José Ignacio tenía la experiencia al mando de los vinos de Casa Silva, la viña más premiada de Chile gracias a la variedad carmenère. Hacer un gran vino con ella y que llevara su apellido, fue el primer indicio de querer hacer algo propio. Al primero lo llamó MW Maturana. El vino gustó y a él le gustó hacer su propio vino. Era 2011 y pocos enólogos se atrevían en Chile a comenzar proyectos personales. Esperó crecer un poco más y se independizó en 2014.

Unos años antes, Sebastián Maturana estaba a cargo del hotel y restaurante de la misma viña donde trabajaba José Ignacio. “Veía como Ignacio, sin muchos recursos y a cargo de muchos litros, hacía vinos que gustaban mucho. Lo veía y decía: tiene pasta. Y cuando venían importadores los atendíamos juntos súper bien. En esos años, los Maturana Brothers empezamos a sonar”.
José Ignacio recuerda el punto de inflexión: “En 2015 le dije a mi hermano ayúdame porque no soy capi (expresión que en Chile significa no soy capaz). Si quieres ser bueno, debes hacer lo que mejor haces, y Sebastián era bueno vendiendo”.
El camino del mercado
Maturana Wines ya había entonces comenzado a sumar nuevos vinos. Eran blancos fermentados con las pieles o tintos fermentados en acero y guardados en barricas usadas alistandose para ser bebidos pronto. Así partieron los vinos naranjos, Pa-tel, mezcla en viñedo de cepas blancas y tintas) y Pai Gar, un país con garnacha.

“Partimos al revés de cómo suele ser”, agrega José Ignacio. “Al inicio, cuando queríamos empezar a exportar nos decían que los vinos estaban increíbles. Encantaba lo que estábamos haciendo: la mínima intervención, la ayuda a productores, lo patrimonial, pero nos decían necesitamos vinos más baratos, un vino reserva o varietal para poder hacer la punta de flecha y entrar con las marcas. Les decíamos no los tenemos y nos respondían bueno, trabajen en ellos. Y trabajamos en ellos. Nos abrimos a hacer vinos de mayor rotación y así nació la marca Puente Austral, y pudimos llenar un container con un 40% de vino reserva, un 30% de gran reserva y el 30% restante eran vinos premium, además del ícono MW”.
La estrategia funcionó justo como querían, porque hoy los hermanos Maturana ya no producen casi varietales y están enfocados hacia más arriba. ¿Cómo lo han logrado? “Educando, dice José Ignacio, es la evangelización que hay que ir haciendo. La diferencia es que nuestro foco no es el supermercado. Hacemos 1.000 botellas de un vino, 3.000 de otro, 6.000 de otro, y por eso en la bodega hay mucho tanque chico muy diferenciado. Además, hoy toda la uva se compra y todo el vino que vendo lo hago yo”.
Vinos sin manual
José Ignacio reconoce que en el camino comenzó su gusto por hacer vinos alejados del manual, los vinos llamados anti-libros. “Era descubrir hasta dónde podía llegar, y a la vez darnos cuenta que el mercado estaba saturado de lo mismo. Muchos me dijeron no hagas esos vinos, no gustan, pero nos dimos cuenta que aunque tenían menos seguidores, sí gustaban, y la gente sí está dispuesta a pagar más por ellos”. En ese entonces, 2014, recuerda, partía el boom de los vinos naturales, con menos intervención, y los enólogos que empezaban a hacerlos eran mirados como bichos raros.

Los vinos más interesantes bajo el paragua de Maturana Winery ya suman dieciséis referencias, y cada uno tiene un relato diferente. “El concepto detrás es que cada etiqueta tenga un origen específico, y que ese origen tenga un relato según su viñedo y la historia del productor, para explicar la agricultura campesina y familiar. Si el viñedo es viejo y de secano es perfecto, y si está en espaldera y/ o tiene riego y es bueno, fantástico, también lo incluimos”. ¿Es una desventaja no tener viñedos propios? les preguntamos. “Al contrario, respondieron, si te los quitan no importa, Chile está lleno de uvas”.
Por otro lado, explica José Ignacio, “el distribuidor está feliz con tantos vinos diferentes, porque tiene todo lo que necesita: pinot noir, sauvignon blanc, chardonnay, malbec, carmenère, syrah, cabernet, vinos naranjos… Es súper cómodo como portafolio y por estadística es muy difícil que no les guste ni un vino”.
Sebastián agrega, “cuando vamos a los mercados no maduros, vamos con la mezcla tinta Lucas, el rosado, MW, el Sauvignon Blanc Trohe, que son vinos más clásicos. Cuando vas a un mercado maduro, ya lleno de vinos, vamos con el Viognier V-Ox, el Pinot Noir Vibrante, el Parrellón que es un semillón con pieles. Es más caro tener dieciséis vinos, cierto, sería más fácil quedarnos con seis y tendría mayor flujo de caja”.
Transformando uva
En todas sus etiquetas categoría premium (16 dólares) el nombre Maturana Wines es el hilo conductor. La referencia aparece debajo, pequeña, por encima suyo cada etiqueta es mundo. “Uno aprende”, dice José Ignacio, “que eres un mero transformador. Lo hemos hablado mucho con Sebastián, yo no quiero ser el protagonista, gestiono lo que el productor me entrega. En ese trabajo, hay que aprender a conocer sus uvas y los vinos que puedo hacer, como cualquier relación de largo plazo en la que aprendes cómo sacar lo mejor de cada uno; y eso sólo te lo da el tiempo”.

