Viviana Navarrete, una chilena loca por el pinot

Conversamos con Viviana Navarrate la enóloga que se ha destacado por su trabajo con la pinot noir en el valle costero y frío de San Antonio. Cepa compleja que también la ha llevado a un viaje de conocimiento de la mano de comunidades mapuches en el sur de Chile.

“El oficio es buscar que muestre lo local, y ese es el desafío que deberíamos tener todos”.

Ya con la experiencia de una mujer que ha vivido las cuatro décadas y todavía tiene la energía de una chica veinte, Viviana Navarrete se ha posicionado en los últimos años como referente entre las mujeres del vino de Chile y el mundo. En parte, se lo debe a la gran escuela que se ganó de la mano de grandes profesores en las filas de Concha y Toro; en parte por su perseverancia y auto exigencia, especialmente para refrescar la cepa pinot noir en los fríos valles de Leyda y Malleco. Casada con un agrónomo que prefirió el lado comercial del vino, ella es la enóloga en jefe de Viña Leyda desde 2007 y del primer vino del Grupo VSPT nacido en tierras mapuches. Conversamos con ella ad portas de lanzar nuevo pinot, uno que promete llevar a los terruños costeros de Chile un paso más allá.

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Viviana Navarrete tiene dos cepas favoritas, la Sauvignon blanc y la pinot noir.

Viviana Navarrete, la enóloga más destacada del vino de Chile en los dos últimos años, tiene dos cepas favoritas en su bodega, en el valle frío de Leyda. Pero sólo una de ellas la desafía al máximo. Le pedimos, entre otras cosas, que nos cuente el por qué.

 

“Me encanta la sauvignon blanc desde que empieza a madurar en viñedos, y luego sus sabores que empiezan a aparecer. Me encanta fermentarla y llegar a la bodega en la mañana y oler el aroma a pomelo, a hierbas, a pasto… me encanta hacer las mezclas. Pero yo creo que gran parte de mi oficio y esta pasión que siento por los vinos, ha sido por la pinot. Porque cuesta mucho, desde el viñedo: que se deshidrata, que tiene una ventana de madurez muy corta, que si quieres un cierto alcohol debes estar súper encima con muestreos de madurez muy precisos. Es súper dependiente del suelo. Y si quieres pinot más fibrosos o tensos, además de clima y suelo, hay que afinar mucho más y a mí me costó afinar… Me formé muy sola desde la observación, y de los errores. En cambio, con la sauvignon se me hizo mucho más fácil, cuando llegué a Viña Leyda en 2007, venía bien calada con la escuela de Ignacio Recabarren en Concha y Toro”.

 

Nada de cliché entonces: la pinot es la cepa más difícil.

 

“Cien por ciento. Es la más desafiante para cualquier enólogo. Hace 15 años atrás, los pinot tenían 14, 14.8 grados de alcohol y mucha guarda en barrica… Eran ricos para su época, eran más comerciales y amigables, pero no hablaban mucho del clima frio que tenemos en el valle de Leyda. Y ahí, muy de la mano de nuestro asesor Alberto Antonini, empezamos a cambiar. A buscar más la fruta roja ácida, a cosechar más temprano, a tratar que alcoholes fueran entre 12.8 y 13,2 y a bajar drásticamente el porcentaje de barrica, sin decir que es mala; buscando también otras vasijas como el concreto. Siempre tratando de potenciar el lindo perfil frutal que nos da este valle costero. En 2015 nos dimos esa voltereta con la ayuda también de los estudios de suelo junto a Pedro Parra. Antes no me sentía orgullosa”.

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Pinot Noir de Viña Leyda.

Tanto le agarraste la mano que te dieron el proyecto de pinot de Viña San Pedro en el sur, Tayú. ¿O tú lo pediste?

 

“Me lo dieron, porque es un proyecto de una viña del mismo grupo (VSPT), sabían que yo era la loca del pinot… Es un proyecto que me tiene encantada, me inyectó energía”.

 

Un vino en tierra mapuche

Cuéntanos más de este proyecto en la Araucanía, hoy zona de conflicto en el sur de Chile, y que es precisamente junto con sus comunidades mapuches. Algo inédito hasta ahora entre las viñas de Chile.

