Las vidas profesionales Daniel Llorente y José Pablo Martin nada tenían en común, se conocieron por el buceo. Llorente trabajaba con metales y su padre, inmigrante de las minas de carbón de Sabero, en España, cumplió su sueño al comprar y cultivar un campo con vides para pisco y olivos en Huasco, un oasis en mitad del desierto del Norte Verde de Chile. Martin, agrónomo-enólogo, había llevado una carrera exitosa, primero en viñas de la zona central de Chile y después, desde 2006, en el valle del Limarí, unos 250 kilómetros al sur de Huaso. A pesar de la distancia -considerable, aunque poca para este largo país sudamericano- ambos eran parte del mismo Norte Verde, y coincidían para bucear las aguas de sus extensas playas y bahías.
La idea de trabajar juntos, haciendo vinos, nació de Llorente, quien un día, entre tanques y mascarillas, preguntó a su amigo si creía buena idea plantar vides para vino en su campo, en la terraza tres al sur del río Huasco, a 36 kilómetros del mar. José Pablo dudó. Pensaba que el lugar sería más cálido que Limarí, el origen del que estaba enamorado y había elegido para hacer sus propios vinos. Ambos sabían que el único proyecto de vinos finos que caminaba en la costa del valle, Tara de Viña Ventisquero, ya acumulaba éxitos con cepas de clima frío, y que un siglo antes hubo un intento con pinot noir, fracasado por falta de conocimientos y tecnología.

El entusiasmo de Llorente impulsó el trabajo en el año 2014. Empezaron a explorar, midiendo temperaturas y haciendo hoyos en los suelos para ver sus perfiles y exigencias. Martin descubrió que era similar al de Limarí, pero incluso más extremo. “Tenía el calcáreo y las arcillas de sus terrazas aluviales, de piedras redondas, tenía la luz del norte, y aunque juraba que era más cálido, me di cuenta que el cajón del río Huasco, con salida al mar, es más frío. En los viñedos de Limarí hay montañas enfrente que los protegen de esta condición; aquí no, está el cajón abierto y las temperaturas rara vez suben de 27°C”. En 2017, Martin le dijo a Llorente: “no le des más vuelta, tienes que plantar”.
Eligieron las clásicas cepas chardonnay, pinot noir y syrah, ideales para climas fríos, además de las tintas emblemas de Chile, cabernet sauvignon y carmenere, para hacer los tintos corpulentos que soñaba Llorente. Al año siguiente, 2018, sumaron la garnacha, cepa tinta muy popular en España. Ambos querían ver qué pasaba con ella. A Llorente le recordaba las tierras de su padre, a Martin, la experiencia de sus pasantías en la península ibérica.
La garnacha no les dio la calidad que esperaban al primer año de cosecharla. Sus primeras uvas del 2020, cuenta Martin, tenían un vigor extraordinario, “fue muy difícil de manejar, porque la planta crece con mucha fuerza incluso en un suelo calcáreo y pobre como este. Hay que trabajar mucho, bajar racimos. Regulando su carga se puede conseguir calidad”.

Vale contar que entre una cosa y otra, Martin se había independizado y estaba pronto a lanzar su propia línea de vinos. Después de llegar a nombres imposibles de registrar, los llamó JP Martin. Mientras, a cambio de uva, se había convertido en el enólogo y asesor de Buena Esperanza, la viña que fundaría Llorente y su señora, Mai-Nie Chang, en Huasco. Hoy, Buena Esperanza suma 12 hectáreas de viñedos y tiene, , cinco vinos de su campo en el marcado, todos aplaudidos. Pero volvamos a la garnacha.
Aquel primer vino que hicieron de garnacha, cuenta Martin, “me gustó mucho aunque era un vino de inducción. Muy fresco, con fruta muy crujiente, notas a pólvora, a suelo, tierra húmeda, muy entretenido, pero con una acidez demasiado rica y pH bajísimo (3). No le tuve esperanza, dice entre bromas. Tenía poco color, poca estructura. Falta mía de cojones o madurez, dije: mejor no lo hagamos”.
Esa primera garnacha no salió al mercado. La verdad es muchas veces, es menos glamorosa de lo que parece, y se vendió a granel. La compró una bodega amiga del Maipo donde le sumaron algo de syrah. Para sorpresa de todos, salió elegida como la mejor garnacha en un ranking nacional.

