La verdadera revolución de Rioja se libra más allá de disputas de nombres, fronteras y posibles escisiones. La protagonizan las nuevas generaciones de elaboradores con su apego a lugares y viñedos, se localicen en Rioja Alta, Rioja Alavesa o Rioja Oriental, y con su empeño en exprimir la esencia de cada viña, embotellarla y dar un carácter exclusivo y representativo a cada vino.

Ya no son bodegas clásicas y centenarias las que acaparan calificaciones e informes de Tim Atkin o Robert Parker. Los popes internacionales del vino han reparado en el talento, la audacia y el apego al terreno de jóvenes formados, viajados e inquietos que están rediseñando el tablero. Priorizan el viñedo, las elaboraciones sencillas, muchas veces usando grandes volúmenes de madera, convencidos de que la de 225 litros es una barrica impuesta, otro exponente del modelo francés.
El estilo lo marca el suelo, y los protagonistas de esta revolución no se fijan en historias de recelos, envidias, resquemores y venganzas. En su mayoría proclaman y fomentan una unión envidiable. “Compartimos mucho, nos consultamos, nos asesoramos unos a otros, damos nuestra opinión, nos dejamos lo que haga falta… Al final, hay que apoyarse y ayudarse para intentar tirar todos pa’lante”, reflexiona Ricardo Fernández, de Abeica. Es parte de Martes of Wine, un grupo de amigos (José Gil –Vignerons de la Sonsierra-, Álvaro Loza, Miguel Eguíluz –Cupani-, Carlos Sánchez, Miguel Merino…), en su mayoría elaboradores, que se reúnen cada martes para catar a ciegas, contrastar opiniones, disfrutar y empezar a afianzar con su unión y armonía el futuro de Rioja.
Oxer Bastegieta. Oxer Wines. Laguardia (Álava).

Uno de los principales agitadores de Rioja es Oxer Bastegieta, un vizcaíno que plantó su primera hectárea de viña en 1996, con el propósito de hacer un txakoli para el restaurante familiar (Marko, en Kortezubi). Su gran revolución personal llegó en 2005, cuando aterriza en Laguardia para hacer un Master de Enología, se enamora del ‘susurro de las viñas’ y comenzó a comprar viñedos viejos en lugar de invertir en construir una bodega. Pasados tres lustros, referencias como Kalamity comienzan a cosechar puntuaciones dignas de envidia en las principales guías internacionales. Guía Peñín ha señalado Kuusu como Vino Revelación de 2022.
Kuusu es fruto de su incursión en Toro. Oxer continúa haciendo vinos bajo el manto de Bizkaiko Txakolina y pronto dejará su huella en Lanzarote (“una isla que me atrapó con su fuerza telúrica”), pero su centro de operaciones está en Rioja Alavesa. En todos esos lugares persigue la inmortalidad de sus vinos recurriendo al keyline, “un sistema de plantación que combate la erosión y retiene agua hasta un 70%”, y valiéndose de fudres usados, tinajas de arcilla-gres, depósitos de hormigón y barricas que casi triplican la capacidad tradicionalmente marcada. Patrón, variedad, suelo, viñedo viejo y viñador son las variables principales de su ecuación. También es conocido el impacto que producen sus etiquetas. Lo onírico, lo mitológico y lo cultural se dan la mano en vestidos de fiesta rematados lo mismo con hechizos euskaldunes que con citas de Leonard Cohen, Eduardo Galeano, Giaconda Belli, Shakespeare o T.S. Eliot.
Arturo de Miguel. Artuke. Baños de Ebro (Álava).

Arturo de Miguel, responsable de Artuke, es otro de los emprendedores del vino empeñados en dar marcha atrás, o un volantazo que corrija direcciones erróneas, viciadas o anodinas, a la hora de elaborar vino en Rioja. Todo consecuencia del contraste observado durante su formación en Enología e Ingeniería Agrónoma,entre los años 2000 y 2005, cuando estaban de moda los vinos más concentrados. ¿Cuál es su plan? “Trabajamos en co-fermentación con las variedades que, a su vez, vienen de las viñas ya co-plantadas. Intentamos fermentar corto, prácticamente no maceramos y en 2008 empezamos a hacer toda la viticultura en ecológico”, desgrana el responsable del éxito de Pies Negros, Finca de los Locos o La Condenada, recién encumbrada con 100 puntos por Tim Atkin.
El máximo respeto a la esencia de las viñas, a lo que se puede extraer de cada una, es una prioridad para un winemaker apegado a su tierra. “Me resulta muy difícil el controlar de la manera que a mí me gusta todos los viñedos que tenemos en una única zona pequeña (Baños, Villabuena, Samaniego, San Vicente, Ávalos), como para empezar a hacer vinos en otras D.O. No me atrae, no me gusta, prefiero tener un control mucho mejor de todos los viñedos estando cerca de ellos”, sentencia Arturo.
Miguel Eguíluz. Cupani, San Vicente de la Sonsierra (La Rioja).