 

“Viña San Pedro hace más de 10 años que ha venido trabajando con el tema sostenible: tienen riego de viñedos, plantas embotelladoras y bodegaje que funcionan con energía solar, y una planta de biogás en Molina, pero faltaba la patita de sostenibilidad aplicable a la parte social. El Indap (Instituto de Desarrollo Agropecuario de Chile) nos ayudó a llegar a esta comunidad ,en Buchahueico, porque en primea instancia queríamos trabajar con mapuches pero no todas las comunidades son iguales. Al principio fue un poco duro porque había desconfianza, pero poco a poco se quebraron las barreras. Se armó un equipo muy positivo de trabajo. Pedro Izquierdo, como asesor vitícola, ha ayudado mucho porque conoce muy bien a las comunidades. Además, se dio una cosa muy rica con las dos primeras familias, de Juan Curín y Agustín Huentecona, unos tiernos ellos, y sus señoras. El hijo de Juan se fue a la bodega de San Pedro a trabajar por cuatro meses, hizo una vendimia, y al final quedó como supervisor de todos los viñedos que hay en Buchahueico. Hoy hay nueve familias viñateras en la comunidad. Cada una tiene plantadas 2.5 hectáreas de pinot noir. Abren las puertas de sus casas y tienen este jardín precioso. Lo bonito es que no tenían conocimientos de la viticultura. Eso fue un riesgo, pero hoy son uno de los mejores viticultores que tenemos en la viña. De una pulcritud impactante. Se preocupan de todo y cuando la uva llega a la bodega está perfecta… Creo que la conexión que tienen con la naturaleza los convierte en viticultores naturales. Su alta observación, desde el sabor de las uvas en cada planta, se ha perdido con productores dueños de grandes extensiones de viñedos”.

«Hoy hay nueve familias viñateras en la comunidad.

Cada una tiene plantadas 2.5 hectáreas de pinot noir».

 

¿Cuál es el modelo de trabajo con ellos?

 

“Lo especial que tiene este modelo y a lo que apunta, es a ser sustentables: darles trabajo, que la familia no se disgregue, y los más jóvenes no se vayan a trabajar a la ciudad, y así tener una mejor calidad vida. Ellos son dueños de sus tierras y de sus viñedos. Viña San Pedro, junto con un fondo de la viña y gobierno, les dieron un adelanto para hacer el diseño de plantación y comprar las plantas, y luego poco a poco van devolviendo el préstamo. En 2025 pueden vender sus uvas a otras viñas y pueden tener autonomía plena…”.

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La machi nos dijo que teníamos que hacer una rogativa para pedirle permiso a la Tierra

¿Cuál ha sido el mayor aprendizaje?

 

“No solo me ha hecho mejor profesional porque he aprendido muchísimo, sino que me ha hecho mejor persona. Uno aprende otra cultura, el observar. Y ellos son muy de tradiciones. Me acuerdo cuando íbamos a desarrollar el segundo viñedo en 2017, íbamos a subsolar y la machi (chaman en cultura mapuche) nos retó. Nos dijo que teníamos que hacer una rogativa para pedirle permiso a la Tierra y tenía que estar toda la familia. En Buchahueico no hay escuela, los niños van fuera del pueblo, entonces tuvo que ser un sábado. Partimos con nuestros niños también. Realizamos la rogativa a la salida del sol, al lado del rewe (tótem de madera). La machi se subió a la escalera que comunica la tierra con el cielo… Fue una ceremonia muy linda”.

 

¿Y cuál ha sido tu aprendizaje con este pinot noir sueño, tan lejos del costero Valle de Leyda?

 

“Fue otro reto, porque no sabíamos nada de esta zona. Por lo mismo empezamos dos años antes a comprar uva del valle (a otros productores mapuches impulsados por proyectos de innovación de Indap). Ahora sabemos que por lo general aquí todas las etapas fenológicas son tres semanas más tardías que en Leyda, hablando incluso de los mismos clones. El verano es super caluroso, pero después en marzo es nublado y con mucho viento, lo que frena la madurez. Además, llueve mucho más que en Leyda… Me acuerdo la primera cosecha, 2018, llegaba a probar Malleco en nuestra bodega de Isla de Maipo y sentía aromas a lavanda, paico, a poleo, boldo, como a sus hojitas… probaba otra cuba y otra, y todos tenían ese identificador. Pensaba que después se les iba a pasar. Pero los ponía en cemento o lo que sea, y seguían con ese identificador. La tercera vez que fui al viñedo, caminado entre hileras me dije ¡este es el aroma! Miré alrededor y estaba plagado de poleo, es como una maleza allá. Impresionante como ese carácter se impregnaba en las pieles de las uvas todos los años. Y es muy rico cuando un vino tiene un identificador del lugar, porque uno siempre dice que quiere hacer vinos de origen, que reflejen el valle”.

