María José Lopez de Heredia es una mujer con una energía desbordante y un torrente de palabras inagotable. La cara más visible de la insigne y centenaria bodega familiar del Barrio de la Estación de Haro, se encarga junto a sus hermanos Julio César (viticultura) y Mercedes (enología) de custodiar y transmitir con orgullo el legado creado por su bisabuelo Rafael, continuado por su abuelo Rafael e impulsado por su padre, Pedro, fallecido en 2013.
Amante de la filosofía y la buena educación, conoce al dedillo la historia y el árbol genealógico de su numerosa familia y de la bodega R. López de Heredia Viña Tondonia. Con su voz rasgada y amable salpica la conversación con anécdotas como la de su bisabuelo, que nació en Chile y siempre trataba a sus hijos de usted. “Un día vio que su hijo Rafael, mi abuelo, trataba de imitar su firma y le dijo: “Rafael, usted no tiene personalidad” y a él le sentó fatal. Desde entonces si el bisabuelo iba con bombín, el abuelo llevaba boina y alpargatas. Tenía mucha personalidad, como mi padre”, cuenta Mª José, con un atisbo de nostalgia.
Como le veía a su padre pleitear mucho con la Administración, María José decidió seguir sus pasos y estudiar derecho, pero la carrera le decepcionó y se matriculó en Teología, que era lo que realmente le gustaba. A escondidas de su padre, un hombre muy exigente con los estudios, se costeó su diplomatura vendiendo periódicos y metiendo datos en inglés en la sede que Lloyd’s Register tenía en Las Arenas. “Las secretarias de la empresa me ayudaron mucho porque yo no sabía taquigrafía. Pero seguimos teniendo una excelente relación y todavía me compran vino”, dice.
De su infancia en Haro recuerda que aprendió a andar en bicicleta entre Cvne y Bodegas Bilbaínas, donde ella y sus hermanos jugaban en los jardines. “Había muy buena relación de vecindad: se vendían vino entre las bodegas y nos prestábamos botellas, tinas… Incluso los de Muga nos guardaron vinos”, dice Mª José. Hoy en día esa relación continúa con la Cata del Barrio de la Estación, un evento enoturístico en el que las siete bodegas de la zona más noble de Haro —López de Heredia, Muga, La Rioja Alta, Gómez Cruzado, Cvne y Roda— abren sus puertas a profesionales y público.
A pesar del éxito de la cata, María José rechaza la idea del turismo porque sí. “No quiero un Disney World cada fin de semana como el valle de Napa, que es horrible. Yo quiero que este barrio esté lleno, pero que nos visite gente con nombre y apellidos, y a la que yo pueda atender bien”.
¿Un vino para probar antes de morir?
Yo no sé contestar sólo uno. Realmente he sido muy afortunada porque he podido probar los grandes vinos del mundo. Como me gustaba el vino, de joven ahorré para comprarme un Pétrus o me iba a Christie’s en Londres a una cata de vinos de la añada 1921. Tengo la sensación de que ya he bebido prácticamente todo y puedo morir en paz.
Sí que hay un vino por el que ahora tengo curiosidad: Marqués de Murrieta Blanco 1986 pero, pensándolo bien, el que me gustaría probar es el de la añada 2050 de Viña Tondonia que habría que bebérselo en… 2060 ó 2070, según sea Reserva o Gran Reserva. Vaya, ¡que no me quiero morir!
¿Cuál es el último vino que has comprado?
Acabo de comprar un Ygay del 68, un Bilbaínas del 62, un Franco-Españolas del 64… He comprado 19 botellas porque estoy asesorando a un conocido que va a hacer una cata en Rekondo, pero son para beberlas.
Para guardar compro mucho Burdeos y Borgoña; me gusta abrirlos con amigos del mundo del vino. Los consigo a través de distribuidores —Vila Viniteca, Alma Vinos Únicos, Primeras Marcas, todo ellos importadores de grandes vinos— y directamente de los propios bodegueros o intercambiando Tondonia con ellos, algo que se estila mucho en Burdeos.
