Me había propuesto empezar con una crítica, pero lo voy a hacer con una autocrítica; un reproche a nosotros, los periodistas. Podría ahondar, claro, pero sólo voy a fijarme en una actitud recurrente en nuestro oficio, el seguidismo.
¿Cómo sino puede entenderse que haya habido en los últimos meses, años quizá, tan pocas referencias (digo pocas, por no decir ninguna), ni críticas, ni comentarios de l’Esguard de Llavaneres? Hace poco hice allí una comida memorable. Siempre he creído en la verdad de la cocina de Miguel Sánchez Romera, en la originalidad de sus propuestas, que me han importado más que otros aspectos de su universo creativo, en especial un esteticismo que hasta ahora me parecía superfluo. En el último menú ni siquiera la belleza de sus platos era gratuita. Equilibrio perfecto y sublimación del gusto. Claro que vi aspectos mejorables, pero hemos quedado que lo de hoy no era una crítica, ¿Verdad? Entiendo que Miguel Sánchez Romera no es un tipo que se prodigue, se deja ver poco fuera de su casa y no participa –en España– en los foros donde cocineros y periodistas hacemos corrillos ¿Y qué? O quizá duela que, además de magnífico cocinero, sea neurólogo. En este país la genialidad de otros ( hay algunas excepciones, por suerte) se lleva mal, pero si uno es bueno en más de una profesión no hay quién lo aguante. Sólo puedo explicarme el ninguneo colectivo al que le sometemos por dos motivos. Él no se lo debe poner fácil a mis colegas –yo no tengo la menor queja–. austin isd cloud Esa es una de las razones, la otra es, desde luego, el seguidismo. La ignorancia a que se somete a L’Esguard me duele, pero más nos puede llegar a doler a todos el rumbo que parecen haber tomado ciertas cocinas “tecno-emocionales” que son cada vez más técnicas y menos emocionales.