Matías Morcos, la revolución del este

El este de Mendoza vive una larga agonía; la geografía del lugar avisa que se está muriendo. Paisajes abandonados de viña vieja y montaña. Aunque sigue siendo la zona más productiva del país, las nuevas generaciones salen expulsadas y rompen la cadena que hace años hace al este mendocino la zona la más productiva de uva del país. Matías Morcos intenta una revolución, vio el valor donde nadie ve nada, y va al rescate de la historia.

Mariana Gianella

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Antes no era la otra, era la primera. El este de Mendoza se encargaba de pagar todas las fiestas. Pero de a poco se fue estrangulando en manos de monopolios que plantearon precios irrisorios hasta ahogarlo todo. Luego terminaron por exiliar a las nuevas generaciones: no vieron un futuro en estas parras centenarias que ahora endulzan gaseosas. Se vende otra Mendoza: la industria se mudó al malbec del Valle de Uco, pero sobrevuela cierta vergüenza. De alguna manera saben que todas las hectáreas que mueren cada año son irrecuperables. Pasear junto a Matías Morcos por el cementerio de viñas, ofrece una escena impactante, especialmente dura para quienes todavía tienen memoria.

Matías morcos en la Finca Clement.
Matías Morcos en la Finca Clement.

Matías tiene 28 años, heredó de su papá el chiste de hacer vinos y si bien decidió hacer la carrera de enología, ya era un bicho raro para una generación que por lo general vende los terrenos por dos mangos para irse a estudiar carreras universitarias más rentables. Muy pocos viven ya del este de Mendoza. Las familias productoras que en los 70 tenían un pequeño viñedo familiar, hoy están empobrecidas y vendiendo la uva por chirolas. Pero Matías intuye que todavía hay oro, y mientras recorre y produce, comunica su epifanía: la revolución del este.

 

“En 2016 fuimos con un amigo a Chile, a probar carmenere y cabernet sauvignon, que era lo más parecido a nuestro vino, y nos encontramos con la revolución de la cepa país, una variedad con más de 400 años de historia. Ahí nos cayó la ficha: eran las mismas criollas que teníamos plantadas en el este. Fue una revelación entender que teníamos valor. Lo que ellos están haciendo está buenísimo; recuperan viñedos de las zonas más antiguas. Me pregunté, ¿para qué voy a hacerme empleado de una bodega en Valle de Uco si tengo un potencial histórico y una riqueza en mi casa, con los viñedos de moscateles, criollas, y pedro ximénez de mi papá? Todo lo que para mí hasta ese momento era basura, hoy las veo como fabulosas”.

 

La revolución es agregar valor

 

Hace cuatro años empezó esta cruzada contra el tiempo. La revolución consiste en agregar valor. No pretende que las grandes le paguen mejor la producción, sino ir hacia un modelo donde cada viñedo pueda comercializar su historia con un vino embotellado. Criollas del este etiquetadas, vinos ricos y bebibles, de bajo  alcohol y a buen precio. “Recuperar la mesa”, dice Matías. “La idea de la revolución no es comprar un viñedo para refaccionarlo, sino ‘asociémonos, yo te elaboro el vino, tráeme las uvas, lo embotellamos, ganamos dinero y quédate en tu lugar trabajándolo’. Porque yo puedo comprar uno o dos viñedos pero no puedo comprar todo el este, ni tampoco la idea es monopolizar”.

La criolla es el centro de esta elaboración de Érase una vez.
La criolla protagoniza esta elaboración de Érase una vez.

Matías es la prueba viviente de que es posible. Lleva varios vinos elaborados con su nombre y también el lanzamiento de Ríe la Vid y Érase una vez,  contando la historia de distintas fincas en Palmira, Chapanay, Monte Casero, los clásicos lugares olvidados del este, desde su bodega Aleph. Por otro lado hace vino junto a otros productores, ayudándolos a entender que el valor agregado es todo lo que tienen. “Podemos hacer vinos muy ricos pero después hay que etiquetarlos y venderlos. Todo este plus que hay que desarrollar no es fácil, hay mucho por hacer”.

 

“Se trata de decirle a las nuevas generaciones que eso que ven como horrible tiene un potencial enológico grande. Convencerlos de esa mirada y que no migren, que no se vayan. Si se animan a embotellarlo y a comunicarlo, las cosas pueden suceder. El vino no es romanticismo acá, es rentabilidad pura y subsistencia. Lo triste es que de mi camada ya no hay nadie. Jóvenes hay muy pocos, porque no es Valle de Uco donde es cool tener un viñedo. Acá te cansas de perder guita y el paisaje está abandonado y desolado, con un montón por hacer. Los jóvenes no se copan, por eso estamos en una revolución interna, porque si no se va a perder, va a terminar de desaparecer con algún viento zonda que levante el fuego”.