“Cuando muera entiérrame en una viña, para poder devolverle todo lo que me dio en vida”. La frase de Francesco Guggini exhibe su energía en la vieja choza del abuelo de Enrique y Miguel Eguíluz, en la finca San Andrés. Ellos guían Cupani, si atendemos a la ficha de Bodegas Familiares de Rioja, una pequeña bodega de San Vicente de la Sonsierra propiedad de la familia Eguíluz Mendoza, concentrada en el cultivo de sus viejos viñedos en vaso, con una rigurosa política de viticultura sostenible, y en la elaboración de vinos premium.
Si le preguntamos por Bodega Heredad San Andrés, su otra marca, habla del “amor por la tierra, por la naturaleza”. Su bisabuelo adquirió la primera viña con el dinero que su mujer guardaba para comprar un armario y su padre fue pionero hace 30 años, a la hora de suprimir herbicidas y trabajar cubiertas vegetales. “Lo más importante es el trabajo que realizamos en la viña, además del factor humano, y en ella ponemos todo nuestro empeño”, remarca. De su insistencia, y 17 hectáreas de viñedo, surgen vinos como Rielo, Baskunes, Cupani, Sir Cupani, y la colaboración con Alma Carraovejas.
Eduardo Eguren. Cuentaviñas. Peciña (La Rioja).

Hijo de Marcos Eguren, quinta generación de la familia detrás de grandes proyectos como Sierra Cantabria, Viñedos de Páganos y Teso la Monja, Eduardo Eguren decidió jugar con sus propias reglas tras el fallecimiento de su abuelo materno. Éste le reportó “tres joyas en forma de viñedo” con las que dar inicio a Cuentaviñas, junto a su esposa Carlota González. El proyecto, vinculado a su pasión por los vinos de origen y el conocimiento de los suelos, resultó de incursiones vitivinícolas en California y Australia, donde reparó en que “el peso generacional de Rioja no dejaba avanzar en el conocimiento del cultivo del viñedo”. El nuevo mundo permitía investigar y probar nuevas formas de cultivo.
“La metodología que utilizo busca el equilibro en el ciclo orgánico del suelo, ayudado por la siembra de cubiertas vegetales que crean materia orgánica; al ser segada la propia paja crea un efecto mulching que protege el suelo de la evapotranspiración y equilibra su temperatura y humedad”, detalla. También evita tratamientos fitosanitarios: “Trabajo la vegetación con deshojados precoces y podas de invierno largas, con lo que obtenemos viñedos resistentes a los ataques fúngicos, y frutos sanos y maduros”. Elabora vinos como El Tiznado, Los Yelsones, y Alomado en un antiguo trujal del XVIII. Cuentaviñas tiene desde 2019 un apéndice en la Ribera del Duero burgalesa.
Ricardo Fernández. Bodegas Abeica. Ábalos (La Rioja).

El veinteañero Ricardo Fernández es miembro de Abeica, bodega familiar donde ya encarna la quinta generación de viticultores y elaboradores, asume la responsabilidad del cambio y el Basque Culinary Center le incluyó en 2022 entre los 100 Jóvenes Talentos de la Gastronomía. Luis Gutiérrez, hombre de Robert Parker en España, le señaló ese mismo año como “la mejor de las sorpresas”. Gran reconocimiento para un elaborador que considera Rioja Alavesa una de las mejores zonas vitícolas del mundo, e intenta demostrarlo con mínimas intervenciones y máximo respeto a la uva.
Cursó Viticultura y Enología en Logroño, practicó en el grupo Sierra Cantabria y en 2016 se estrenó con Abaris, 100% viura, el primer blanco de Abeica. Vio que el 80% de la producción era vino de maceración carbónica, y consideró que se desaprovechaba el potencial de la uva, cambió por completo el modelo de negocio y comenzó a trabajar con distintas variedades, incluidas mazuelo, garnacha, garnacha blanca… Cuenta con 40 hectáreas de viñedo, algunas de más de 90 años, y contempla internamente como categoría los vinos de municipio.
José Gil y Vicky Fernández. Vignerons de la Sonsierra. San Vicente de la Sonsierra (La Rioja).

