Un paseo por la Conca de Barberà

Tana Collados

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Tierra de trepat y catedrales

Había prometido a Thelma y a Louise un fin de semana divertido, redescubriendo la D.O. Conca de Barberà, uno de esos lugares que aún teniéndolo cerquita, les resultaba poco conocido. Así que empezamos nuestra road movie de libaciones y comunión de los sentidos encarando la autopista en dirección a Tarragona, un sábado de verano, Thelma, Louise y su prima, que soy yo.

Thelma, Louise y su prima con el pastelero David Ferrer. (1)
Thelma, Louise y su prima con el pastelero David Ferrer.

«Chicas, vamos al Norte de la provincia de Tarragona, camino de Lleida, en la cuenca del río Francolí y de su afluente, el Anguera, ruta de castillos, donde se halla el monasterio de Poblet uno de los vértices de la ruta del Císter. Nos espera un fin de semana muy cultural. Porque cultura son también esos vinos, esos platos, esos dulces, que se han transmitido generación tras generación y que explican un paisaje y sus gentes.»

Primera parada: Desayuno de ‘carquinyolis’, abanicos y ‘orelletes’

Había avisado que salieran de casa habiendo tomado un desayuno mínimo. Hice bien. Nos esperaban, en la primera parada, los tradicionales dulces que dan fama a l’Espluga de Francolí.

«- Señora, disculpe! ¿Nos indica alguna pastelería??

– En el pueblo tenemos cuatro: Gamell, Cobo, Cabal y Ferrer, depende de lo que busquen, porque cada una tiene su especialidad.

– Bueno, mis referencias son las de la pastelería Ferrer.

– Sigan esta calle, en dirección al Casal.»

El Casal es un centro cultural fundado hace 50 años por un patricio de la población. ¿Os suena Gallina Blanca? ¿Y la empresa Agrolimen? Bueno, pues, Lluís Carulla, el fundador de esa empresa quiso corresponder a su pueblo natal con ese centro, hoy en decadencia, y con el Museo de la Vida Rural, un espacio expositivo moderno para explicar a las nuevas generaciones el mundo de la agricultura y de sus gentes que es el que ha sostenido esta, como tantas tierras, durante siglos.

David Ferrer en el interior de su pastelería.
David Ferrer en el interior de su pastelería.

Encontramos a David Ferrer en su obrador, entre carquinyolis, vanos (abanicos) y ametllats (almendrados), las pastas más representativas de la zona. Bueno, eso sin contar las orelletes (orejitas, literal), que se hacen con una masa más sencilla. Antes eran un dulce habitual en muchas casas y hoy podéis encontrarlas con facilidad, y deliciosas, en establecimientos de la zona. Las hay también en otros pueblos del interior de Tarragona y de Lleida, que comparten esa masa frita como dulce típico.

En la pastelería Ferrer probamos todas las pastas. ¡Qué ricas! A mí me gustan especialmente las neules, esos barquillos que no faltan en Navidad en ninguna mesa de Catalunya. Aunque, a decir verdad, tendría que ver si no me decanto por el sabor acentuado a mantequilla de los pitillos, unos canutillos con los bordes tostaditos que decido apartar de mi vista…para no seguir con ellos. Tan amante como me creo de lo “tradicional” y “auténtico”, tendré que confesar que esos dulces que recogen el refinamiento de la pastelería más afrancesada, me ganan la partida. “No hay secreto”, nos cuenta David Ferrer, “hay que utilizar buenas harinas, almendras, huevos, azúcar y mantequilla, además de chocolate o naranja confitada para las versiones más modernas”.

Hay que ir pensando en algún líquido y tomamos allí mismo un cafetito.

No es hora todavía de mistelas ni de cava, que acompañan de maravilla esas pastas. Y seguimos nuestra ruta. Dejamos atrás la concentración de gigantes reunida junto a la iglesia de San Miguel Arcángel, del siglo XIII.

Nos dirigimos, sin abandonar todavía l’Espluga de Francolí, a otro lugar de culto, la catedral.

Segunda parada: La liturgia del vino

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Exterior de la Cooperativa de la Espluga de Francolí, la primera «catedral del vino».