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Aromas a lavanda, paico, a poleo, boldo…

Entender la pinot

Y cortar los arbolitos para que no tenga ese carácter, como se hizo en Maipo en su momento con los eucaliptos…

 

“Yo creo que si estás en un ecosistema y es tu identificador por qué luchar contra él. A mí me pasaba en Leyda cuando llegué: me decían que mis pinot eran herbáceos, y el syrah también. Yo sentía que estaban castigándome con esas descripciones. Lo mismo me pasó con los syrah, primero buscaba la sobre maduración escapando del herbáceo, pero con el tiempo entendí que tenía que tener la nota de aceitunas, el palmito, el laurel… Me tomó tiempo, pero dije no, debo mostrarlo, por el clima frío tiene que tenerlo. Empecé a cosechar la uva crujiente, con la acidez bien pronunciada del valle, y ahí me casé con lo herbáceo. Es lo que te desmarca de otros valles también a nivel mundial”.

«Lograr una identidad local, siempre

respetando la identidad del pinot: que debe

ser finito, tenso, y debe ir hacia lo delicado».

Al crítico le emociona encontrar ese pinot del nuevo mundo que se asemeja a un grande Borgoña, ¿qué opinas de tener que parecerse para ser considerado excepcional?

 

“Soy admiradora de Borgoña: me encantan los Chambolle- Musigny, me encantan los Volnay, pero creo que en la elaboración del pinot uno busca lograr una identidad local, siempre en la mente respetando la identidad del pinot: que debe ser finito, tenso, que debe ir hacia lo delicado y con eso en la mente haces tu pinot en tu lugar. Sin tratar de hacer un Borgoña, porque no tiene sentido; no tenemos su suelo y no tenemos la edad de las parras. Piensa que acá recién en Leyda las parras van a tener 20 años. Lo bonito, la carrera y el oficio, es buscar un pinot que muestre lo local. Y ese es el desafío que deberíamos tener todos”.

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«Lo bonito, la carrera y el oficio, es buscar un pinot que muestre lo local».

¿Cómo logras tú el equilibro con la familia? hoy tienes tres hijos, entre doce y ocho años.

 

“Siempre cuento que cuando voy al supermercado con ellos, van corriendo a las góndolas de los vinos y gritan cuando ven los de Viña Leyda. Ahora de vacaciones, en un hotel de San Pedro de Atacama, José Domingo, que es el mayor, me dice gritando: mamá está el chardonnay y con la nueva etiqueta… Otra vez me acompañó a los viñedos de Leyda en verano, a probar las uvas un sábado, y como había ido antes con su papá a los viñedos de Alcohuaz me dice: ¿por qué no plantan garnacha acá, si tienen el suelo parecido al proyecto donde trabaja el papá? ¿Qué niños se fijan en esas cosas? Cuando los veo así, pienso que les he transmitido toda la pasión y disfrutan. Se me quita el sentimiento de culpabilidad. Hace cinco años me vine a vivir a Talagante, para estar más cerca de la bodega, pero antes vivía en el extremo opuesto de la ciudad a Isla de Maipo. Llegaba a las once de la noche a la casa, y a los niños los veía muy poco durante la vendimia. Les hablaba mucho del trabajo de la mamá, que me tenían que tener paciencia, y ellos con paciencia infinita me esperaban”.

 

Sientes que traspasar esa pasión, representa una ventaja para los países con tanta tradición vitivinícola, en los que hay ocho o más generaciones haciendo vinos.

 

“Esa vivencia que tienen las generaciones que se criaron en torno al vino en la mesa, que vieron a los abuelos ligados a la tierra, a los papás, es una energía y compromiso potente. También la línea en el estilo de los vinos se siente. No es lo que pasa en las viñas del nuevo mundo por ejemplo, donde rota mucho más la gente”.

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«Vamos a lanzar un nuevo pinot que viene de un lunar calcáreo en Leyda».

¿En qué estás hoy y hacia dónde vas?

 

“Lógicamente, es importante salir de las cepas no tradicionales, ver otras y ampliar la oferta, pero si te hablo de lo que he estado haciendo es enfocarme en el pinot y seguir aprendiendo de la cepa, y tratar de hacer un exponente que me llene del alma, y que me deje orgullosa. Para futuro tal vez explorar, mapear el Chile costero, de norte a sur con el pinot. Por ahora, este semestre vamos a lanzar un nuevo pinot que hicimos de la cosecha 2020; es una producción muy chiquita que viene de un lunar calcáreo en Leyda, de terrazas marinas. Encontramos ese suelo con Pedro Parra. Se llama Pinot Origen para hablar de dónde viene. Lo vinifiqué en una cuba cerrada con racimo completo, con levaduras nativas y luego se fue a un fudre y del fudre a la botella. Es decir, no tiene mezcla de suelo, ni de barricas, ni de clones, sino que del suelo fue directo a la botella”.

 

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