Cada día más lejos, cada vez más caro

La memoria del sabor

La primera misión privada de la Estación Espacial Internacional (ISS) está en marcha. Arrancó el viernes pasado y ensaya los primeros pasos del turismo espacial, a razón de 50 millones por viajero. Cuatro potentados invirtiendo más de 200 millones en llegar más lejos que ningún otro turista.  El vuelo incorpora todo tipo de experimentos mientras va dando los primeros pasos de un camino que lleva a un salto espectacular para la industria del ocio. Queda reservado para un minúsculo segmento del mercado y consagra dos lemas cada día más visibles en el estandarte de la industria turística del lujo: cada día más lejos, cada vez más caro.

 

El vuelo es un ensayo de lo que podrá llegar a ser. Se anuncian nuevos módulos para la estación espacial, uno de ellos con ventanas panorámicas. Como en los restaurantes, la foto es importante, si no imprescindible; sin exhibición no hay experiencia. Invertimos más en exhibirnos que en disfrutar lo que vivimos. También se ensaya con la comida, a través de José Andrés y su grupo de trabajo. La noticia cita dos platos entre los preparados para el viaje, un cerdo ibérico  con pisto de berenjena y lo que presentan como paella, que preparan con los ingredientes básicos de la paella valenciana -van todos en el caldo- y no se prepara en paella. habrá más de un fundamentalista con el vello erizado. José Andrés me cuenta que le han añadido las setas por razones estratégicas. Este arroz se ha cocinado a alta presión, con el arroz crudo y embolsado con el caldo y los demás ingredientes, está termoestabilizado (se ha trabajado para que no puedan producirse cambios en la estructura física o química de los ingredientes) y se sirve en bolsas de plástico selladas y esterilizadas.

 

Intento conocer el proceso con más detalle y José Andrés me lo cuenta. Merece la pena un relato aparte. En cualquier caso, me viene a la memoria un fragmento de una ponencia de Ferran Adrià en Madrid Fusión en la que hablaba de un trabajo por encargo para diseñar cocina llamada a ser consumida en el espacio. Me sonaba haber escuchado hablar de cocina especial a Ferran Adrià antes de que anunciara el cierre de El Bulli (debió ser alrededor de 2008, incluso antes) y Marc Cuspineira me dice que fue en el contexto del trabajo con liofilizados, pero no se trataba del desarrollo de ningún proyecto que debí volar al espacio. En cualquier caso, conforme avanzo en el tema se me antojan más parecidas a las raciones de supervivencia del ejército. Luego el propio José Andrés me cuenta que ha empezado a usar el mismo proceso para dar de comer en Ucrania. Lo que se presenta como un derroche para unos pocos puede beneficiar a muchos. Se lo cuento el lunes con más calma.

 

Por lo demás, me parece interesante ver como la industria turística salta los límites de la atmósfera, para ocupar el hotel más exclusivo y extraño que hemos sido capaces de construir; instalado a 408 kilómetros de la superficie terrestre, se mueve a 27.000 kilómetros por hora. También hace pensar que hay cola para pagar los más de 200 millones que cuesta una de esas aventuras para cuatro. Muestra el ritmo de una sociedad que cada día se parte un poco más en dos.

 

Lo más cercano que se me ocurre es un hotel recién inaugurado que visité el otro día en Madrid. Las habitaciones pasaban de largo los mil euros por noche y las dos suites, cada una con piscina privada y vistas a las cúpulas del centro de la capital, salían por el precio de un utilitario: 22.000 euros. Obsceno para unos, calderilla para otros. Nos lo contaban con orgullo, dando por supuesto que el precio es un factor de distinción. Los hoteles del lujo exclusivo y excluyente prosperan en las grandes ciudades europeas, cerrando nuevos círculos dentro del gueto. Los hay mucho más caros. Cuando inauguraron el Jumeirah de Dubai contaban de habitaciones con helipuerto cuyo alquiler incluía un Rolls Royce, con chofer, claro, a disposición del potentado. Hoy presumen menos; prefieren ser discretos.

 

De vez en cuando me sobresalta pensar que haya tanto público manejándose en el espectro de los 1500 euros por noche, minibar aparte, y los 500 por cubierto, vinos y poyaques no incluidos. Sin ir más lejos, es la combinación de precios del Hotel Cheval Blanc, en París, y su restaurante Plenitude, que acaba de conseguir las tres estrellas en la Michelin, de golpe y a los seis meses de abrir puertas. Es propiedad del grupo Louis Vuitton Moet Hennessy, que patrocinó la gala en la que se anunciaron las nuevas estrellas. ¿Quién lo iba a pensar? El mundo es un pañuelo al que le cuesta cambiar de mano.