La “catedral del vino”, para ser exactos, que es como Ángel Guimerà bautizó el edificio del Celler Cooperatiu, el primer ejemplo de la maravillosa majestuosidad de ese estilo de bodegas modernistas, inspirados en los templos góticos que habréis visto también en otras poblaciones de la Conca de Barberà,  de las comarcas de Tarragona y, en menor cantidad, en poblaciones de más al norte.

Pasamos a la planta principal, donde habitan las modernas tinas de acero inoxidable, así como las que se construyeron con el edificio, de hormigón, ventiladas en su parte inferior tal como las ideó hace más de 100 años el arquitecto de la basílica, Pere Domènech. Él fue el ejecutor de la obra, aunque, por lo visto, el diseño de la bodega se debe a su padre, Lluís Domènech i Muntaner, uno de los grandes arquitectos del modernismo.

Subimos hasta las pasarelas que hay a la altura de la copa de las tinas, y a mí, ese entramado de arcos parabólicos, columnas y bóveda catalana que suman la utilidad a la belleza, que queréis que os diga, me emociona. Me emociona pensar que en ese pueblo, en esa comarca humilde donde nació un movimiento, el cooperativista, que serviría para aunar esfuerzos y superar las sucesivas dificultades de la gente del campo. De la necesidad hacer virtud. Los payeses de la Conca habían vivido tiempos de bienestar económico gracias a la producción de vino y a la exportación de aguardiente, desde finales del siglo XVII y hasta mediados del XIX, pero llegó la plaga de la filoxera a final de ese siglo y la crisis obligó a aguzar el ingenio y a unir las manos para superarla.

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Interior de la cooperativa de L’Espluga de Francolí.

Entramos por la tienda del Celler Cooperatiu de L’Espluga. Es sábado y hoy ni está el enólogo ni se puede hacer la visita guiada. Thelma, Louise y servidora lo lamentamos de veras, porque es muy interesante conocer los porqués constructivos de este tipo de edificaciones. Tampoco hoy nos podrán hablar de lo vinos que siguen haciendo aquí, pues el propósito por el que fue creada la cooperativa, sigue vivo. Nos permiten, eso sí, visitar solas el edificio. Entramos por el sótano, por las antiguas cubas, cuyos muros albergan ahora el modesto pero muy eficaz Museo del Vino, una instalación de sucesivos paneles que explican el proceso de elaboración del vino, desde la viña hasta llegar a la botella.

Nos quedamos con la impresión de que la ruta por las catedrales del vino, como las de L’Espluga, Barberà de la Conca, Montblanc o Rocafort de Queralt -por decir sólo cuatro de la misma DO Conca de Barberà- debería tener mayor apoyo de la administración. Mientras tanto, no dejéis de visitarlas si tenéis ocasión y pensad que, como hicimos Thelma, Louise y su prima, la ocasión os servirá también para avituallaros. En la tienda de la cooperativa, por suerte abierta ese día, encontramos un excelente  aceite de arbequina virgen extra elaborado bajo el paraguas de la D.O. Siurana, y, por supuesto, los vinos y cavas de la cooperativa, que llevan la marca Francolí. Pudimos probar los vinos tranquilos y el aceite de unos porrones dispuestos sobre un tonel-mesa. No nos pareció la mejor manera de catarlos y les dimos una confianza que no nos traicionó. Yo me decanté por llevarme el Francolí rosado, trepat 100% pues iba bien aleccionada sobre la variedad de uva más representativa de la Conca, de la que hacen bandera.

Trepat. Vinos ligeros, frescos y aromáticos

Tinajas de la Bodega Rendé-Masdeu.
Ánforas de la Bodega Rendé-Masdeu.

No escapan en la D.O. Conca de Barberà del debate sobre la reivindicación de las variedades propias, como seña de identidad. Hablar de autóctonas siempre es relativo, pero me explica el presidente de la D.O., Carles Andreu, la apuesta por el trepat, uva negra que, hasta hace apenas unos 10 años, se utilizaba para rebajar algunos vinos tintos o, a lo sumo, para elaborar rosados. No era mucha la confianza en el potencial de esas viñas de poca producción que aquí, sin embargo, tienen una gran adaptabilidad. Es el interés por buscar lo singular, que tiene tanto de comercial como de sentimental. Hoy de las 4.000 hectáreas de la D.O. el 25% son viñedos de trepat.

