Allá Lejos, los vinos más australes del mundo

Esta es la historia de una innovación exitosa, de la que se colgó otra, en un oasis de la Patagonia chilena, donde apenas llueven 300 milímetros al año y en verano sus días tienen 16 horas de sol.

Mariana Martínez

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Las primeras nieves cayeron temprano este año en la Patagonia chilena. El productor de cerezas Esteban Milovic y Fernando Almeda, su enólogo, embotellan la segunda cosecha de los vinos que han hecho juntos con ese paisaje blanco de fondo. Están en la pequeña bodeguita de Viña Jeinimeni, en la comuna de Chile Chico, más de 2.000 kilómetros al sur de Santiago. Almeda, que vive en Curicó, tardó más de 16 horas en llegar en un viaje que transcurrió por carreteras, aire y mar.

Esteban Milovic y Fernando Almena concretaron la alianza entre el cerezo y la viña.
Esteban Milovic y Fernando Almena concretaron la alianza entre el cerezo y la viña.

Para entender por qué Esteban Milovic productor de cerezas en la Patagonia chilena, está embotellando sus vinos de pinot noir y chardonnay, llamados Allá Lejos, debemos viajar al año 1991, cuando la zona devastada por la erupción del volcán Hudson, necesitaba con urgencia alternativas de desarrollo agropecuario y color en sus calles cubiertas de cenizas. Se plantaron árboles de damascos con fondos del estado para lo segundo. Para lo primero, después de hacer un catastro de suelos, clima y árboles frutales, el equipo del Instituto de Investigaciones Agropecuarias (INIA) eligió cerezos y damascos como los dos nichos interesantes para la exportación. Era la oportunidad de llegar a los mercados al menos un mes más tarde que el resto del Chile Central, y en la contra estación del hemisferio norte.

 

Esta historia la narra Diego Arribilla, el agrónomo que ha estado detrás de esta aventura en un muy particular oasis de la Patagonia. Como él mismo cuenta, logró derribar todos los mitos de que lo que se creía imposible, al exportar a Francia en 2002 cerca de 1.400 kilos de cerezas. Esteban Milovic llegó a la zona para invertir en plantaciones de cerezos después de saber del éxito del proyecto.

 

Primero la cereza, después la uva

 

“Sabíamos que después de las cerezas tendría que venir algo más”, recuerda Arribilla, orgulloso de las 250 hectáreas de cerezos actualmente en producción en la zona. También recuerda que la idea de que fueran viñas no fue realmente suya, aunque sí tuvo un papel clave. Fue en 2008 cuando apareció en esta zona (ubicada en la ribera del Lago General Carrea) el equipo de una viña del valle central, explica esperando el trasbordador que lo llevará desde Puerto Ibáñez a Chile Chico. Eran de Viña Undurraga, y venían por un proyecto de innovación de la mano de CORFO (otro entre de desarrollo estatal) para ver si las uvas lograban madurar.

Cerezas de Esteban Milovic en Chile Chico.
Cerezas de Esteban Milovic en Chile Chico.

Plantaron viñedos experimentales en cuatro campos de productores de cerezas, y en el huerto de la estación experimental del INIA Tamel Aike, en el pueblo de Chile Chico. A pesar de la distancia y la falta de mano de obra calificada, el proyecto consiguió mostrar un vino. Los pocos que lo probaron vieron el potencial de un lugar que parecía demasiado lejano. Era el año 2012 y el vino, elaborado en la bodega de Undurraga en Maipo, era de pinot noir.

 

Arribilla confiesa que estaba demasiado ocupado con las cerezas y no pensó hasta unos años después que ese otro producto agrícola innovador podría ser el vino más austral del mundo. Esta vez transfirió a los viñedos abandonados en el INIA la tecnología que habían desarrollado para los cerezos.

 

Pruebas y más pruebas

 

Así fue como Marisol Reyes llegó al lugar para hacer la poda. Agrónoma enóloga e investigadora de vides en el INIA Maule, zona vitícola por excelencia. Ella y Arribilla probarían seis nuevas variedades de clima fríopensadas en vinos.

Viñas de Jeinimen.
Viñas de Jeinimen.

“Cuando empezamos a conversar con Diego, cuenta Marisol, ya teníamos la idea de hacer ensayos con variedades hacia el sur, pero nuestro sur llegaba hasta Osorno, y en el catastro veíamos gente cerca que tenía cepa país. Yo decía que era una lástima, porque nunca les iba a madurar. Entonces, cuando vi las plantitas dijimos veamos qué hay y si es posible poner otras. Así vimos que una familia tenía un parrón en el mismo Chile Chico y sacaba sólo las hojas para rellenitos árabes. Otros las tenían para sombra y en una casa tenían un parrón de Thompson; las uvas no tenían nada que ver con uva de la zona central, pero igual las encontraban ricas”.

 

Un par de años después habían confirmado que la pinot, la chardonnay y la sauvignon eran las que lograban mejor maduración y expresar tipicidad, Diego y Marisol postularon a nuevos fondos regionales. El objetivo era dejar operativas dos viñas alrededor del Lago General Carrera; aprovechando no sólo el know how, sino la infraestructura desarrollada en los campos de productores de cerezas. Aquí entra Esteban Milovic en la historia, como uno de los dos productores elegidos. El otro sería Óscar Lagos, fundador de la Viña Don Renato.

En verano hay 16 horas de insolación al día, pero la nieve llega pronto.
En verano hay 16 horas diarias de insolación, pero la nieve llega pronto.