Al año siguiente, ya cosecha 2021, Martin decidió hacer un poco de vino para su proyecto JP Martin y sumarlo a su nueva pequeña familia de vinos: dos del Limarí (syrah y carmenere) y tres del Huasco (pinot noir, chardonnay y garnacha). “Ahora puedo, pensó, ya llevo 20 años en la industria, no es lo mismo partir con un proyecto nuevo, sin historia”. Nació su primera garnacha, llamada De Cal (26.000 pesos, unos 22 dólares) por el suelo y la sensación que transmite de taninos tan finos como la cal. Fue destacada en diferentes rankings junto con sus otros vinos de Limarí y Huasco. Repitió en 2022 y va por el mismo camino, sorprendiendo.
Llorente, en cambio, no se quiso arriesgar a sumar un vino más para Buena Esperanza en 2021 . “Queríamos ir despacio. El que mucho abarca poco aprieta, y preferí concentrar y poner foco, y así no llenarnos de etiquetas. Salimos al mercado con cinco etiquetas en 2022: un pinot noir, un chardonnay fresco (sin madera), y el chardonnay gran reserva, que ahora se llamara Cerro Chehueque, además de la mezcla tinta, y un rosado de pinot”.
Buena Esperanza se atrevió en 2022, y sumará a su familia una garnacha de esta añada, además de un nuevo syrah 2021.
Para Martin, la pinot es excepcional en Huasco, además del chardonnay, y tiene razón. Sin embargo, para mi, la garnacha es única, incluso entre las otras garnachas que ya empiezan a haber de Chile; no son pocas, pues suman al menos unas 20 etiquetas, desde Huasco hasta el Itata. La gracia de las nacidas en Huasco, es su tensión vibrante y a la vez de tanino pulido, que despierta cualquier paladar y que siguen vibrando alto incluso después varios días después de abiertas las botellas; algo, por cierto, contradictorio para una variedad conocida por su tendencia a oxidarse durante la vinificación, si no se protege.

Uno se puedo preguntar, ¿cómo se van a diferenciar si vienen del mismo viñedo y los hace el mismo enólogo?. “Ambas, explica su enólogo, se vendimian en las mismas condiciones, con la misma filosofía y puede haber diferencias mínimas de tres días entre las cosechaa. Parte de la fruta se vinifica en la bodega de Buena Esperanza y la otra, la mía, en la bodega donde yo vinifico todos mis vinos, en Limarí. Además, el concepto de guarda es distinto. Buena Esperanza es una bodega recién construida, y hay que tener mucho cuidado, porque hay mucha madera nueva. Lo que hacemos allí es criar un porcentaje del vino en barrica nueva, otro en usadas y otro en barricas de acero. Porque el concepto de Daniel es más de vinos de guarda, con potencial de envejecimiento. Mi filosofía es diferente: yo partí con barriles antiguos de 400 litros y la renovación de barricas se nota menos cada año. Luego todo va a huevo de concreto y de ahí a la botella. El huevo suaviza, da un algo, y también protege al vino”. En conclusión, nos dice Martin, la diferencia tiene más que ver con los tiempos de vinificación, “porque aunque yo quiera hacer vinos iguales, siempre van a ser distintos. Cada barrica de un mismo lote, también da vinos distintos. No hay que hacer mucha fuerza para que los vinos no sean igual, ahora son hermanos, en estilos similares, cada uno con sus características. Tienen un hilo conductor.”
Probamos los dos vinos en momentos diferentes. De Cal, incluso antes de saber que existiría el de Buena Esperanza. Ambos tienen también un color rojo vibrante de capa media a baja, aunque la garnacha de Martin es más clara en su tono. Luego están los aromas, con ese mismo hilo conductor que da Huasco, con fruta roja, como guinda ácida, austera, con toques de salinos, y pólvora o a talco-talco, sin el perfume con que se suele comercializar. La de Buena Esperanza tiene una nota más dulce, más frutal, en nariz y en boca. Mientras, la garnacha de JP Martin es más austera y más nerviosa por su acidez extra-filosa. Si comparamos con sus respectivos pinot noir, las garnachas son más ligeras que voluptuosas, más tensas en boca, y sin las marcadas notas de sotobosque en nariz.

“Queremos plantar un poco más de garnacha el año que viene, dice Llorente, y ver cómo se comporta en el mercado. Porque debe tener una conversación con las ventas y todavía es una variedad muy desconocida de Chile. Puede dar esa sensación de que es un vino muy claro, pero de a poco la gente más joven se va entusiasmando con estos vinos livianitos… Encontré un texto tan lindo que decía: el vino no se fabrica, el vino se cría, y uno se transforma en un criador de vino. Y me gustó eso, porque mi experiencia con el vino es mínima, salvo de ser un amante, y es cierto, lo estoy criando. Eso me emociona. Y creo que si la garnacha ha tenido tanto cariño y solcito en este terruño, tendrá que salir bien”.
La garnacha de Buena Esperanza, hermana indiscutida de la De Cal, todavía no tiene etiqueta ni precio, pero ya sabemos que tendrá un nombre que seguirá honrando al valle y a los agricultores antiguos; también una pintura que haga Arancha, la hija de Llorente y Mai-Nie. Todo se definirá pronto, porque para noviembre la tendremos debutando y refrescando el mercado.