Tercera parada: Bodega Rendé-Masdeu

Jordi Roig de la bodega Rendé-Masdeu.
Jordi Roig de la bodega Rendé-Masdeu.

Continuamos nuestro viaje por bodegas, visitando, a sólo unos pasos, la de los herederos del fundador de la cooperativa, Josep Maria Rendé. La bodega Rendé-Masdeu la llevan hoy Mariona Rendé junto a su marido, Jordi Roig y el hermano de éste. En la agrotienda de la entrada encontramos a Jordi. Nos muestra su pequeña bodega y nos llaman la atención las ánforas, dónde también envejece vino, todo de producción ecológica.

Se trata de un sistema que ha llegado con fuerza a la Conca. Compaginan el barro con las barricas de roble francés y americano. Nos cuenta Jordi que las ánforas de barro cocido, con oxidación más lenta, evitan enmascarar los sabores y aromas del vino. Las ánforas de Rendé-Masdeu guardan trepat, aunque no son los de esa variedad, de entre los suyos, los mejor valorados por los críticos, sino el Manuela Ventosa 2009 de cabernet y sirah. Su rosado, joven, ligero y afrutado, también es de sirah.

Cuarta parada: A comer! de Km0 en Art

En la tienda de la bodega, las secallonas del pueblo que hemos comprado nos han despertado el apetito. Nos metemos en el coche, pero no nos da el viaje más que para una canción. A las afueras de la población damos con Art Restaurant, el lugar que hemos elegido para comer.

Exterior
Exterior de Art Restaurant.

En esta comarca tienen predicamento varios restaurantes dedicados a la cocina tradicional y casera, pero Thelma, Louise y servidora optamos por un registro con firma. En el Art hemos quedado con el chef, Carlos Barneda. Aquí se ganan el concepto Km0 y tomo una ensalada de tomate –muy buena- con anchoas, pesto y frambuesa. Ellas, una ensalada tibia con aire de trepat, rosas y queso de cabra. Regamos los primeros con un fresco Francolí -de la Cooperativa– 100% macabeu.

Seguimos con un lomo de bacalao al carbón con albaricoques secos -para mí el mejor plato de la comida, perfecto en textura y sabor el bacalao, con su sopita que recuerda una delicada porrusalda- y lo acompañamos con un vino natural, La Bauma 2012, de la bodega Vega-Aixalà, de garnacha blanca y chardonnay. Un vino que nace en viñas ecológicas, con suelos de pizarra, de la zona de más altitud de la D.O., a 800 y 900m entre las sierras de Prades, La Llena y el Montsant. Y nos gusta mucho.

Entrada al monasterio de Poblet.
Entrada al monasterio de Poblet.

También nos repartimos un foie con mermelada de rosas, pie de cerdo y olivas negras. Y llegamos a otro top del menú, el secreto ibérico al vermut Izaguirre con chips de yuca. Lo casamos con otro gran vino de la Conca, un Josep Foraster Trepat 2012 muy bien puntuado en las guías internacionales más influyentes, y también en las locales, por su calidad y por su precio. Tras los postres, entre los que destacamos el texturizado gintonic con apio y manzana, decidimos descansar disfrutando del paisaje.

Por los pelos, antes de que nos cierren, llegamos al monasterio de Poblet, una maravilla que merece una visita larga, explicada, pues estos muros guardan mucha historia, la que se escribe desde su fundación en el siglo XII. Nos adentramos en los majestuosos muros del recinto cisterciense, Patrimonio de la Humanidad, y llegamos hasta la Iglesia Mayor. Empieza el oficio de vísperas, y vemos a los monjes blancos, que siguen la regla de San Benito, con sus rezos cantados,  junto al altar.

Milmanda.
Castillo de Milmanda de Bodegas Torres.

La imagen, los cantos de los monjes, el olor…todo me sobrecoge. Pero nos vamos. Nos prometemos volver en otra ocasión con planes menos terrenales, pues no hacer una visita completa a tan magnífico monasterio es, decididamente, pecado. Ya fuera del recinto abacial, sigue abierta una agrotienda. Claro, de allí no nos vamos sin comprar, por lo menos, unas deliciosas avellanas de Reus.

