Hay que cambiar la sorprendente marginación sensorial que sufre el café; algo que sería inconcebible en el mundo del vino, donde es impensable catar sin una adecuada copa de cristal. Imaginen el revuelo en una feria gastronómica cualquiera, en la que nos dieran el vino en vasos de plástico o de papel en vez de copas. Tal vez ocurrió hace muchos años. A lo que sí llega mi memoria es a recordar la evolución de las copas de cata, cada vez más finas y afinadas: la Copa DIN o la de Jerez; el paso del vidrio al cristal; la memorización no ya de las marcas, sino de sus distintos modelos y de sus precios y distribuidores…

¿Alguien se ha preguntado por qué bebe café? ¿por placer, por vicio, por costumbre, por dependencia física o psicológica? Si les sirve, yo bebo café por placer y puedo prescindir de una taza si cuando intento beberlo es malo y el barista no consigue uno bueno al segundo intento. Me mueve el placer sensorial por lo que –y disculpen el tono repelente de bebedor de descafeinado de sobre– pienso que hay que cambiar la inconcebible marginación sensorial que sufre el café al servirlo siempre en taza o en el vaso o copa más adecuada para su percepción organoléptica.
No hace falta decir que el café ha sido uno de los últimos en ser valorados como producto gastronómico más allá del producto básico que se toma por costumbre por las mañanas y después de comer. Y, a pesar de que nos hartamos de decir que un mal café estropea una gran comida, pocos lo dejan o piden otro, como sería en el caso de una carne demasiado hecha o demasiado cruda. A lo mejor, por tener la costumbre de tomarlo al final, el café ha sido el último en incorporarse a la cadena de interés gastronómico. Pienso que vivimos una revolución paralela, que llega de los Specialty Coffee, merecedores de una atención especial en un artículo aparte. Este movimiento es, por supuesto, gastronómico, pero no viene de la gastronomía codificada, sino por un camino más cercano a la moda y a estéticas urbanas. De esta forma han aterrizado el café consciente, social y ambientalmente, los monovarietales y de plantación, las categorías, los tuestes específicos o las distintas formas de extracción más allá del inefable espresso.
Resumiendo, si vamos a considerar el café como producto gastronómico, hay que tratarlo como tal, por lo que en todos los eventos gastronómicos, ferias o congresos, habría que desterrar los poco atractivos, poco placenteros y poco ecológicos vasos de plástico o de papel, con su sabor a árbol. Si nos dan a probar cualquier vino con una copa fina y delicada, que hay que limpiar de una manera muy sensible, no entiendo que no pueda darse a probar un espresso con taza de cerámica, que puede ser limpiada rápidamente y de una manera extremadamente agresiva. Añadiría que los cafés de especialidad deberían servirse en copa de cristal, pues su complejidad aromática puede ser superior a la del vino.
Además de estar bien ejecutado hay que tomarlo en condiciones. Y, aunque entiendo que uno no se puede llevar la taza a cuestas, a pesar de que tomar el café andando queda muy random urbanita, nadie me va a discutir que tomar café en vasos de papel es cómo un botellón a base de vino en tetrabrik.