalizada, y en ocasiones se va de las manos. No me gusta la regularización, pero ahí está. Sería tonto negarlo. Ellos se ofrecen y los otros sellan el contrato.

 

Mientras escribo me viene a la cabeza la ex modelo que conocí hace tres años mientras ella recorría Europa, de hotel de lujo en restaurante de lujo. Sigo su cuenta y su vida es un no parar. Hoy Ibiza, mañana París, al otro Amalfi o la parte más dorada de las montañas Suizas, vuelta a Londres y así sucesivamente. Su cuenta muestra uno o dos platos de lo que come en cada restaurante y, de vez en cuando, un pequeño vídeo relacionado con su elaboración en cocina o en sala. Lo normal es que visite restaurantes de altura, de esos con brigada de sala con mandil hasta el zapato de charol y lista de espera para dos meses. Los cocineros se desviven por recibirla. No parece probable que escriba cartas como las de Manuela, pero algo hará para saltarse los turnos y abrirse un hueco en el comedor. Por lo que se ve en su muro, a esos cocineros les encanta tenerla en casa y no debe ser para atraer unos clientes que no necesitan. Para mí que tiene algo que ver con el ego del cocinero y unas cuantas de las necesidades que le rondan.

 

En cualquier caso, el del influencer tampoco es un invento sobrevenido en la era de internet. En los veinticinco años anteriores a la entronización de las redes sociales, he conocido unas cuantas docenas de ganapanes y aprovechados, que convertían el pretextado ejercicio de algo que llamaban crítica en un asalto a mano armada. Exigían, y por lo general conseguían, mucho más de lo que le pide Manuela a Edgar Núñez. Eso sí que era una extorsión mafiosa; chiquitita, como muy de andar por la provincia, pero un asalto en toda regla. Los hay que siguen ejerciendo en algún periódico local, aunque sin las ínfulas de otros tiempos. La llegada de Internet y el creciente peso de las redes sociales democratizó el cohecho, cambió las reglas del juego, arruinó la mejor parte del negocio y les vació el joyero.

 

La historia del yo te invito, tú me halagas de palabra, obra u omisión, es tan vieja como el periodismo gastronómico y siempre tiene dos actores principales, el restaurador, cocinero o no, y el crítico. El tejemaneje no se sostendría sin uno de los dos; es un juego entre consentidores. También he vivido historias sonrojantes en las que el cocinero, después de anunciar en voz bien alta que la cuenta la había escrito en una barra de hielo, para que la mitad del comedor tomara nota, se acercaba para decirte con voz queda lo que quería que escribieras cuando salieras. No han pasado ni seis años desde la última.

 

El universo culinario ha cambiado, unas veces para bien y otras para mal, depende del lugar desde el que se mire. Las invitaciones para asistir a las cermonias de los 50 Best en América Latina se distribuyen ya a partes casi iguales entre periodistas, por lo general complacientes y muy muy muy amigos de todas las casas que allí se juntan, e instagramer con idéntica actitud y muchísimos más lectores. Tampoco es tan extraño.

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