José Gil insiste en que Vignerons de la Sonsierra es un proyecto de dos, pues no conviene pasar por alto la participación de su mujer, la uruguaya Vicky Fernández. Justos desarrollan un trabajo cuyas líneas maestras aplican un barniz de romanticismo a la aventura, “desde la poda minuciosa hasta el labrado como se hacía antiguamente, con el kirpis, la herramienta que llevaban las mulas, pero en este caso con tractores vignerones”. En bodega exigen máxima limpieza y se apuesta por recuperar las mejores técnicas del pasado, incluida la crianza en cuevas subterráneas y la recuperación del cemento.
Sobre esos cimientos ha crecido una firma fundada en 2016 que explota 5 hectáreas de viñedo para crear dos líneas de vinos (José Gil y Camino de Ribas) que incorporan los nombres de dos parcelas como apellido (La Canoca, El Bardallo) y de los pueblos donde se localizan. Todo viene del abuelo: “me metió el mundo del vino en la sangre, viajar a otras zonas, conocer pequeños vignerons, pequeños artesanos, que son los que hacen los vinos más grandes y personales del mundo. Viajar motiva, ilusiona y es una fuente de inspiración”, subraya. Entonces, ¿hará vinos fuera de Rioja? “No. Nuestra intención es conocer aún más nuestras viñas, nuestra parcela, nuestro pueblo, e intentar mejorar y afinar nuestros finos”, sentencia.
Diego Magaña. Anza, Laguardia (Álava).

Es curioso el caso de Diego Magaña, hijo de bodeguero de éxito (Juan Pío Magaña, referente de los vinos navarros desde 1972), comenzó por obligación y su vocación no brotó hasta que empezó a estudiarlo. Vendimió en el Château Fayay, cursó un máster en enología, vinificó su primera vendimia en familia, vendimió en Mendoza, y terminó yéndose de Viña Magaña. ¿Por qué? “Por diferencias de opiniones y porque me gusta ir a mi aire”.
Hoy cuenta con un garaje en un pabellón de Laguardia, también con viñedo en dicha localidad y en Elvillar, y persigue con su propia firma (Anza, en homenaje a su madre, Esperanza) la misma emoción que le producen los riojas de añadas como 1955, 1964 y 1970. Se imagina cómo fueron y vuelca su esfuerzo en reproducirlos. Ya ha dejado huella en Bierzo, donde se estrenó de la mano de Raúl Pérez. En su horizonte tiene el vino blanco, donde sea, y un proyecto personal que desborda los límites de Laguardia y Elvillar con un vino de San Vicente de la Sonsierra y una garnacha de Cordovín (“lo empecé gracias a Eduardo Eguren”). Y no desatenderá Viña Magaña, el proyecto familiar en Barillas. Ha llegado la hora de regresar a casa.
Miguel Merino. Miguel Merino. Briones (La Rioja).

Miguel había estudiado periodismo y residía en Londres cuando tuvo que echar una mano a su padre con la comercialización de los vinos que empezó a elaborar en 1994. La labor comercial no le llenaba y decidió realizar el máster de Viticultura y Enología de La Rioja, participó en una vendimia en Chile, trabajó cuatro años en Gómez Cruzado (Haro) y se fue involucrando en la bodega familiar, hasta tomar las riendas de la elaboración en 2016.
Perfila el futuro de una pequeña bodega (50.000 botellas al año; vende el 95% fuera) que cosecha toda su uva -14 hectáreas y 37 parcelas-, en un solo pueblo de Rioja Alta, Briones. “Todas están cultivadas sin herbicidas y desde el año pasado llevamos la mitad en ecológico, para ir aprendiendo”, revela Miguel, que asesoró a la serie de televisión Gran Reserva. Hace dos gamas diferenciadas: una más clásica, Miguel Merino, que comenzó su padre e incluye un gran reserva y dos reservas, y otro, Vitola, “más free style”. La segunda línea se centra en el terruño e incluye tres vinos de una sola parcela, La Quinta Cruz, La Loma y La Ínsula, además de un blanco a base de garnacha blanca y viura
Javier San Pedro. Javier San Pedro Ortega. Laguardia (Álava).

“Piensa menos, siente más”. Éstas cuatro palabras arman el eslogan principal de Javier San Pedro Ortega, bodega ubicada frente a la imponente Sierra de Cantabria que anhela vinos singulares e innovadores. Javier, quinta generación de una familia de bodegueros de Laguardia (con 17 años elaboró su primer vino), comenzó su proyecto personal en 2014, inauguró su bodega en 2018 y hoy propone visitas que incluyen de bocados concebidos por Iñaki Murua y Carolina Sánchez, responsables del restaurante logroñés Ikaro.
El bodeguero, que también cuenta con un vermú y una ginebra, busca sorpresa y vistosidad a la hora de descubrir sus tres familias de vino, Cueva de Lobos, Viuda Negra (de viñedos viejos de Rioja Alavesa) y Anahí, gama de semidulces, homenaje a su madre. Todos bajo el paraguas de la DOC Rioja, aunque pronto dará sus frutos el proyecto colaborativo Wine Storming. En él “habrá vinos que se elaboren en otras DO, que entremezclen zonas o métodos y, sobre todo, serán vinos que se harán un año y al siguiente igual no. Se irá viendo sobre la marcha”.