El enólogo Fernando Almeda era parte de la aventura de hacer vinos en Chile Chico desde cuatro años antes, cuando Marisol y Diego lo invitaron a vinificar sus uvas en la bodeguita que habían logrado armar en el INIA. Los vinos experimentales fueron llamados Keokén.

 

Fernando Almeda estaba explorando nuevos territorios en la Patagonia como enólogo de Viña Miguel Torres Chile. No eran los únicos. Viña Ventisquero había llegado en un joint venture con la pareja de productores de cereza Javier Cereceda y Pía Ruiz en Bahía Jara. A la fecha, este proyecto sigue vinificando sus uvas con fines experimentales en su bodega del Maipo.

 

Milovic, con antepasados viñateros en la antigua Yugoslavia, vio la oportunidad de tener una viña donde hacer vinos compatibles con las cerezas y diversificar la producción. “Para las vides, explica, podemos usar los suelos más pobres, no tan fértiles, y la época la de cosecha no coincide, no se interponen. También tenemos la infraestructura y mano de obra que aprovechamos. Culturalmente, además, el tema del vino me atrae y estamos rompiendo barreras que parecían imposible de superar”.

 

El hielo como recurso

 

Jeinimeni es el río del valle, marca el límite con Argentina y es el río con el que riegan los viñedos. Según Esteban Milovic, sus aguas también son indispensables durante la época de cosecha para el control de heladas con riego por aspersores; cuando las temperaturas bajan de cero grados y es necesario proteger el follaje el mayor tiempo posible. “En esta pampa, dice, la cordillera ubicada hacia el poniente nos protege de las lluvias que llegan desde el Pacífico”. Y es que aquí caen apenas 300 mm de lluvia al año, y rara vez en verano. A diferencia, dato relevante, de las nuevas zonas vitícolas del sur de Chile, como el pujante Valle de Malleco, donde las precipitaciones anuales pueden sumar más de 1.000 mm. Ni hablar del archipiélago de Chiloé (entre los paralelos 41° y 43° Sur), donde en un año lluvioso como éste 2024 pueden superar los 2.000 mm.

Los aspersores entran en funcionamiento cuando amenaza helada,
Los aspersores entran en funcionamiento cuando amenaza helada.

Y aunque parezca obvio, aquí no falta el sol. “Muy por el contrario, explica Fernando Almeda, la gente piensa que hay que destapar las uvas porque no van a madurar, y te das cuenta que más bien se queman porque hay un montón de radiación solar. Son 16 horas diarias de sol en verano, no por nada a Chile Chico le dicen la cuidad del sol”.

 

Si de adversidad se trata, agrega el enólogo, está el viento, muy seco, por lo que la evapotranspiración es tremenda. Por el tema del viento, las pieles de las uvas son además muy gruesas y firmes. “Igual que las cerezas, al morderlas son muy crujientes. Además, las uvas tintas tienen mucho color a pesar de que el vino no. Eso es porque extraigo poco de las pieles para que no sean vinos muy duros”.

Escenas de vendimia en Viña Jeinimeni.
Escena de vendimia en Viña Jeinimeni.

En 2024, con su media hectárea de viñedos (mitad pinot y mitad chardonnay) produciendo su tercera cosecha, el desafío de Esteban Milovic es afinar el viñedo, para ampliarlo en 2025 y poder aumentar volumen. “El vino de 2022, año en que solo hicimos pinot, ya despertó mucho interés, pero vamos a ver cómo va en ventas la segunda añada, 2023”. Como proyecto de innovación estatal, explica, esa primera cosecha, no se podía vender en el mercado. Por eso, la de 2023 será la primera que se va poder facturar. “En este momento lo vendemos a 30.000 pesos (unos 33 dólares) y nadie se ha negado. Pero sabemos que hay competencia. No tiene fama, ni nombre, es más un souvenir para quien llega hasta acá”.

 

Vinos, visitas y turismo

 

Para próxima temporada, están organizando visitas al viñedo y la bodega con un tour operador local. “Ya tuvimos un par de experiencias, cuenta, y fue muy entretenido. Les digo que esto no es una viña del Maipo, no tenemos museo, ni historia, y entran con el pie derecho. Ven una casa nueva en un lugar inhóspito, y se interesan por lo que hay detrás de la botella y cuando prueban dicen ¡guau!”.

El primer Allá Lejos se hizo en 2022.
El primer Allá Lejos se hizo en 2022.

Probamos para esta nota, por segunda vez, el Pinot Noir Allá Lejos 2022, y casualidad o no, todo en él nos evoca cerezas frescas y turgentes; desde su color rojo vibrante, de capa media en profundidad, hasta su sabor. Austero en aromas y también en dulzor. La guarda en botella le ha hecho bien; a futuro, la edad del viñedo seguro que hará mejores vinos.

 

¿Qué te gustaría que pasara?, le pregunto a Diego Arribilla, sabiendo que la fruta que más exporta Chile es la cereza, algo impensado 22 años atrás, cuando tuvieron éxito por primera vez en Chile Chico frente a los damascos. “Creo que podemos aumentar a 10 hectáreas en el corto plazo, con pequeños volúmenes para un mercado muy específico, viendo que en los últimos años ha surgido el tema del cambio climático y en algunas zonas del norte ya no hay agua, mientras los viñedos se han desplazado hacia el sur. Un paréntesis: el flete de cada botella que me costó 350 pesos, subió otros 700 traída acá. Hay costos asociados muy altos. Por eso, este proyecto siempre se pensó ligado al agroturismo, no para competir con el resto de las zonas vitícolas, y en ese sentido no sé si vamos a competir”.

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