
Entrar al Prado para ver ‘Las Meninas’ cuesta 8 euros y, además, obliga a guardar cola en el famoso paseo madrileño. Si quiere visitar las modernistas salas del MOMA de Nueva York tendrá que sacar 20 dólares de su cartera. Disfrutar del atrio acristalado del Guggenheim bilbaíno, recientemente catalogado como el edificio más notorio de los últimos treinta años, pasa por abonar 13 euros. Está claro que la cultura tiene un precio y su gestión muchos gastos. De ello se han dado cuenta los directores de las pinacotecas de todo el mundo, que han optado por diversificar sus fuentes de ingresos. Se puede disfrutar del Prado y acabar comprando una corbata de ‘Las Meninas’, o descubrir el titanio de Gehry y salir con un anillo de Bulgari diseñado por Anish Kapoor, valorado en 700 euros. Y si quedó encandilado con la exposición de Miró en el Thyssen puede adquirir una de sus litografías por 9.000 euros.
Los museos del País Vasco hacen honor a la afamada calidad gastronómica de la región y la aprovechan para hacer negocio. En el Guggenheim de Bilbao es posible degustar la innovadora cocina del prestigioso chef Josean Martínez Alija por 90 euros. El Artium de Vitoria ofrece la opción de hacer una visita guiada a través de sus galerías con cena incluida por 45. Y en el Bellas Artes de la capital vizcaína, probar las creaciones culinarias de Aitor Basabe ronda los 80 euros. Y es que las subvenciones no parecen suficientes para hacer de los museos una empresa rentable. Por eso, a la hora de buscar ganancias todo vale.
«Las pinacotecas se están convirtiendo en el centro de la vida cultural y social de una ciudad. Son un punto de encuentro para organizar eventos y acontecimientos, para disfrutar de la buena cocina que es arte de principio a fin», asegura el crítico gastronómico Ignacio Medina, reconocido con el Premio Nacional de la Real Academia Española de Gastronomía. «Por fin hemos entendido que la gastronomía es un factor de atracción turística. En el extranjero ya no se conoce sólo a Almodóvar o Antonio Banderas, sino también a cocineros como Ferran Adrià y Arzak. De hecho, el Guggenheim es la referencia obligada cuando se habla de un restaurante de calidad dentro de un museo», afirma.
En el año 2000 la alta cocina se instaló dentro de las paredes de titanio del museo bilbaíno. Primero capitaneada por Martín Berasategui y desde hace unos años bajo la batuta de Martínez Alija. «El arte contemporáneo y de vanguardia de este recinto conecta perfectamente con la cocina que hacemos. Estamos dentro de un edificio que es provocación y sorpresa igual que nuestros platos. Al final es una relación en la que todos ganamos: el museo nos aporta un marco imponente y nosotros nos ocupamos de esa parte de la cultura que hace que el visitante pase más tiempo aquí: la gastronomía», asegura el renombrado chef. Tal ha sido el éxito de esta fórmula que ya se trabaja en la construcción de dos nuevos espacios gastronómicos dentro del museo. Y es que a través de la diversificación de sus servicios, la pinacoteca bilbaína ha logrado consolidarse como una de las instituciones culturales líderes en su nivel de autofinanciación. Buena parte de los 28.150.074 euros que facturó el año pasado, provienen, entre otros, de los ingresos derivados del restaurante.
Otras galerías españolas también han apostado por impulsar sus comedores. Si visita el Ars Natura de Cuenca, no sólo conocerá las singularidades naturales de Castilla-La Mancha, también podrá degustar la cocina de autor del chef Manolo de la Osa -poseedor de una estrella Michelin- por 60 euros. Instituciones como el Museo Nacional de Arte de Cataluña se decantan por ofrecer a sus comensales escenarios majestuosos a un precio asequible: por menos de 30 euros puede satisfacer el apetito en el salón del trono, que recibe este nombre porque el rey Alfonso XIII inauguró en él la Exposición Internacional de 1929. Si prefiere el aire libre y le apetece comer sobre el techo que alberga algunas de las obras maestras de Rembrandt, Dalí y Degas, puede acudir al restaurante del Thyssen situado en la quinta planta del palacio de Villahermosa. También puede estrenar la recién inaugurada terraza del museo del Prado o visitar su cafetería, por la que anualmente pasan casi medio millón de personas.
Tendencia internacional
Galerías de todo el mundo se han rendido ante la posibilidad de llenar sus arcas con ayuda de la gastronomía. «Es una industria en crecimiento a nivel internacional. Las entradas a las pinacotecas son cada vez más caras y la gente tiende a pasar más tiempo en ellas. Así, los restaurantes tienen un público cautivo dispuesto a gastar su dinero, mientras que los museos consiguen una buena fuente de ingresos. Además, la alta cocina aumenta la afluencia de visitantes y esto, a su vez, incrementa las subvenciones que el gobierno le otorga a la institución», explica Ruth Reichl la editora jefa de ‘Gourmet’ la revista especializada de mayor prestigio en Estados Unidos.
Ni siquiera los famosos y gratuitos museos británicos se han podido resistir a esta tendencia. En Londres las ‘Tates’ albergan sendos restaurantes impregnados de sofisticación. A elegir entre comer con vistas a la catedral de San Pablo o rodeado por un mural de Rex Whistler terminado en 1927. Es indudable que la alianza entre gastronomía y arte funciona, por eso el patrón se repite en todo el mundo con una clara misión: evitar que el visitante vuelva a casa con el bolsillo intacto. Es lo que tiene comer con estilo.
Fuente: María Tapia, El Correo