Cae la tarde y el último paseo por tierras que fueron del monasterio, dedicadas, tras la reconquista, a la recuperación de la viña, las dedicamos al Castillo de Milmanda, ahora campos de las Bodegas Torres. Si el vino empieza en la viña, aquí nacen dos de los grandes vinos de esas bodegas que tienen su casa central en el Penedès, Milmanda y Grans Muralles.

¡Qué belleza! El arte imita a la naturaleza, sugiere una definición. Otra, menos naturalista, contempla el verdadero arte como un ejercicio en la búsqueda de lo divino.

Para qué más nada. Mejor vamos de retiro. A lo nuestro.

Quinta parada: Dormir en una masía del siglo XVIII

Nos alojamos en una masía habilitada como hotelito rural, Mas Carlons, junto al Montblanc. Llegamos a ella tras dejar atrás algunos campos de trigo y de cebada, salpicados de higueras, y almendros y avellanos. No podíamos dar con paisaje más mediterráneo. La Conca. Ahora descanso.

Sexta parada: cena y sobremesa en un ‘gastrobar’

L'Arravaló
Sobremesa en L’Arravaló.

Vuelta al coche. A Thelma, Louise y servidora, que con las de la peli, en lo material, no tenemos absolutamente nada en común, nos va el tema del condumio. Hemos reservado en el segundo turno de L’Arravaló, un gastrobar de tapas en Blancafort, en el centro de la comarca. Es ya noche cerrada. Atravesamos el pueblo y no se ve ni un alma. Damos con el local, muy sencillo, con terraza interior. Está a rebosar, como acostumbra en fin de semana. Compartimos unas raciones de ensalada de tomate con cerezas y hierbas silvestres que un especialista, de un pueblo cercano, recoge y cultiva para ellos. Se pasan un pelín con las hierbas, pues te ponen hasta incomestibles tallos, como si con las hojas no hubiera bastante para presumir de silvestres. Pere Bolet, el director del local, al que habíamos encontrado liadísimo en la cocina, se acerca a nuestra mesa para recomendarnos compartir unos bastoncitos de potro empanados, un tataki de atún, y el «durum.cat2, una tortita de maíz rellena de espinacas a la catalana, con pasas y piñones. El local respira buen rollo. Es un lugar simpático al que llega gente de toda la comarca y de las vecinas, quizá porque L’Arravaló es hermano de La Cava de Tàrrega, otro lugar de éxito (tienen varios) de la empresa Fogons de Forès, a cuyo frente está Albert Marimón, proclamado Cocinero del año en el último Fòrum Gastronòmic de Girona. Fogons de Forès, que dispone de una cocina central, para abaratar costes, defiende a conciencia el concepto de proximidad de sus productos.

Orgullo de lo propio

Mas Carlons
El hotel rural Mas Carlons, junto al Montblanc.

Agradecemos haber venido al segundo turno, pues la sobremesa, con Pere y Albert es de lo más entretenida. Nos hablan con pasión del vino que hemos tomado, el Galliné 2013, un vino con variedades muscat y parellada que nos ha encantado, pero, sobre todo, de los tres jóvenes viticultores del Celler Gerida que lo hacen posible.

En la mesa de al lado hay un grupo de mujeres que se nos añaden. Son las agricultoras asociadas que impulsan la recuperación del ajo de Belltall. Uno de esos productos que como el azafrán, gozaron de prestigio y que lo han recuperado gracias al tesón de apasionados como ellas y ellos. (La vicepresidenta del all de Belltall tiene, además, un supermercado contiguo a su gasolinera, entre Montblanc y L’Espluga, dedicado a todos los productos agroalimentarios de la Conca).

Vamos de retiro. El domingo se promete intenso.

Séptima parada: La villa de los enamorados

Calles del pueblo medieval de Forés
Calles del pueblo medieval de Forés.