Ahora compro de 20 en 20 cajas, que es lo que me dejan en casa; a mí me gusta comprar de palets en palets pero aquí me dicen que les atasco la bodega. Me gusta mucho tener champagne —Pol Roger, Louis Roederer, Gosset… — aunque vuela, porque es algo que gusta a todo el mundo.
También compro mucho vino a amigos. Soy miembro de la Academia Internacional del Vino y compro vino a todos los bodegueros que están en este grupo. Me gusta tener aquí sus vinos porque me gusta agasajarles cuando vienen. Si viene un bodeguero de Burdeos yo le recibo con champagne aunque aquí tengamos buen vino blanco.
¿Cómo incentivarías el consumo de vino entre los jóvenes?
Es un tema que nos preocupa mucho a la industria del vino, pero no sé cual es la solución. Sigo con gran interés todos los estudios de la Federación Española del Vino sobre este tema y no entiendo porqué en España baja el consumo mucho más que en Francia e Italia, siendo los tres los principales productores del viejo mundo. Comprendo que hay cambios sociológicos naturales como la llegada de inmigrantes de países que no beben vino, y que ya no se consuman 30 litros por persona al año, pero también tenemos un problema con el consumo en la adolescencia.
Yo entiendo el botellón porque a esas edades es cuando empiezas a salir con los amigos. El único chispón de mi vida me lo cogí sobre los 14 años, con claretes, pero no repetí jamás. Me encontré fatal y aprendí la lección, porque me gusta ser responsable de mis actos.
Pero si la gente joven está dispuesta a beber un gin-tonic por 20€ ¿por qué no el vino? El gin-tonic es refrescante así que quizás hay que empezar a enseñar a los jóvenes vinos más refrescantes, más fáciles y en un contexto en el que interpreten que se lo van a pasar bien.
Veo en Burdeos que la gente se sienta en las terrazas bebiendo vino a las 11 de la noche y aquí los de Haro beben cerveza o gin-tonics y los que beben vino son los extranjeros.
En cualquier caso, yo prefiero que se beba menos vino pero que se beba mejor. Lo ideal sería que hubiera cultura del vino pero sin que la gente se emborrache. El vino es vasodilatador pero bebido moderadamente es un alimento.
¿Tienes algún referente en el mundo del vino?
No soy una persona de idolatrar, pero ni siquiera al Papa ni al mejor escritor del mundo. Estamos en un momento en el que no sabemos si somos personas o personajes. Hay mucho artificio en la imagen que tienes que dar.
En el mundo del vino, me encantan chavales jóvenes como Guillermo Cruz [sumiller de Mugaritz] y Fernando Mora, el próximo Master of Wine español, porque tienen una pasión y una energía desbordantes. Me parece mágico verles catar, me resulta estimulante y aprendo con ellos. Es algo que me atrae porque son unos fenómenos; me hablan de vino de forma diferente, pero un referente es algo más que eso.
Admiro a los investigadores y científicos; a Antonio Larrea, ex presidente del Consejo Regulador de Rioja, que era un hombre muy culto; al productor italiano Angelo Gaja; a Josh Jensen, por su espiritualidad y coherencia, que aplica en su bodega de California.
Un referente es alguien de quien puedes aprender siempre y para mí, sin duda alguna, mi referente es mi padre. Yo de siempre he querido trabajar con mi padre y ser como él. Él nos enseñó a cultivar tierra y nos decía: yo no soy enólogo sino viñólogo. Su pasión era ir a la viña, aunque yo de niña lo odiaba porque era un aburrimiento. Mi padre en todo tenía mucha pasión.
¿Con qué maridaje te has emocionado?
Hay uno que se me quedó grabado hace muchos años. Un periodista americano me invitó a una cata para la que había seleccionado nuestro rosado, de 10 años de envejecimiento. En aquella cena sirvieron una crema de lentejas con especias y se me quedó grabado cómo un cocinero te puede enseñar mucho de tu vino a través de un plato que lo realza.
De todas formas, creo que la comida se puede combinar con mil cosas. Yo toda la vida he oído que las alcachofas son imposibles de maridar pero, como en La Rioja tenemos muy buena huerta, yo recuerdo que en mi casa se tomaban mucho con Viña Cubillo, que era el del día a día que bebía mi madre, o con el que vino que tocara y nunca he encontrado ninguna incompatibilidad.
