Late Chocó, un chocolate para la paz

La fábrica artesanal de chocolates que emplea cacao de origen chocoano, cultivado en el río Munguidó, Colombia por más de 280 familias víctimas del conflicto armado.

Pamela Villagra

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La plaza del Mercado de La Concordia, en Bogotá (Carrera 1 # 12-42), alberga tesoros gastronómicos como el Masato de Doña María y Late Chocó. Es la tienda de chocolates y bombones artesanos que usa cacao producido por comunidades víctimas del conflicto armado en el corregimiento de Neguá, en el Chocó (Pacífico colombiano).

El Chocó es uno de los treinta y dos departamentos de Colombia, en el noroeste del país. Es un territorio cuya selva húmeda posee condiciones privilegiadas de sol, agua, luz y aire que permiten un ecosistema exuberante que da vida a cientos de especies comestibles con singulares propiedades organolépticas, como la vainilla, la palma de naidí, el chontaduro, el borojó o el cacao.

 

Neguá, como todo el Chocó, es una comunidad habitada principalmente por comunidades afrodescendientes, llegadas desde África como esclavos para trabajar la minería. En el año 2003, el noventa por ciento de sus pobladores fueron desplazados por la violencia y hoy se trabaja para que las familias retornen a su territorio a través del cultivo del cacao.

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Tienda de Late Chocó en el Mercado de la Concordia. Foto: Late Chocó.

Con ese espíritu nació Late Chocó, una fábrica de chocolate artesano con sede en Bogotá,  liderada por Joel Palacios, que trabaja desde 2011 con comunidades cacaoteras del río Munguidó. Palacios es un joven emprendedor chocoano, hijo de agricultor, que de pequeño trepaba a los árboles para cosechar vainas de cacao. Como muchos en su comunidad, fue desplazado, viajando hasta Bogotá para estudiar y trabajar. Su resiliencia y obstinación por ser ‘un negro destacado’ lo llevó a conseguir un trabajo en el Ministerio del Interior, en asuntos relacionados con la cultura afrodescendiente.  En 2010 decidió dejarlo todo para regresar a su comunidad y trabajar por su desarrollo a partir del cacao.

 

Cuando Joel regresó, tenía planeado obtener todo el cacao para su fábrica de chocolate desde su región.  Pronto se dio cuenta de que no había suficiente materia prima. Las plantaciones estaban abandonadas, seguía fuerte el cultivo de coca y no había capacidad técnica para hacerlas más productivas.  “Solo recolectábamos lo que la naturaleza daba”, recuerda. Recurrió entonces a la Federación Nacional de Productores de Cacao para aprender del cultivo, y años después viajó hasta Nueva Zelanda para aprender inglés y perfeccionar su técnica de elaboración de chocolates artesanales.

 

Todo ese conocimiento permitió no solo mejorar los cultivos, sino también incrementarlos, aplicando una interesante política de reemplazo de cultivos ilícitos. Resolvió, por ejemplo, el mayor obstáculo de la producción de cacao en la selva húmeda: los más de 9.000 milímetros cúbicos de lluvia que caen en épocas de cosecha. Presta asistencia técnica constante a las comunidades productoras, construyendo cajones de fermentado comunitarios, asesorándolos en el proceso de fermentación, levantando marquesinas para el correcto secado, mejorando los procesos de poda y, luego, comprando toda la producción para transformarla en barras de chocolates, trufas y bombones de calidad.

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El cacao es un arma de desarrollo. Foto: Late Chocó.

Hoy son alrededor de doscientas ochenta familias productoras que participan de este modelo virtuoso de intervención, y encuentra en el cacao una forma de contar una nueva historia del Chocó, un territorio majestuoso cuyo pasado se vio empañado por guerras y conflictos. “Cuando entendimos que éramos parte de la solución, todo empezó a oler a chocolate”, dice Joel.

 

La línea de productos de Late Chocó  es diversa, como el territorio en el que se inspira. En su tienda, ofrece chocolates de taza, tés de cacao, nibs, tabletas y bombones con presencia de frutas y especias producidas en el mismo territorio.

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