"Somos lo que bebemos" - Redacción

Redacción

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Rafael Poveda (Monóvar, 1958) realizó los estudios primarios en su pueblo pero su padre lo envió a los Jesuitas de Alicante, interno, para que cursara el bachillerato. Termina y se marcha a Madrid a la Escuela de Enología que entonces se situaba en la Casa de Campo, «llegué a Madrid en octubre de 1975 y en noviembre se murió Franco». Eran tiempos de mucho «trasiego» en la universidad madrileña y en toda la capital.

Pero su formación en el mundo del vino no ha parado desde entonces, en California con Robert Mondavi, «estuve allí seis meses y me enseñó que una bodega no puede parar en todo el año, ni tan siquiera los domingos y fiestas de guardar». En Escocia trabajó en un fábrica de whisky y llegó incluso a adentrarse en territorio francés para conocer de cerca a los grandes competidores.

Ahora, me cuenta, «salgo a vender por Europa y, sobre todo a las ferias, hay que conocer que hace la competencia y ellos también ven lo que haces tú».

Volviendo a los orígenes a Rafael, lo del vino le viene de familia, «mi bisabuelo, mi abuelo y mi padre me lo transmitieron.

Mi padre ya fue enólogo en unos tiempos en los que la formación era escasa», su padre fue quién le guió los pasos, a él y a su hermano, para que se formasen y tuvieran un criterio más científico sobre el vino.

Cuando acaba sus estudios en Madrid se incorpora a la bodega de la familia, «en aquellos momentos la venta del vino se fundamentaba en el granel, algo que iba a desaparecer por lo que empezamos a mecanizar la bodega y a embotellar».

Otras de las dificultades con que se encontró fue el desconocimiento de la marca Alicante a la hora de vender su vino, «decía Primitivo Quiles que por poner la contraetiqueta de Alicante en vez de pagar nosotros no debían de pagar» y curiosamente, me dice, después de tanto trabajo en el exterior, «donde menos éxito tenemos es precisamente en nuestra tierra, al alicantino le cuesta asimilarlo».

El esfuerzo no ha sido inútil, «el vino de Alicante se vende en treinta países distintos, con decenas de marcas y de todo tipo de variedad». Me cuenta con indisimulada satisfacción que, «estoy vendiendo doscientas mil botellas en Francia, los franceses quieren conocer como son otros vinos y no tiene reparos». Los premios en certámenes fueron llegando poco a poco y los vinos de la tierra, con la variedad monastrell a la cabeza, han conseguido situarse en los primeros lugares, «ahora estamos contentos porque se nos valora, el esfuerzo que se ha hecho nos sitúan al mismo nivel que el vino francés», y encima, matiza, está la buena relación calidad precio que tenemos muy por encima de otros competidores.

Las nuevas bodegas de la familia Poveda son un ejemplo de este esfuerzo, unas instalaciones modernas en mitad de un valle, junto a Salinas, desde donde se ve el Collado Salinas, la finca de Azorín donde el escritor pasaba temporadas.

La nueva cultura del vino también pasa por el enoturismo que iniciaron los californianos, «aquí vienen todos los días visitas de autobuses desde muchos sitios, también vienen por libre personas que se han enterado que estamos aquí y le enseñamos desde la viñas hasta como se elabora el vino». En esta actividad, me cuenta, fueron pioneros porque sabe que la bodega, como ya me ha dicho, no puede parar.

Su padre, Salvador Poveda, fue el impulsor del Museo Azorín de Monóvar que luego dio paso a la Casa Museo, esta actividad le dio a Rafael otra segunda faceta,»por mi casa pasaron Gerardo Diego, Benjamín Palencia, Cossío y Cela, mi padre los invitaba a la bodega cuando venían a ver la casa de Azorín y este ambiente me llevó a la afición por la investigación local y las letras, siendo como soy de ciencias».

En sus investigaciones, en torno a los asuntos de su localidad, está a punto de publicar las Actas completas del s. XVIII, pero lleva editados varios trabajos como el libro de mortuorios, el libro de Claverias del s. XVII, la biografía de José García Verdú y los dietarios del mayordomo de Azorín, entre otros.

Pero su auténtica afición, me confiesa, es la fotografía, «los que no sabemos pintar ni cantar nos dedicamos a la fotografía», me dice y no me pasa desapercibido que encima de su mesa despacho hay una cámara de fotos.

Y volvemos al vino, «la cosecha de este año va a ser muy buena, no en cantidad pero sí en calidad, ha llovido en invierno y no hemos tenido tormentas de verano ni pedrisco», el clima, me dice, «es el único factor que no podemos controlar, la variedad y la técnica de elaboración corre de nuestra cuenta y contamos con clima muy estable que nos permite buenas cosechas».

La vendimia ha comenzado ya, «producimos más de dos millones y medio de litros y los vendemos en un ochenta por ciento al extranjero y el resto para el mercado nacional, por eso no hemos notado tanto la crisis», menos mal, digo yo, que alguien no se queja de la coyuntura.

Terminamos la entrevista con un pequeño recorrido por la bodega donde pruebo el fondillón en ‘La Sacristía’, poco por que tengo que conducir, y me enseña un pequeño rincón, a modo de museo, donde se apiñan los recuerdos de una larga tradición familiar.

Cuando me marcho, en el exterior, vuelvo a mirar al collado Salinas de Azorín, ¿qué diría el escritor, si ahora, al asomarse al valle, viera una bodega?, este hombre era tan sobrio. A saber.

Fuente: lasprovincias.es