Recuerdo que cuando comenzó esto de presentar un vino con un cocinero de renombre, le llamabas y te dabas cuenta de que el vino no le importaba en absoluto. Ahora se cuida más el tema del vino, pero nuestros vinos son versátiles y maridan con casi todo. Salvo platos incompatibles, todo lo demás más o menos funciona. Al final, tú quieres que tu vino se tome en todos los buenos restaurantes del mundo con platos de todo el mundo y que los clientes elijan el vino porque les gusta.
Me horroriza la palabra maridaje. Me parece que es de hace cuatro días. Cuando yo hago cenas de este tipo les prohibo poner la palabra maridaje para difundirlas, aunque es cierto que me vuelvo loca para buscar sustitutos: acompañamiento, armonía o armonización acaban siendo igual de cursis.
¿Una carta de vinos de un restaurante?
En España, Atrio en Cáceres o Rekondo en San Sebastián. La carta de vinos de Rekondo fue durante mucho tiempo la carta de vino de España con mayúsculas. Les tengo cariño a los dos, aunque hay muchos más, como El Celler de Can Roca. Hoy en día hay más restaurantes que se están esforzando en este tema con mejores cartas de vino y sumilleres. Lo cierto es que los bodegueros deberíamos invertir en las cartas de vino de los restaurantes, pero no lo hemos hecho ni nos lo han pedido.
Me encantaría abrir un lugar con un sumiller como Guille Cruz; alguien al que le apeteciera vivir en La Rioja y que llevara el tema con libertad y presupuesto pero ya no me siento con fuerzas de meterme en más líos. Tampoco me gustaría que fuera un lugar para ricachones, que se creen que porque lo pueden pagar te esclavizan.
Me viene mucha gente pidiéndome que les abra Tondonias del 64 pero un 64 hay que abrirlo con cariño, en un buen restaurante y en unas condiciones óptimas, no de cualquier forma; la bodega hoy por hoy no es el contexto. Además, yo solo abriría un vino así a la gente que me apetezca.
¿Una bodega para la historia?
Sobre esto reflexiono últimamente mucho. Sé que ha pasado por muchas manos, pero para mi Château Margaux, aparte de ser lo que es, me recuerda a Viña Tondonia: la tonelería, la forma de hacer vino…
No lo sé a ciencia cierta, pero intuyo que mi bisabuelo, que se relacionó mucho allí, se inspiró en Margaux. Trajo plantas de allí y de otras bodegas de Burdeos, pero para mí Château Margaux me emociona y es especial.
¿Cuál es tu variedad preferida?
Pinot noir en su versión champagne, y palomino. Me gustan mucho los vinos de Jerez, también el riesling, pero el champagne me gusta especialmente.
Yo soy una bebedora bestial. Todo el mundo sabe que me gustan mucho las burbujas y tengo la suerte de que me regalan mucho champagne. También me gustan los espumosos de Franciacorta, los cavas de Recaredo, Raventós i Blanc… Hago boicot a los que hacen boicot al cava, que puede dejar en ridículo a muchos champagnes.
¿Puede terminar la frase? No quite el ojo a…
La viña. A la bodega tampoco, pero la viña es especial. Si tú no puedes ir a la viña, tiene que ir otro por ti. Hay alguna época en la que te puedes relajar un poco más, pero en la viña realmente hay que estar día a día.
Lo que me gusta de la tecnología es que puedes saber qué tiempo hace en Haro sin estar aquí en persona. Fíjate como sería en la época de mi bisabuelo, cuando dirigía la bodega desde Madrid. Mandaba instrucciones a diario y tenían que contestarle así que hay mucha documentación que por suerte conservamos: sabemos qué viento hacía, cuantos litros llovía, los movimientos de vino, los corchos que compraba, las etiquetas, ¡sabemos hasta qué tipo de inodoro encargó! Incluso les decía cuando había que abrir las puertas de la bodega para ventilar.
Tengo cartas desde 1867 y voy metiendo la información en una hoja de datos. Es un archivo fabuloso, pero lo que tengo que hacer es un edificio, que es algo que ya me pedía mi padre. La información en el ordenador está bien pero lo que tiene valor es el documento en sí.