Mariana Martínez habló con Rosario Oneto antes de analizar y relatar los vinos que eligió para el almuerzo. Quería que los invitados, llegados de todo Chile y de muchos lugares del mundo, tuvieran un recuerdo inolvidable de los vinos chilenos que probaron. A la vez quería que no fueran difíciles de encontrar, ni con los precios más altos. “Elegir los vinos más caros es como hacer trampa”, dice.
El servicio de los vinos comenzó con un blanco de clima frío costero de Chile, el fresco y potente Amayna Sauvignon Blanc (12.000 pesos, 15 $) del Valle de San Antonio, de Viña Garcés Silva. Una empresa boutique con viñedos y bodega de lujo que invirtieron en serio a fines del siglo pasado. En estos años, pasaron de un asesor y enólogo suizo a creer en Diego Rivera, un joven enólogo chileno con mucho que decir también en el mundo de las sidras. Se ha dedicado a entender con su equipo un terruño con apenas 30 años de historia y el vino refleja los avances proporcionados por recursos y conocimiento. Rosario lo eligió porque quería un sauvignon blanc que fuera recordado entre los muchos que hay en este mismo rango de precio.
Siguió el Espumante de cepa País Estelado (7.900 pesos, 10 $), de Viña Miguel Torres Chile. Un vino nacido para dar valor a las viejas parras de la cepa país de la D.O. Secano Interior, territorio que sigue sufriendo el bajo precio que se paga por sus uvas, destinadas a los vinos más económicos del mercado. La idea fue de Mariano Fernández, Ministro de Relaciones Exteriores durante el primer mandato de Michelle Bachelet, conocedor de vinos y fundador de la Asociación de Sommeliers de Chile. Miguel Torres se ofreció a seguir su idea en 2008. Su objetivo era compartir los resultados del proyecto y, ojalá, usar el nombre Estelado como D.O. para los espumantes de Chile. El vino resultó un éxito, aunque nadie se entusiasmó entonces ni con la idea ni con el nombre. Hoy es una de las alternativas más implementadas para dar valor a la variedad País. Miguel Torres, en tanto, registró su marca Estelado y ya produce entre 12 y 14 mil cajas al año. ¿Fue un detalle para saludar al Rey de España, Felipe VI? Rosario cuenta que eligió el Estelado Brut Rosé porque lo suele servir en banquetes, gracias a su excelente relación precio calidad. Llama mucho la atención que sea de cepa país.
Siguió el Cinsault de Viña Tinto de Rulo (16.000 pesos, 20 $), un proyecto que nació de las ganas de tres jóvenes -Jaime Pereira, Claudio Contreras y Mauricio González- por hacer vino mientras estudiaban la carrera de Agronomía, y luego la especialidad en Enología. Los dos primeros siguen juntos en el proyecto, mientras Claudio, tiene un exitoso proyecto junto a su señora. Todos siguen haciendo vinos naturales -con la menor intervención posible en viñedos y bodega-, comprando uvas a pequeños viticultores de la zona del Itata y Biobío. ¿Un guiño acaso a sueños de estudiantes? Rosario lo eligió para tener un sabroso tinto ligero, de una cepa novedosa, y llegar más allá del típico Pinot Noir.
Los tres siguientes vinos fueron sugeridos por Rosario porque se pueden comprar en dos lugares reconocidos por sus buenos precios y diversidad de etiquetas: La Vinoteca y Supermercados Diez. Sumó alternativas fáciles de conseguir, para que los visitantes también pudieran encontrarlos y llevarlos a casa.
Para el almuerzo sirvió País Viejo (7.900 pesos, 10 $) de Viña Bouchon Family Wines, una bodega que ha trabajado los últimos 10 años buscando identidad de la mano de la cepa país, sin olvidar las cepas francesas; ofrece ocho etiquetas con uva país (espumantes, rosados, mezclas, puros…). País Viejo es la versión de mayor producción, mientras la estrella es País Salvaje, procedente de viñedos que crecen salvajes en una quebrada. La alternativa había sido el País de Viña Gillmore (miembro del Movimiento de Viñateros Independientes, MOVI), otro liviano y rico tinto. De Bouchon también estuvo acompañando su Semillón Granito (21.900 pesos, 27 $), un gran blanco nacido del trabajo en viñedos propios especialmente seleccionados. La bodega, en manos de una nueva generación, se preocupa por cultivar viñedos más eficientes en el uso del agua frente al cambio climático.
El último vino de la selección, seguramente el tinto más grueso y complejo del grupo, fue el Carmenére Pura Fé (20.900 pesos, 26 $) de Viña Antiyal, la primera bodega chilena nacida en el garaje de la casa de un enólogo, Álvaro Espinoza. Fue el primero en embotellar, en el año 1995, la que hoy es variedad emblema de Chile, entonces bajo el nombre de grande vidure, que combinó con cabernet sauvignon para obtener su Viña Carmen. Espinoza fue además el primer enólogo que desarrolló la agricultura orgánica y biodinámica en Chile. Sus vinos siguen ambos preceptos en busca de viñedos limpios de productos químicos y en armonía con el medio ambiente.
Rosario también había pensado en un carmenere de una pequeña viña llamada La Joda (combinación de los nombres de sus fundadores Jorge y Daniela), un carmenere rico, fresco y ligero que no está a la venta en La Vinoteca, lugar donde finalmente se compraron todos los vinos.
Fuera o no la intención, los mensajes que gritan el grupo de vinos seleccionados para recibir el nuevo período que vivirán los chilenos, son varios. El principal es que el vino de Chile ha cambiado profundamente en los últimos 30 años, tanto como quienes lo producen y quienes tienen la responsabilidad de servirlos. Por eso, seguro que no sorprendió no ver grandes cabernet sauvignon, ni grandes mezclas tintas del tipo Burdeos, ni los nombres de las grandes viñas. Lo que no ha cambiado es la importancia que se le da al vino en instancias protocolares, ni el valor del mensaje que hay detrás de cada botella que descorchamos. Un mensaje, por cierto, que conocen muy bien los grandes restaurantes que buscan cambiar el mundo a través de cada producto que sirven en sus mesas.