Tras diez años juntos, exportan a 26 países y producen 200.020 botellas, y las tres cubas iniciales de acero inoxidable están ahora en una bodega propia, mucho más grande, rodeadas de los más diversos estanques, de cemento, de greda, de acero… El terreno está en las afueras de la ciudad de San Fernando (Colchagua), rodeado de agua y bosques. Hace poco sumaron un viñedo de tintoreras decorativo, que es un espectáculo en esta época del año, pintado de rojo. Entre los matorrales, descubrieron una turbina para generar electricidad, su degastada estructura de ladrillos rojos es ahora el escenario del centro de eventos de Maturana Wines, donde Sebastián, de vuelta a sus pistas de cocinero, es el director de orquesta.

“En este espacio, cuenta, estamos haciendo que Maturana sea más que vinos. Queremos que vengan a comer rico con nuestros vinos y con los hermanos Maturana. No fue parte del plan inicial, confiesa, no teníamos idea de donde íbamos a terminar… Los importadores te venían a ver y querían ver infraestructura, la cosa ya no era un juego. Empezamos a ver un terreno, lo compramos entre la familia, hice mi casa aquí en pandemia, hicimos galpones, uno, dos, tres… Ya es nuestra tercera vendimia acá. Y ahora, además, puedes almorzar debajo del parrón, al lado de una viña».
«Estamos a 130 kilómetros de Santiago, a 4 km de la autopista, 45 km de Santa Cruz. Puedes venir en el día y comprar los vinos en nuestra tienda, a muy buenos precios”. Definitivamente, muy buenos precios (11 dólares los premium y 18.000 pesos -20 dólares- el MW). La Turbina abre fines de semana previa preserva.
Un paseo por los vinos de Mataran Wines
Naranjo Torontel 2022. DO Loncomilla (Valle de Maule). Es el gran hit de la casa, entre sus tres vinos elaborados con uvas blancas en contacto con las pieles. Nace de un viejo viñedo plantado en 1938 en cabeza, y sin riego. El jugo tuvo nueve meses en contacto con las pieles entre fermentación y guarda en huevos de concreto. El tiempo responsable de su inusual color naranjo cobrizo. De sus aromas adorables, a damasco, azahares y miel, es responsable la cepa torontel. Su boca, inundada del carácter del torontel, es de gran volumen, densa, con muy rica acidez y agarre.
V–OX Viognier 2022. Valle del Maule. Nacido esta vez en Maule hacia la cordillera, de un viñedo en espaldera con riego. Se elaboró con un 30% de uvas con sus pieles por solo 4 meses, e intencionalmente muy oxidativo. Luego tuvo guarda por 10 meses en barricas usadas buscando un mayor volumen en boca, y, finalmente, se le dio un año más de guarda en botella. De color ámbar entrega notas de hierba mate y caramelo. En boca es voluptuoso, denso, de acidez media, con un final levemente astringente y amargo. Otro gran vino blanco anti-libro.
Pa-tel 2023. DO Paredones (Colchagua Costa). Otro gran favorito de Maturana, nace de un viñedo plantado en 1910, con proporciones semejantes de cepa país, moscatel negra, riesling y semillón. Respetando la mezcla del viñedo, el vino se elabora cofermentándolas juntas, después de cosecharlas el mismo día. En estricto rigor es un clarete, de un color rubí claro muy brillante, precioso, de bajo grado (12%). Curiosamente explica José Ignacio aquí las cepas blancas maduran más que las tintas, y aportan la estructura; la acidez es aportada por las cepas tintas. Encanta porque es floral en nariz y liviano en boca, además de jugoso, y aunque corto, tiene carácter.
Negra, San Francisco 2023. DO Loncomilla (Maule). Nacido del mismo viñedo que el Naranjo. Conocida en Perú como mollar, en Chile es uva de mesa, para hacer vino y destilación. Sus uvas, muy dulces, se fermentan 100% en acero inoxidable, buscando su carácter frutal. Ni con mucho cuerpo, ni mucha acidez, ni aromas, la gracia de este vino es lo sabroso. El dilema, es su nombre, complicado para ciertos mercados del hemisferio norte, por lo que pronto esperan rebautizarlo como Panchita.
Lucas (85% cabernet sauvignon de San Fernando, 10% petit erdot de Marchigüe y 5% cabernet franc del Maipo) 2019. Valle de Colchagua. El nombre nace por Lucas, el cuarto hijo de José Ignacio, quien apenas aprendiendo a caminar, sin que nadie supiera, se estaba comiendo las uvas del syrah de la casa. Lucas ahora tiene 11 años. El vino tuvo 15 meses de guarda en madera de tercer y cuarto uso, y ya con el paso del tiempo en botella se ha vuelto de cuerpo medio y taninos amables.
Pintacura Blend. Malbec, Carignan, Garnacha 2021. Valle de Choapa. Es la línea más nueva de la familia, y nace de un viñedo joven, sobre suelo aluvial, en Pintacura, el que comenzaron a manejar desde 2018, en el nortino valle de Choapa. Las tres variedades, forman la mezcla en proporciones iguales. Tuvieron 18 meses de guarda en barricas usada. De clima cálido, es el vino más robusto y profundo de la familia, rebosante de frutas negras.
MW Camenère 2019, DO Marchigüe. 100% carmenère es el primero y el más clásico de la casa. Tuvo 25% de guarda en barricas nuevas, 25% de guarda en huevos de concreto y el resto en barricas de segundo y tercer uso. A diferencia de Etéreo (su otro carmenère nacido para beber más joven) MW es más herbal y especiado, con un paso en boca más evolvente y profundo, y aunque ya tiene 5 años, seguirá por muchos más ganando complejidad en botella.