Pregunto a un cocinero poco conocido sobre su inminente cambio de restaurante y me responde que hasta dentro de unos días no puede desvelar el secreto de su nueva ubicación. Dice que si quiero la exclusiva tendré que hacerle un hueco en la portada del diario y me advierte -por si acaso- que lo dice en broma. Creo que seguiré sin cumplir mi sueño de salir corriendo para gritar «¡paren máquinas!».
La creatividad no tiene límites. Lo afirmaba Michel Guérard en un reportaje de Pau Arenós en el Dominical. Cuando lo leí me vino a la mente una imagen de Madrid Fusión: algunos de los mejores cocineros del mundo sentados en las primeras butacas del auditorio, micro en mano, defendiendo algunas de sus creaciones más radicales ante las acusaciones de un crítico a quien le parecía que algunos pecaban de dulces, otros estaban mal situados en el menú o combinaban mal los ingredientes. En aquel momento intentaba imaginar a grandes pintores, escritores, directores de cine en una situación similar. Y sentí cierta vergüenza ajena.
No sé cuántos nuevos congresos gastronómicos resistirán los cocineros, los congresistas y los periodistas antes de hartarse. Es el momento de pensar en nuevos contenidos interesantes. De la misma manera que los cocineros trabajan duro para mantener el listón de la creatividad, los organizadores de los congresos deben buscar nuevas fórmulas. Y si no, a otra cosa.
Ramon Freixa ha decidido irse a Madrid a hacer alta cocina creativa y dejar para Barcelona los platos tradicionales. Está muy bien lo del chup chup, pero aún sería mejor que en Barcelona alguien tuviese, para variar, alguna nueva idea.