 

Un gran punto de inflexión en esta revolución fue cuando Patricio Tapia lo declara Enólogo Revelación del en la Guía Descorchados.  A partir de ahí sus vinos comenzaron a escucharse con más fuerza, tanto que el año pasado salieron Decanter Wine of the Year para la revista británica Decanter.  “Sin duda es la primera vez en el mundo, y en la historia, que una criolla de Sudamérica y del este de Mendoza está en un lugar tan prestigioso.  Para nosotros es la revolución, apostar por el lugar y demostrar que se puede. Además, los vinos siguen siendo simples, ricos, y de pronto sentarse en la misma mesa que los chateaux más importantes del mundo es un montón”.

 

Orgánico por fuerza

 

Son orgánicos a la fuerza. El dinero no alcanza, son viñedos orgánicos por amor y por espanto. “Hay que volver atrás, al vino campesino simple de todos los días. Tenemos viñedos naturales por un tema de rentabilidad, no hay plata para insumos” cuenta Matías.  De alguna manera apelar al conocimiento del pasado para  que las uvas sigan sanas es casi el punto de unión con la cuarta ola vitivinícola que mantiene vegetación nativa y recurre al saber de sus orígenes.

Viña orgánica
“La revolución no es solo hacia afuera, sino sacarse los propios prejuicios”.

El enólogo  se traga sus propios prejuicios y vinifica estilos disruptivos para mover la estantería. Blancos de bonarda, naranjos de criolla y moscatel.

 

“La revolución no es solo hacia afuera, sino sacarse los propios prejuicios”, explica. “Empecé a hacer naranjos para divertirme y romper con la industria que en 2016 era más conservadora. Tengo una micro guerrilla interna contra el esnobismo del mundo del vino, la ultra premiunizacion, los suelos de tal lugar, los vinos de 200 dólares… Necesitamos el marketing pero no dejemos de hacer un vino rico, una bebida para alegrarle la vida a la gente”.

 

“Esto de  que una botella sea trascendental me parece mucho. Creo que hemos puesto demasiado foco en eso y perdimos el almuerzo con el consumidor de todos los días. Si no estás en un restaurante o en un hotel no podés tomar vino. Mi sentimiento es que nos fuimos de rosca, un hotel cinco estrellas tiene un vino que sale más que lo que le cuesta a una familia vivir un semestre. Siento que las bodegas rockstar se despegan mucho de la realidad y al estar donde estoy veo el lado b de las cosas. Yo sé lo que es sobrevivir”.

Ríe la Vid
Botella de Ríe la vid.

Matías pertenece a una generación inquieta a la que le cuesta mirar a largo plazo, y en el vino todo es un gran largo plazo. Entonces, desarrolla estrategias interesantes para no aburrirse y para entender el mundo que se viene. Su bodega fue la primera en el país en aceptar criptomonedas como forma de pago, hicieron la primera etiqueta con inteligencia artificial y fantasean con lanzar una colección de vinos NFT.

 

“Tenemos que ser muy vanguardistas porque la modernidad en la que vivimos te corre de un plumazo. Me parece importante jugar otro partido, siento que hay un montón de oportunidades. Para mí no alcanza con salvarte solo si mis vecinos son esas personas pobres que no pueden comer. Además, siento que tenemos una oportunidad histórica. Afuera somos muy exitosos en comida asiática, en barcitos, todo muy distinto al malbec del steak house. Con la criolla podemos volver a enamorar a un consumidor que perdimos, con el vino joven, simple, el de la pileta con hielo. Puedo ofrecer productos buenos a consumidores que se alejaron del mundo del vino, de gran calidad enológica sin perder frescura, tenemos que entender dónde estamos y comunicar eso. Mi paraíso sería tener criollas muy económicas en góndola y que los jóvenes tomen vino como toman cerveza. Ese es mi norte”.

Matías Morcos
«Esta revolución es un camino ciego».

Agregar valor no siempre significa ser premium. Se habla de la revalorización, pero ¿existió tal valorización alguna vez?, ¿o el este siempre significó otra cosa? Quizás esta sea la primera vez que alguien lo mira así.

 

“Esta revolución es un camino ciego. Me interesa salvar a los vecinos, pero a futuro tenemos un problema más preocupante. Estoy esperando que la tecnología sea todo lo disruptiva que tiene que ser; no sé si estamos preparados para un Netflix del vino. Tengo una empresa de tecnología con amigos porque siento que somos una industria del pasado, que tenemos comportamientos más parecidos a un Rolex que te da prestigio, y poco de la frescura y el alimento de todos los días. Mi visión a largo plazo es obviamente con la gente del lugar, pero siento que necesitamos un push de tecnología o nos vamos a quedar afuera. Siento que avanzamos un montón como producto, estamos lanzando una botella de litro transparente con criolla para escabiar en EE.UU. que antes era impensable”.

 

“Están apareciendo un montón de proyectos que no conozco, y al final del día es lo más importante: productores haciendo criollas, bonardas, comunicando que están en el este.  Esta narrativa de estamos en el este, en un lugar con cientos de años, y hacemos vinos ricos es la que me importa. Es temprano para saber dónde estamos, pero pensar en tener una IG o en el momento en que una empresa grande nos llame para decirnos que quiere comprar 500.000 litros de criolla premium. Ahí va a suceder sin duda, ahí va a estar pasando”.

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