El otro día hablaba con un agricultor ecológico vizcaíno dedicado a la venta de guisante lágrima. Escribí que era el vegetal más caro del mundo: a 480 € el kilo se comercializa todavía hoy en una web nacional bastante carera, la verdad.
Un inciso. Tengo claro que las trufas blancas y negras, los pistilos aromáticos de la flor del azafrán, un tipo de café pasado por el tracto intestinal de una civeta asiática… podrían competir con nuestra leguminosa por tan dudoso honor. En fin. Queda dicho.
Macro (y es conveniente publicarlo) vende los guisantes lágrima a 180-190 € por kilo (son de procedencia maresmeña) mientras que los restaurantes vascos pagan por estos inmaduros locales del orden de 300 € por kilo. Cifra que explicaría el coste final del plato en los restaurantes (28-30 €) donde las raciones bien servidas rondan los 80-90 gramos.
El caso es que mi amigo agricultor me contó que pagaba 10 € por hora a las vecinas que pelaban las vainas de guisante y extraían los diminutos granos.
Pensé, ahora que tanto hablamos del alza de los precios de frutas y verduras, cuánto de ese dinero va a parar a la mano de obra agrícola. Aquí cerca tenemos (aunque hemos sido ciegos demasiados años a su presencia, apenas unos reportajes de color pasando de puntillas sobre tanta indigencia y miseria) temporeros que se contratan al mejor postor. En la pasada vendimia se pagaron entre 9 y 10 € la hora a estos jornaleros, fijos discontinuos a los que también se les proporciona alojamiento.
Y me viene a la cabeza de inmediato aquel poblado de negras chabolas de Níjar (el municipio de los invernaderos que se ven como paisaje de plástico desde la Estación Espacial Internacional) derribado en enero y bautizado como El Walili en un tremendo gesto de humor negro. El Walili, me informa Badr, un compañero marroquí, es el magnífico yacimiento romano de Volúbilis, en Mequinez, famoso por sus termas, sus letrinas y sus mosaicos como Las Pruebas de Hércules, El Baño de las Ninfas, el Acróbata, Baco y Ariadna o el Baño de Diana.
Claro que, en aquel poblado del cruce de El Barranquete, sin agua potable y donde se acumulaba la suciedad y las basuras, las chabolas forradas de plástico negro (si en el exterior hay días de casi 40º no quiero ni imaginar las temperaturas del interior) donde residían familias enteras de jornaleros subsaharianos indocumentados nada tenían que ver son las delicias romanas. Aquellos inmigrantes africanos de ropas raídas del cruce eran los mismos que, al atardecer, en míseras bicicletas, en un difícil equilibrio contra el viento enloquecedor y vestidos por chalecos fosforescentes para evitar ser atropellados, recorrían las oscuras carreteras tras eternas jornadas de laboreo.
Recuerdo a una residente en la capital a la que señalé mi estupor al ver las condiciones infrahumanas de los residentes de El Walili. Saltó como un resorte.
–“¡En Almería no hay chabolas!”
Aquí mismo tiene las fotos.
No hay peor ciego que el que no quiere ver.
Uno de cada cuatro pimientos importados por el Reino Unido proviene de Almería, y desde Huelva llegan la mitad de las fresas, arándanos y frambuesas consumidas allí. “El milagro exportador alimentario español no existiría sin explotación laboral”. La terrible frase aparece en El ingrediente secreto, una investigación de la ONG Justicia Alimentaria financiada por el Ministerio de Derechos Sociales.
La ONG británica Ethical Consumer denuncia “severas y flagrantes” violaciones de los derechos básicos sufridos por los trabajadores empleados en la agricultura intensiva andaluza. Una situación “endémica y generalizada” en los invernaderos de Almería y Huelva.
Sirvan estas líneas para valorar el trabajo de los demás. Para que nos interesemos también por el cumplimiento de las condiciones laborales de los jornaleros de los que depende que podamos comprar fruta barata. Sí. Barata. Otro día hablaremos si eso del mercadeo de los intermediarios. Pensemos en qué hay detrás, en cuánto sudor ha sido necesario derramar para que ese tomate, ese pimiento, estén en nuestro plato.
PD: Esto es también gastronomía. Y ya saben, busquen la belleza. Pónganle banda sonora a sus vidas. Wim Mertens. Hans Zimmer. Strauss. Teresa Salgueiro. O el silencio. El silencio en el bosque. Apenas punteado por el himno a la vidadel canto de los pájaros.
Foto de apertura: Jornaleros en los invernaderos de Almería. Olabio. @El Correo.