Descubriendo Chile: un viaje por el valle de Cachapoal

Pamela Villagra

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Cachapoal, a 90 kilómetros de Santiago, en la región de O`Higgins, es un territorio agrícola, histórico y sabroso. Pocos lugares de Chile cuentan con su potencial enogastronómico. Aquí compartimos algunos planes para recorrer este interesante destino emergente.

Mónica Rodríguez, creador de La Casa de la Miel, convierte la miel en el centro de una experiencia de turismo vivencial. Foto Daniel Ojeda
Mónica Rodríguez, de La Casa de la Miel, convierte la miel en el centro de una experiencia de turismo vivencial. Foto Daniel Ojeda

El valle del Cachapoal es una de las tres provincias que conforman la región de O’Higgins. Un vergel de la naturaleza chilena y una sorpresa para la enogastronomía nacional, a poco más de una hora desde Santiago.

Rancagua, su ciudad principal, es el centro neurálgico de la provincia y el polo de abastecimiento agrícola de buena parte del país, y del mundo. O’Higgins es la primera región en envíos silvoagropecuarios de Chile, donde la fruta fresca representa alrededor del 35% del total de exportaciones, consolidando su rol como territorio agroalimentario de carácter mundial. Basta visitar el mercado Modelo para comprobar la diversidad de la despensa hortofrutícola de la región. Abundan los puestos de frutas, verduras, algas y pescados traídos desde la costa de Pichilemu, además de granos y cereales. Gozan de buena salud sus cocinerías populares, que retratan lo más característico de las costumbres alimentarias del lugar.  En el restaurante Pensión Central, Vera González sirve un caldo de patas y una pituca -un corto de vino casi siempre pipeño- “para cortar el caldo”. Una experiencia más que recomendable.

A pocas calles del Modelo espera el casco histórico de Rancagua, ciudad fundacional en Chile a la que los españoles dieron forma de damero, y a la que en 1743 llamaron Villa Santa Cruz de Triana. Existen paseos guiados para contemplar sus preciosas casonas coloniales, iglesias y museos .

Continúo el viaje por el Cachapoal visitando el Mercadito de Jéssica Moreno, para conocer la experiencia de turismo gastronómico que “la Jessi” acaba de estrenar: una visita educativa por su ecohuerto, en el que aprendes de cultivos de temporada y flores mientras cosechas tus propios alimentos. La visita termina con un almuerzo de recolección servido en su quincho (asador-comedor) por Matías Garay (Ilegal food), uno de los jóvenes talentos de la cocina chilena, quien regresa a su región tras su paso por Boragó, decidido a poner en valor la despensa local.

Otra de las experiencias de turismo gastronómicas obligatorias en el Cachapoal gira alrededor de trabajo de recuperación del maní chileno, que se concreta en la localidad rural de Corcolén a golpe de arado de hierro tirado por caballos. Gastón Maturana y su hija Pilar luchan porque no desaparezca esta leguminosa cuyo complejo y artesanal proceso de producción y alto precio (versus el importado, casi siempre desde Argentina), obliga a los campesinos a reemplazar las plantas de maní por frutales. En Tostaduría y Confitería Corcolén cultivan y procesan a la manera antigua. Para la cosecha (en marzo) caspian, es decir, recogen a mano la semilla, el capi, antes de traspalar (levantan con pala) las matas que sirven para forraje y seleccionar una a una las semillas que van a comercializar al natural, tostadas o confitadas. El proceso proporciona una variedad de maní que destaca por sus granos más grandes y uniformes, su gran perfume, sabor, y notable cremosidad. Gastón y Pilar me despiden bajo la sombra de un almendro con una bebida a base de malta de cebada, harina de maní y azúcar, y empiezo a entender por qué el Cachapoal es un territorio especial.

Cerca de allí, el restaurante del hotel Mar Andino apuesta por una carta que enaltece la increíble despensa regional, como demuestra su tártaro de cochayuyo de Navidad, esa alga comestible secada al sol que abunda en las costas chilenas.

La herencia del chacolí sigue viva en Doñihue. Cristina Salas es la única mujer dedicada a su elaboración. Foto Daniel Ojeda-.
El chacolí sigue vivo en Doñihue. Cristina Salas es la única mujer dedicada a su elaboración. Foto Daniel Ojeda.

Gastronomía, vino y turismo

Qué importante es el papel de la gastronomía y el vino como impulsores del turismo. Lo hablo con Consuelo, del restaurante El Abasto, la primera embajada gastronómica, cultural y patrimonial de la región, mientras disfruto de un café de trigo y una paila de huevos con tortilla de rescoldo, ese pan de campo que se hace poniendo ceniza y brasa de carbón encima. Consuelo insiste en la idea: “tenemos tanto y tan bueno, que ya estamos transitando de territorio agrícola a destino gastronómico”.

Puedo confirmarlo en La Casa de la Miel, en Pichidegua, a 45 minutos de Rancagua, donde Mónica Rodríguez lleva años desarrollando el turismo apícola. Produce mieles monoflorales, además de jalea real y propóleo, mantiene un centro de interpretación para acercar al público al maravilloso mundo de las abejas, organiza visitas a las colmenas, catas de mieles y almuerzos para visitantes en un parronal con lumbre de leña. Jaime Jiménez, conocido cocinero local, propietario del restaurante Chivo con Bigote, en la vecina San Vicente de Tagua Tagua, aprovecha este parronal para redondear nuestro viaje con un menú que celebra lo mejor de la despensa cachapoalina.

Los parronales y viñedos son un paisaje recurrente durante el viaje. La Ruta del Vino de Cachapoal está de estreno; es las más novedosa entre las que recorren Chile y busca promocionar la identidad y calidad de los vino del valle. Tres buenos ejemplos son Bodega Chateau Los Boldos, con su Touriga Nacional, el cabernet sauvignon Pedro Urdemales, de Viña La Torina, y el espumante de naranja de Frau Marion, el primer vino de su categoría producido en Chile.

La última parada del viaje nos lleva a Doñihue, el corazón campesino del Cachapoal, una tierra heredera de la cultura chacolicera vasca. Encuentro a Cristina Salas, la única chacolicera mujer, en la bodega de adobe de Don Filomeno donde ofrece degustaciones de chacolí tinto, de parras centenarias de uva país, con su característico color rosa brillante, frescos y frutales, con los restos de carbónico dejados por una fermentación incompleta. Es un vino especial.

Antes de marchar, el conocido “Maleta”, cocinero popular de Rancagua me obsequia un pan de huevo con membrillo, tradicional dulce regional, herencia de los conventos de monjas. “Para que regreses pronto”, me dice. Qué duda cabe, el Cachapoal tiene todo para ser un destino enogastronómico emergente.