Renunciamos al pantagruélico desayuno que nos ofrecen en Mas Carlons para que no se nos eche el día encima. De nuevo coche, aunque el trayecto, hasta el centro de Montblanc es corto. Aparcamos, como se debe, fuera de las murallas, y nos adentramos en el recinto medieval de la población, declarada Villa Ducal en el siglo XIV. La capital de la Conca de Barberà apenas se despierta. Se nota que la ciudad tiene su vida al margen del turismo, pues, como ejemplo,  no encontramos ninguno de los hornos de pan abierto. Nos quedamos sin probar sus orelletes. También la pastelería Viñas está cerrada, pero, de suerte, Andreu, otra de sus reconocidas pastelerías, está abierta y podemos llevarnos algunos dulces, como los merlets, una especie de peladillas de almendra. Les cuento a mis primas que en Semana Santa los escaparates de estas pastelerías son todo un espectáculo. Compiten luciendo magníficas monas de chocolate, a cual más espectacular.

De nuevo, como no, a ojear otra agrotienda bien surtida en la que encontramos azafrán, quesos y los vinos y cavas que hemos probado hasta el momento.

 Octava parada: Vinos biodinámicos

Joan Ramon Escoda, de la bodega Escoda-Sanahuja
Joan Ramon Escoda, de la bodega Escoda-Sanahuja.

«¡Chicas, a la carretera!» Salimos en dirección a Prenafeta, una pequeñísima localidad a 5km de Montblanc, en busca del Celler Escoda-Sanahuja. Allí nos espera Joan Escoda, al que hoy domingo acompaña toda su familia. Hace unos años visité esta bodega para conocer de cerca cómo se hacen los vinos biodinámicos. Joan Escoda sigue en ello y le va bien. Donde tenía la montaña de estiércol que maceraba a base de plantas y compuestos naturales, para tratar las viñas conforme mandan los preceptos de la agricultura biodinámica, hoy está construyendo un nuevo edificio para recibir a los visitantes con mesa y mantel. Todos sus vinos son naturales, porque dice Joan: “no tendría sentido añadir aditivos a unos vinos que han nacido en viñas biodinámicas”, sin tratamientos de síntesis, aunque no hay legislación que ampare este tipo de producción, salvo el sello Demeter. Els Bassosts 2012, xenín blanc 100%, vino joven, brisado, sin filtrar, sin clarificar, sin sulfitos, como todos los suyos, ha obtenido 92 puntos Parker en el 2014. “La mejor puntuación es lo que tarda una botella en vaciarse, eso es 100 puntos Parker.” Joan Escoda tiene una manera bien especial de explicar sus vinos, quizá porque sabe que se entienden y venden mejor en el mercado exterior, donde va la mayoría de su producción. Nos da a probar su espumoso Brutal, monovarietal de cabernet franc, sin azúcar añadido, con levaduras propias, cinco años. Nos gusta mucho. “El vino natural te alimenta, está vivo”, dice, “y, al contrario de lo que se cree, duran más. Y no fatigan, te los bebes como agua. Al fin y al cabo, si el 85% del vino es agua, entonces nosotros hacemos agua vegetal”. Razón tiene, pero, por si acaso….»¡chicas, al coche, que antes del regreso, habrá que comer!».

Novena parada: Forès o comer entre las nubes

Paisaje de la Conca de Barberà desde el Mirador de Forés
Paisaje de la Conca de Barberà desde el Mirador de Forés.

Nos han recomendado un lugar especial, en otro pueblo de origen medieval, de 12 habitantes, el Mirador de Forès.

Comemos con un paisaje imponente a nuestros pies, en una pequeñísima sala,  que es parte de la casa donde viven Alberto y Núria, camarero y cocinera, una pareja que tenía otra vida llena de estrés, hasta que decidieron llenarse, para siempre, de la energía de estos parajes. Son especiales. Organizan salidas en carro, con cava y copas Riedel, sólo que ellos deciden cuando. Comemos rico, platos caseros, pies de cerdo, canelones, endivias con habitas y jamón.

Nos relamemos con las vistas. “Cuando el viento barre el aire, desde aquí puede verse el mar que baña Torredembarra, aseguran.

Estamos en el límite de la Conca donde hay viña. Más al norte, la comarca se identifica con la Segarra, tierra de cereales fundamentalmente.

Vamos de vuelta, Thelma, Louise y su prima, que soy yo. Hemos estado dos días comiéndonos y bebiéndonos este maravilloso paisaje. Si es verdad que se quiere aquello que se conoce, nos vamos queriendo mucho más la Conca de Barberà.

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