Dos grandes temas se entremezclan estos días sobre el etiquetado en el mundo del vino. El primero parte de una propuesta aprobada por la Unión Europea en diciembre de 2021 que modificaba el etiquetado a partir del 8 de diciembre de 2023 pasados los dos años del período de carencia después de aprobarse la ley. Toda botella de vino que se venda en la Comunidad Europea, a partir de esa fecha obliga a comunicar la lista de ingredientes y la información nutricional de estos productos para proteger a los consumidores.
El segundo parte de una propuesta agresiva del ministro de Sanidad irlandés, Stephen Donellycon: una etiqueta que equipara al vino y a la cerveza con el tabaco que cuenta con la oposición de 13 estados miembros liderados por Italia y 8 países fuera de Europa dentro de la Organización Mundial del Comercio (OMC) que rechazan una norma que les parece una barrera comercial más.
La defensa numantina del sector del vino atrasando sine die la aprobación de un etiquetado del vino que equipare este líquido con otros productos alimenticios llega a su fin. El vino se había salvado, de forma temporal, por su particularidad de no caducar a diferencia de otros alimentos. No tenía sentido la oposición a un nuevo etiquetado cuando se está luchando por considerar el vino un alimento. La falta de transparencia puede llevar a desconfiar a los consumidores perjudicando la imagen del sector porque implica que tenemos cosas que esconder y esto nunca es bueno en un mercado tan globalizado como el que tenemos hoy.
En el reglamento comunitario de marzo de 2019 se enumeran las prácticas enológicas autorizadas, pero sólo los aditivos están sujetos a etiquetado: correctores de acidez, conservantes y antioxidantes, estabilizantes, alérgenos… La información se puede proporcionar al consumidor por medio de una etiqueta electrónica con el uso de códigos QR, como sucede con cartas de comida o de vinos en tantos bares o restaurantes.
Si el bodeguero apuesta por la etiqueta electrónica, tendrá que indicar el valor energético de 100 kcal. en la etiqueta física y las sustancias que puedan provocar reacciones alérgicas. Al escanear dicho código QR de la etiqueta, los consumidores pueden acceder a toda esa información en el idioma que prefieran. Los vinos anteriores al 21 de diciembre de 2022 podrán continuar con la misma etiqueta hasta que se agoten.
La Federación Española del Vino (FEV), junto al Comité Europeo de Empresas de Vino (CEEV), del que también forman parte otras asociaciones europeas, ha desarrollado una plataforma digital (U-Label) autorizada por la UE.
Para los productores, esta nueva regulación supondrá un coste añadido necesitando toda la cadena una formación que no se tiene en estos momentos. Tampoco sabemos con certeza cómo va a afectar en los consumidores si comprarán teniendo en cuenta la composición de cada botella o si están dispuestos a pagar más por un vino que contenga menos aditivos.
Otra pregunta es cómo reaccionarán los propios restaurantes o si los bodegueros utilizarán aditivos a discreción. Una duda aparece en lontananza: si los productores se plantearán la cuestión de la necesidad de utilizar aditivos para evitar mencionarlos, por lo que pensarán en formas de no utilizarlos. Todavía hay muchas interrogantes que se irán aclarando con el paso del tiempo.
Llegados a este punto, no estaría de más que los enólogos nos dieran unas clases a distribuidores, vendedores, prensa o divulgadores sobre qué aporta tal o cual aditivo o los motivos por los que se utilizan. Igual que los científicos sobre los nuevos conceptos genéticos o microbiológicos tan en boga.
La etiqueta irlandesa
Irlanda ha aprobado una ley -que es pionera en el mundo- donde obligarán a todas las bebidas alcohólicas, incluyendo el vino y la cerveza, a incluir en sus etiquetas advertencias sobre el riesgo que conlleva su consumo para la salud. La norma entrará en vigor en Irlanda en mayo de 2026, mientras el ministro de Sanidad espera que otros países sigan el ejemplo.
La medida ha sido aplaudida por diferentes asociaciones contra el cáncer o contra el alcohol irlandesas. También hay sectores que se oponen frontalmente creando un debate acalorado donde el sector del vino se prepara para la batalla. Hay acusaciones cruzadas entre parte de la comunidad médica y el sector profesional del vino. El vicepresidente italiano Antonio Tajani advierte: “Irlanda ignora la diferencia entre consumo moderado y abuso de alcohol”. En Italia, “el vino es un aspecto fundamental de la cultura gastronómica”.
Entre los médicos españoles hay un interesante debate. Los cardiólogos siempre fueron partidarios de un consumo moderado que beneficiaba al corazón. Desde la medicina preventiva se aplaude la medida irlandesa por la relación que dicen comprobada entre el alcohol y el cáncer.
Llevan mucho tiempo defendiendo que con el alcohol la única dosis admitida debe ser cero. Nutricionistas y dietistas también se muestran intransigentes con el vino porque piensan que no aporta nada positivo y tiene mucho riesgo. No lo consideran un alimento y no admiten “el consumo responsable” ni tomar una copa al día, piensan que no existe un nivel seguro de alcohol para la salud porque es perjudicial desde la cantidad más pequeña.
José Luis Benítez, director general de la Federación Española del Vino en declaraciones a la Cadena Ser, opina que “el vino no quiere convertirse en el nuevo tabaco o que se trata de no ir perdiendo batallas porque te lleva a perder la guerra”. Desde el mundo del vino se cree que se desea demonizar una cultura ancestral en el Mediterráneo. El sector denuncia que la iniciativa irlandesa es ilegal con un temor de fondo de cómo puede afectar la legislación en el negocio final. Está claro que el sector del vino se prepara para una batalla larga donde el resultado final se desconoce.
Dos grupos de presión poderosos se enfrentan con un resultado final incierto. El del vino contra las organizaciones antialcohol, de las que dice Benítez “que no se sabe exactamente quien hay detrás de ellas y de los movimientos prohibicionistas del alcohol que obedecen casi siempre a cuestiones de marcado carácter ideológico”.
Hay numerosos debates abiertos: sobre si es desproporcionado o no y si se ajusta a la realidad científica o médica, recuerdos a los años 20 con la “ley seca” en EEUU que fue la época donde más se bebió. Otro espacio es el del vino como motor territorial y de desarrollo del mundo rural., económico, de defensa del medio ambiente o con tantos puestos de trabajo en juego frente a las tendencias más “saludables” que impone la sociedad de hoy.
La dietista-nutricionista Lucía Martínez, en El Confidencial, reconoce que “el lobby de las bebidas alcohólicas es muy potente y tiene claro que una etiqueta como la que propone Irlanda afectaría a las ventas, pero cree que «sobrevivirán, igual que ha sobrevivido el tabaco; se aconseja tomar vino, cuando sabemos que el alcohol es un tóxico cardiovascular, digan lo que digan las industrias interesadas».
Sobre los estudios que recomiendan un consumo moderado por sus beneficios, sus respuestas no dejan duda «hay sanitarios que reciben dinero de la industria del vino y, sobre todo, de la cerveza, y que hablan a su favor en los congresos apoyándose en el argumento de los polifenoles, como si no hubiese otros productos ricos en polifenoles sin esa carga tóxica. Son intereses económicos».
La guerra no ha hecho más que comenzar.