Josep Pla, en «El què hem menjat» se pregunta qué gusto tiene el guisante. Acaba explicando que el guisante sabe a guisante. El vino huele a vino. Esta tautología significaría que todos los vinos huelen igual y no es así. Expresar sensaciones es difícil. Poner en palabras comunes algo tan personal como la degustación cuesta. Es pasar de lo subjetivo y personal al marco colectivo de las palabras. Para ello el sumiller más que definir tiende a evocar.Comunicar lo percibido a través de sus órganos, relacionarlo con el recuerdo y exponer su opinión a los que no están tan entrenados a poner etiquetas a las sensaciones. Para ello, lo mejor es expresarse con metáforas. El perfumista Alexandre Smith es capaz de detectar las diferentes moléculas aromáticas que forman el bouquet del vino. Pero los consumidores entienden mejor el aroma de un vino si lo relacionamos con la pera que hablamos del hexil acetato. Se pueden describir los aromas con fórmulas químicas pero estas no comunican los sentimientos. El vino es como nos hace sentir, la ilusión de cada sorbo.
Mª Isabel Mijares, la madre de la poética del vino, encontró en una copa «enaguas de monja novicia». Seguramente ese vino olía a naftalina, a limpio, a jabón de rosa. Tal vez, el referente es difícil (al menos yo no voy oliendo las faldas de las monjas) pero es una afirmación que provoca y hace volar la imaginación. Josep Roca, en una de sus notas de cata de El Magazine de La Vanguardia hablaba de la nariz de un verdejo como «visceral, contundente, de pura sangre, impregnada de la sensación excitante de aires caribeños». La comparación, la paráfrasis, la alusión son figuras literarias que encontramos fácilmente en las notas de cata. Por no hablar de las personificaciones cuando hablamos del cuerpo de un vino o de sus notas masculinas o femeninas (¡esto último daría pie a muchos matices!)
Algunos críticos de vinos utilizan las puntuaciones para combatir la ambigüedad del lenguaje metafórico. ¿A qué huelen 100 puntos Parker? ¿Qué gusto tiene 97 puntos Peñín? Clasificar la calidad con numeraciones es una opción, pero de difícil transcripción si uno no está familiarizado con el vino. El esquema de comunicación de Jakobson resalta la importancia de descifrar el mensaje a través de un código y del canal adecuado para que llegue al emisor. Si para que el comensal entienda la diferencia entre la calidad de dos vinos se debe utilizar metáforas como «este es un Clio y el otro un Mercedes» bienvenidas sean las comparaciones. Tenemos que aprender cual es el lenguaje más directo para que nuestro receptor nos entienda y los sumilleres deben ser los comunicadores del vino. Y se necesita hacer poesía, pues el vino es arte, tienen buen material para inspirarse. Oda al vino acaba con los siguientes versos «vino liso como una espada de oro, suave como un desordenado terciopelo». ¿Esto es una poesía de Neruda o una nota de cata?
El vocabulario del vino es impensable sin las figuras retóricas que establecen relaciones inéditas. La eficacia de la metáfora, como dice Aristóteles, está en la información extra aportada y en expresar una cosa en términos de otra. La metáfora sorprende, impacta y emociona. Las metáforas en el vocabulario del sumiller no tienen un papel ornamental sino que son la base de su lenguaje especializado.